Mi jefe me miró un segundo. Sin cambiar su frialdad me preguntó qué quería que hiciera. Le dije que la pregunta no la tenía que hacer él. Que era yo quien quería preguntar eso. Que quería volver a sentir lo que había sentido en el probador. Le conté lo que había hecho durante la semana pasada, lo de las escaleras de mi casa, lo de volver al probador, lo del trastero, que había intentado por mí sola hacer cosas que me llevaran al estado que había sentido junto a él. Pero que no lo había conseguido. Le dije la verdad, que me sentía frustrada.
Me miró un largo minuto y, por fin cambió su semblante y empezó a sonreír. Yo no salía de mi asombro.
Muy bien, me dijo. ¿Entonces quieres seguir? Te habrás dado cuenta de que siempre hay que dar un paso adelante, que no basta con hacer lo mismo. Yo asentí con la cabeza. Mi jefe empezó a desabrocharme los botones de mis jeans. No dije nada. Solo hay una forma de que yo siga haciendo esto contigo, Marta, continuó. Me bajó los jeans y me los quitó. Hizo lo mismo con las braguitas y me hizo inclinarme sobre su mesa. Después empezo a acariciarme el sexo. Mientras lo hacía me decía, Marta, era necesario que pasases sola esta semana. Debías darte cuenta de tus necesidades. Debías saber si quieres realmente hacer esto o solo era un capricho.
Yo ya estaba mojada cuando empezó a tocarme, y mi cabeza empezó a nublarse. Escuchaba sus palabras, pero estaban en otro mundo, yo solo sentía sus dedos frotándose en mi piel, en mis labios, en mi clítoris. Abri las piernas y elevé el culo para que pudiera entrar mejor.
Ahora sabes lo que quieres, continuaba diciendo. Pero debes saber también lo que quiero yo. Si continuo con esto quiero que me des tu palabra de que vas a hacer siempre lo que te pida. Que no vas a oponerte.
Yo cerré los ojos. Solo quería que siguiera tocándome, que no parara. Debes darme tu palabra. Sus dedos mojados empezaron a rondar mi culo, a mojarlo, a lubricarlo. Con su mano izquierda seguía masturbandome y los dedos de su mano derecha empezaron a entrar y salir de mi culo. Primero uno a uno, después de dos en dos.
Es posible que no entiendas ahora esta petición, Marta. Quizá creas que acceder a cualquier cosa es demasiado peligroso. Y te voy a decir una cosa, no siempre te va a gustar lo que te pida. Pero es algo necesario para que este juego funcione. Sin esa premisa, esta relación nuestra no tiene sentido.
Yo estaba en una nube. En su despacho, en horas de trabajo, con todos mis compañeros ahí fuera y yo desnuda de cintura hacia abajo totalmente expuesta a las manos de mi jefe. Dame tu palabra, repitió mi jefe. Entre suspiros, entrecortadamente, con los ojos cerrados, le dije que sí, que estaba dispuesta a hacer lo que me pidiera sin objección. Entonces se levantó de su sillón, se bajo los pantalones, se puso detrás de mí y me puso una mano en la boca. Después puso su pene en mi ano y empujó. Entró lentamente pero sin detenerse hasta tenerlo todo dentro. Era la primera vez que lo hacíamos. No sé si gemí, pero su miembro es grande y ancho, y tuve que relajar el ano cuanto pude para no hacerme daño. Empezó a entrar y salir primero lentamente, después más rápido. Noté que aún entraba más, que sus golpes daban con mi piel al final de mi ano. Dolor y un calor que me subía hasta las mejillas. Se agachó sobre mí y empezo a masturbarme de nuevo mientras seguía entrando y saliendo. Después abrió un cajón y extrajo un objeto con forma de perilla. Era un consolador anal, aunque por entonces yo no lo sabía. Siguió entrando y saliendo hasta que al final se quedó dentro y empezó a arquearse. Noté el líquido caliente dentro, dos, tres, cuatro veces. Empujaba más y más y creía que me iba a romper. Pero notar su excitación, su tensión, me hizo llegar también a mí a un orgasmo. No controlaba mi esfinter, que se cerraba y abría en torno al miembro de mi jefe, haciendo que su erección durase más allá de la eyaculación. Después de un rato, aún yo con un orgasmo continuo, salió, me puso el consolador anal, que entró facil con lo dilatada que estaba y taponó mi ano. Me dijo que me pusiera las bragas y los jeans. ¿Con esto dentro? Le dije, colocando mi mano en el culo. Él asintió. Me vestí de nuevo y me dijo que me sentara mientras él se limpiaba con un pañuelo y se colocaba también el pantalón.
Bien, me dijo. Vamos a empezar por las escaleras de tu casa. Yo aún estaba fuera de mí. Me senté con aquel instrumento en mi culo. Estoy convencido de que los paseos por tu casa ya no te excitan. Yo aún estaba acalorada, pero respondí sinceramente. Ninguno de los dos paseos habían conseguido ni la décima parte de lo que acababa de experimentar. De lo que aún estaba sintiendo con ese objeto en mi culo.
No te preocupes. Eso es porque eso ha quedado en el pasado. Lo hiciste en ambos casos muy de noche. En realidad no querías tener el menor riesgo de ser pillada. Ahí radica el problema. Hoy ya no te vale con pasear desnuda. Debe haber cierto riesgo. Es más, tú tienes que provocarlo.
Me dijo después que ese lunes no podía quedar, pero que el martes iba a experimentar algo nuevo. Me dijo que volviera con el consolador dentro a mi puesto, que lo tuviera hasta llegar a casa y que me lo quitara allí con cuidado, porque seguramente el ano habría perdido elasticidad.
