viernes, 27 de febrero de 2009

Otra vez lunes

El lunes fui al trabajo con la moral por los suelos. Creía que todo se había acabado y sentía un vacío. Soy así, a veces doy demasiadas vueltas a las cosas y creo fantasmas donde no hay nada. No fui a primera hora a ver a mi jefe. Esperé que pasara media mañana para ver si él se dirigía a mí. No lo hizo. Entre fastidiada y decaída porque me hubiera hecho tan poco caso llamé a su puerta, le pregunté si podía verle, y cerré tras de mí después de que aceptara. ¿Ocurre algo? -le pregunté. Me miró y se encogió de hombros. Me preguntó a qué venía esa pregunta, y le dije que me refería a lo que pasaba entre nosotros. Mi jefe con frialdad me preguntó qué era lo nuestro. Me senté en el sillón muy seria. No puedes hacer esto, le dije. No puedes obligarme a hacer cosas que nunca he hecho y cuando me estás abriendo la puerta, me la cierras de golpe.
Mi jefe me miró un segundo. Sin cambiar su frialdad me preguntó qué quería que hiciera. Le dije que la pregunta no la tenía que hacer él. Que era yo quien quería preguntar eso. Que quería volver a sentir lo que había sentido en el probador. Le conté lo que había hecho durante la semana pasada, lo de las escaleras de mi casa, lo de volver al probador, lo del trastero, que había intentado por mí sola hacer cosas que me llevaran al estado que había sentido junto a él. Pero que no lo había conseguido. Le dije la verdad, que me sentía frustrada.
Me miró un largo minuto y, por fin cambió su semblante y empezó a sonreír. Yo no salía de mi asombro.
Muy bien, me dijo. ¿Entonces quieres seguir? Te habrás dado cuenta de que siempre hay que dar un paso adelante, que no basta con hacer lo mismo. Yo asentí con la cabeza. Mi jefe empezó a desabrocharme los botones de mis jeans. No dije nada. Solo hay una forma de que yo siga haciendo esto contigo, Marta, continuó. Me bajó los jeans y me los quitó. Hizo lo mismo con las braguitas y me hizo inclinarme sobre su mesa. Después empezo a acariciarme el sexo. Mientras lo hacía me decía, Marta, era necesario que pasases sola esta semana. Debías darte cuenta de tus necesidades. Debías saber si quieres realmente hacer esto o solo era un capricho.
Yo ya estaba mojada cuando empezó a tocarme, y mi cabeza empezó a nublarse. Escuchaba sus palabras, pero estaban en otro mundo, yo solo sentía sus dedos frotándose en mi piel, en mis labios, en mi clítoris. Abri las piernas y elevé el culo para que pudiera entrar mejor.
Ahora sabes lo que quieres, continuaba diciendo. Pero debes saber también lo que quiero yo. Si continuo con esto quiero que me des tu palabra de que vas a hacer siempre lo que te pida. Que no vas a oponerte.
Yo cerré los ojos. Solo quería que siguiera tocándome, que no parara. Debes darme tu palabra. Sus dedos mojados empezaron a rondar mi culo, a mojarlo, a lubricarlo. Con su mano izquierda seguía masturbandome y los dedos de su mano derecha empezaron a entrar y salir de mi culo. Primero uno a uno, después de dos en dos.
Es posible que no entiendas ahora esta petición, Marta. Quizá creas que acceder a cualquier cosa es demasiado peligroso. Y te voy a decir una cosa, no siempre te va a gustar lo que te pida. Pero es algo necesario para que este juego funcione. Sin esa premisa, esta relación nuestra no tiene sentido.