En fin. Me fui feliz a mi mesita, con las mejillas aún rojas del calor del orgasmo. El resto de la mañana me la pasé sentada sobre ese objeto. Y si pensáis que era incómodo estáis en lo cierto. Aún lo era más cuando tenía que levantarme y andar. Por fortuna, mis compañeros no habían notado nada fuera de lo común. O al menos yo no lo percibí.
Muy bien, me dijo. ¿Entonces quieres seguir? Te habrás dado cuenta de que siempre hay que dar un paso adelante, que no basta con hacer lo mismo. Yo asentí con la cabeza. Mi jefe empezó a desabrocharme los botones de mis jeans. No dije nada. Solo hay una forma de que yo siga haciendo esto contigo, Marta, continuó. Me bajó los jeans y me los quitó. Hizo lo mismo con las braguitas y me hizo inclinarme sobre su mesa. Después empezo a acariciarme el sexo. Mientras lo hacía me decía, Marta, era necesario que pasases sola esta semana. Debías darte cuenta de tus necesidades. Debías saber si quieres realmente hacer esto o solo era un capricho.
Yo ya estaba mojada cuando empezó a tocarme, y mi cabeza empezó a nublarse. Escuchaba sus palabras, pero estaban en otro mundo, yo solo sentía sus dedos frotándose en mi piel, en mis labios, en mi clítoris. Abri las piernas y elevé el culo para que pudiera entrar mejor.
Ahora sabes lo que quieres, continuaba diciendo. Pero debes saber también lo que quiero yo. Si continuo con esto quiero que me des tu palabra de que vas a hacer siempre lo que te pida. Que no vas a oponerte.
Yo cerré los ojos. Solo quería que siguiera tocándome, que no parara. Debes darme tu palabra. Sus dedos mojados empezaron a rondar mi culo, a mojarlo, a lubricarlo. Con su mano izquierda seguía masturbandome y los dedos de su mano derecha empezaron a entrar y salir de mi culo. Primero uno a uno, después de dos en dos.
Es posible que no entiendas ahora esta petición, Marta. Quizá creas que acceder a cualquier cosa es demasiado peligroso. Y te voy a decir una cosa, no siempre te va a gustar lo que te pida. Pero es algo necesario para que este juego funcione. Sin esa premisa, esta relación nuestra no tiene sentido.
Yo estaba en una nube. En su despacho, en horas de trabajo, con todos mis compañeros ahí fuera y yo desnuda de cintura hacia abajo totalmente expuesta a las manos de mi jefe. Dame tu palabra, repitió mi jefe. Entre suspiros, entrecortadamente, con los ojos cerrados, le dije que sí, que estaba dispuesta a hacer lo que me pidiera sin objección. Entonces se levantó de su sillón, se bajo los pantalones, se puso detrás de mí y me puso una mano en la boca. Después puso su pene en mi ano y empujó. Entró lentamente pero sin detenerse hasta tenerlo todo dentro. Era la primera vez que lo hacíamos. No sé si gemí, pero su miembro es grande y ancho, y tuve que relajar el ano cuanto pude para no hacerme daño. Empezó a entrar y salir primero lentamente, después más rápido. Noté que aún entraba más, que sus golpes daban con mi piel al final de mi ano. Dolor y un calor que me subía hasta las mejillas. Se agachó sobre mí y empezo a masturbarme de nuevo mientras seguía entrando y saliendo. Después abrió un cajón y extrajo un objeto con forma de perilla. Era un consolador anal, aunque por entonces yo no lo sabía. Siguió entrando y saliendo hasta que al final se quedó dentro y empezó a arquearse. Noté el líquido caliente dentro, dos, tres, cuatro veces. Empujaba más y más y creía que me iba a romper. Pero notar su excitación, su tensión, me hizo llegar también a mí a un orgasmo. No controlaba mi esfinter, que se cerraba y abría en torno al miembro de mi jefe, haciendo que su erección durase más allá de la eyaculación. Después de un rato, aún yo con un orgasmo continuo, salió, me puso el consolador anal, que entró facil con lo dilatada que estaba y taponó mi ano. Me dijo que me pusiera las bragas y los jeans. ¿Con esto dentro? Le dije, colocando mi mano en el culo. Él asintió. Me vestí de nuevo y me dijo que me sentara mientras él se limpiaba con un pañuelo y se colocaba también el pantalón.
Bien, me dijo. Vamos a empezar por las escaleras de tu casa. Yo aún estaba fuera de mí. Me senté con aquel instrumento en mi culo. Estoy convencido de que los paseos por tu casa ya no te excitan. Yo aún estaba acalorada, pero respondí sinceramente. Ninguno de los dos paseos habían conseguido ni la décima parte de lo que acababa de experimentar. De lo que aún estaba sintiendo con ese objeto en mi culo.
No te preocupes. Eso es porque eso ha quedado en el pasado. Lo hiciste en ambos casos muy de noche. En realidad no querías tener el menor riesgo de ser pillada. Ahí radica el problema. Hoy ya no te vale con pasear desnuda. Debe haber cierto riesgo. Es más, tú tienes que provocarlo.
Me dijo después que ese lunes no podía quedar, pero que el martes iba a experimentar algo nuevo. Me dijo que volviera con el consolador dentro a mi puesto, que lo tuviera hasta llegar a casa y que me lo quitara allí con cuidado, porque seguramente el ano habría perdido elasticidad.
En fin. Me fui feliz a mi mesita, con las mejillas aún rojas del calor del orgasmo. El resto de la mañana me la pasé sentada sobre ese objeto. Y si pensáis que era incómodo estáis en lo cierto. Aún lo era más cuando tenía que levantarme y andar. Por fortuna, mis compañeros no habían notado nada fuera de lo común. O al menos yo no lo percibí.