Yo estaba en una nube. En su despacho, en horas de trabajo, con todos mis compañeros ahí fuera y yo desnuda de cintura hacia abajo totalmente expuesta a las manos de mi jefe. Dame tu palabra, repitió mi jefe. Entre suspiros, entrecortadamente, con los ojos cerrados, le dije que sí, que estaba dispuesta a hacer lo que me pidiera sin objección. Entonces se levantó de su sillón, se bajo los pantalones, se puso detrás de mí y me puso una mano en la boca. Después puso su pene en mi ano y empujó. Entró lentamente pero sin detenerse hasta tenerlo todo dentro. Era la primera vez que lo hacíamos. No sé si gemí, pero su miembro es grande y ancho, y tuve que relajar el ano cuanto pude para no hacerme daño. Empezó a entrar y salir primero lentamente, después más rápido. Noté que aún entraba más, que sus golpes daban con mi piel al final de mi ano. Dolor y un calor que me subía hasta las mejillas. Se agachó sobre mí y empezo a masturbarme de nuevo mientras seguía entrando y saliendo. Después abrió un cajón y extrajo un objeto con forma de perilla. Era un consolador anal, aunque por entonces yo no lo sabía. Siguió entrando y saliendo hasta que al final se quedó dentro y empezó a arquearse. Noté el líquido caliente dentro, dos, tres, cuatro veces. Empujaba más y más y creía que me iba a romper. Pero notar su excitación, su tensión, me hizo llegar también a mí a un orgasmo. No controlaba mi esfinter, que se cerraba y abría en torno al miembro de mi jefe, haciendo que su erección durase más allá de la eyaculación. Después de un rato, aún yo con un orgasmo continuo, salió, me puso el consolador anal, que entró facil con lo dilatada que estaba y taponó mi ano. Me dijo que me pusiera las bragas y los jeans. ¿Con esto dentro? Le dije, colocando mi mano en el culo. Él asintió. Me vestí de nuevo y me dijo que me sentara mientras él se limpiaba con un pañuelo y se colocaba también el pantalón.
Bien, me dijo. Vamos a empezar por las escaleras de tu casa. Yo aún estaba fuera de mí. Me senté con aquel instrumento en mi culo. Estoy convencido de que los paseos por tu casa ya no te excitan. Yo aún estaba acalorada, pero respondí sinceramente. Ninguno de los dos paseos habían conseguido ni la décima parte de lo que acababa de experimentar. De lo que aún estaba sintiendo con ese objeto en mi culo.
No te preocupes. Eso es porque eso ha quedado en el pasado. Lo hiciste en ambos casos muy de noche. En realidad no querías tener el menor riesgo de ser pillada. Ahí radica el problema. Hoy ya no te vale con pasear desnuda. Debe haber cierto riesgo. Es más, tú tienes que provocarlo.
Me dijo después que ese lunes no podía quedar, pero que el martes iba a experimentar algo nuevo. Me dijo que volviera con el consolador dentro a mi puesto, que lo tuviera hasta llegar a casa y que me lo quitara allí con cuidado, porque seguramente el ano habría perdido elasticidad.
En fin. Me fui feliz a mi mesita, con las mejillas aún rojas del calor del orgasmo. El resto de la mañana me la pasé sentada sobre ese objeto. Y si pensáis que era incómodo estáis en lo cierto. Aún lo era más cuando tenía que levantarme y andar. Por fortuna, mis compañeros no habían notado nada fuera de lo común. O al menos yo no lo percibí.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Las cenizas del ayer

Dejemos atrás el anterior post. No quiero volver a leerlo. Creo que estuve un poco violenta y espero no haber ofendido a nadie con ello, pero sabía que antes o después iba a escribir un manifiesto de ese tipo.

Con el pomposo o literario (a elegir) título de este post hago referencia a lo que me pasó el resto de la semana después de ese lunes. Era como si hubieran abierto un grifo y ahora no hubiera forma de cerrarlo. La experiencia del probador había sido nuevamente descubridora, no solo de nuevas posibilidades sino también de mí misma, de conocimiento de nuevos horizontes de experimentación, de descubrimiento de una parte de mí que no imaginaba tan atrevida o tan irreflexiva. No creía que tuviera los límites tan lejos.
En el interior de aquel probador  llegué a tal estado de excitación que a partir de ese momento quería volver a experimentarlo pero no sabía cómo. No me refiero a un placer puramente sexual, sino a un placer de enriquecimiento, de descubrimiento. Así que el resto de la semana, mientras el jefe me dejaba un poco de lado, fui dando tumbos sin saber muy bien qué hacer para volver a situaciones parecidas.
No sé qué día hice qué, pero recuerdo varias de las cosas que hice. Un día me desnudé en mi casa, por la noche, con mis padres ya dormidos, y me paseé por todo el edificio, escaleras arriba y abajo, tomando el ascensor, con el corazón en un pálpito cada vez que se abrían las puertas por la posibilidad de que alguien estuviera esperando en el piso. Recuerdo que llegué a entrar en el cuarto de las bicis, que me monté en la de un vecino que no está mal (si supiera que lo hice creo que le habría gustado), que me froté con su sillín, que me puse sus guantes y me toqué con ellos... Si en ese momento alguien hubiera entrado en el portal y me hubiera escuchado, si hubiera abierto la puerta por seguridad o curiosidad, me habría pillado sin remedio. El cuarto de bicicletas esta en la entrada del portal y no tiene más que una puerta, es pequeñíto y no tiene dónde esconderse. De todos modos tengo que reconocer que lo hice muy de madrugada. 
Otro día recuerdo que intenté de nuevo lo del probador. No quise volver al mismo por el propio hecho de que ya había funcionado. Temí que quisiera más. Yo no quería llegar siguiera al punto donde había llegado ese hombre (fríamente, aún me costaba creer que hubiera permitido tocarme de esa forma), así que lo intenté en otras tiendas. En una se me quedó mirando el dependiente con cara de profesional (de lo más divertido) y me empezó a dar diferentes prendas. Me desnudé delante de él varias veces, sin ocultar nada, y se le notaba todo bajo los pantalones, pero no se atrevió a tocarme. Eso me provocó. Le hice preguntas quizá demasiado directas, esperando que rompiera la barrera. Le pregunté si creía que mi cuerpo lucía bien en lencería o tenía prendas ajustadas para que se me notase todo (mientras me pasaba la mano por atrás o por el sexo, dando a entender que quería que se me notase incluso los labios vaginales). El pobre hombre se asustó, me dijo que a lo mejor encontraba eso en sex shops y me dejó. No encontré otro dependiente dispuesto.
En general, también comencé a ser más descuidada en mi habitación. Solía andar desnuda con la ventana cerrada y las cortinas y persiana abiertas, y me acercaba demasiado a los ángulos desde donde podía ser vista, o me tendía en la cama con las piernas abiertas a leer. Mi ventana da a un edificio que está a unos cien metros de distancia. Desde algunos pisos más elevados, con unos prismáticos, cualquiera que reparase en mi habitación podría verme cuanto quisiera.
El caso es que en toda esa semana, mientras yo experimentaba por mi cuenta, mi jefe apenas me hizo caso. Sólo se dirigía a  mí por temas de trabajo. El viernes por la tarde esperaba tenerlo a la espera de que me conectase con mi chico. Pero no apareció. Ni antes, ni durante. El encuentro vía cam me resultó casi soso y me fui a casa un poco chafada.
El fin de semana lo pasé un poco angustiada. Tanto tiempo libre sin saber qué hacer recuerdo que me desquició. Pero tengo que reconocer que aún usaba poco la imaginación. Volví a repetir (creo que fue el sábado por la noche) el paseo por las escaleras. Esta vez bajé vestida hasta el garaje, donde están los trasteros. Deje mi ropa en el de mis padres, cerré con llave y salí desnuda, de manera que solo había un pasillo por donde volver a recuperar mi ropa. Si alguien se acercaba a la hilera de trasteros me pillaría sin remedio, tenía que recorrer un pasillo largo y recto de vuelta, donde no había lugar para esconderse, y abrir con llave una puerta. Me paseé por los trasteros, salí al garaje comunitario, subí por las escaleras de otro portal que también comunica con el garaje. Pero había algo que no me terminaba de llenar como otras veces. Seguía teniendo en la cabeza a mi jefe. Su indiferencia durante toda la semana me preocupaba. Cómo eres Marta. La cuestión es perder la tranquilidad, unas veces por que te pillan y otras por que no te pillan. Y el desasosiego del fin de semana me llevó a tomar la determinación de hablar con mi jefe el lunes. ¿Había hecho algo que le había molestado? ¿No quería saber nada más, precisamente ahora que yo empezaba a necesitarlo?

lunes, 9 de febrero de 2009

Un "impass"

Quiero hacer un impass porque me parece importante responder a Kinyla. Me he dado cuenta de que quizá las cosas que me han pasado son tan diferentes a la experiencia digamos cotidiana que puede resultar sospechosa, o que puede parecer falsa. Tengo que aclarar que cuento las cosas desde mi presente, que no solo es diferente al de las mayoría de las personas sino también a mi estado anterior, en el momento en que pasaron estas primeras experiencias. Hago un gran esfuerzo por intentar ponerme en el lugar de la chica que fui, de recordar las historias tal y como yo las experimenté. Por eso soy consciente de que a veces repito demasiado algunas cosas como que "esa situación me superaba" o "me sentía bloqueada". Sé que en varias ocasiones he repetido los mismos recursos para contar las cosas que me pasan. Pero prefiero repetirme si con eso consigo poner al que me lee en la situación en que yo he estado en ese instante.
Yo lo cuento todo desde una situación muy diferente. Ahora recuerdo aspectos de mi vida que para otros serían escandalosos como algo anodino, ingenuo, incluso soso. Volviendo al tiempo que cuento, me sorprendo a mí misma diciéndome lo simple que era. Ahora Kinyla me dice que no sabe si lo que cuento es cierto o no, y me doy cuenta de que desde un punto de vista "corriente" o "normal" mi relato puede parecer increíble.
Por favor, tened en cuenta que yo hablo de mis experiencias desde el otro lado, desde el lado de quien ya las tiene en su pasado, trilladas, masticadas. Perdonad si a veces cuento cosas que pueden parecer increíbles como si fuera lo más normal. Intento esforzarme en este sentido pero no siempre lo consigo.
Pero quiero aclarar que lo que cuento es real. Mi única condición es el anonimato. Si todo esto fuera falso, no me costaría nada adornar mi blog con fotos también falsas, como veo que hacen otros blogs que se aseguran las visitas de esa forma. Mi anonimato quiero que sea una complicidad con el lector, un acuerdo. Yo cuento mis experiencias con la mayor honestidad que me es posible, pero a cambio pido que no se espere otra cosa. Ni fotos, ni lugares, ni nombres.

Lo pido por una razón, que la gente de mi entorno no lo entendería. Es la misma por la que quien lee este blog se sorprende de lo escrito. La gente sigue siendo muy simple. ¿Cómo no va a sospechar cualquiera que lea este blog que sea falso si nos meten a todos la misma mentalidad en la cabeza? 
Estoy harta de que nos manipulen de esa forma, que en las películas americanas la actriz de turno se coloque una sábana entre su cuerpo y el del actor, que se tape en una escena de sexo y todo el mundo lo vea natural, que la mujer tenga que demostrar que antes del sexo el hombre tiene que recorrer una serie de obstáculos absurdos. Estoy harta de que cuando en USA necesitan médicos (o abogados, o policías) se inventen una serie (o varias) en las que todos se enrollan con todos, médicos, internos, residentes, pacientes o que pasaban por aquí, para que creamos que esa vida es la felicidad que buscamos. Estoy harta de que en las pelis me pongan la  musiquita romántica cuando hay que llorar y la musiquita de terror cuando hay que asustarse. Y solo hablo de pelis y de series porque la forma de meternos la cotidianidad, la rutina, lo que está bien, lo que está mal es mayoritariamente visual hoy en día. Y la forma de ocultar lo que no se considera bueno es impidiendo que aparezca en dichos lugares.
Estoy harta porque eso es lo que hace que las personas sigan creyendo que cosas como las que yo escribo no pueden existir, porque me es mucho más difícil encontrar gente que esté de acuerdo conmigo (que me comprenda, en el sentido filosófico de hacer propia la forma de vida de una), con la que pueda relacionarme. Estoy harta porque al final, lo que me pasa muchas veces al intentar hacer mi vida es que me encuentro con salidos o depravados o desalmados que no son sino la otra cara de la misma moneda que nos están vendiendo. La basura creada por esta misma sociedad intransigente.
Ahora ya sabéis cuál es la verdadera razón de este blog. No se trata solo de abrirme a los demás, ni de hacer un acto de catarsis personal (que también) sino de intentar abrir los ojos y demostrar que hay otras cosas más allá de lo que nos venden. Sé que no lo voy a conseguir. Sé que seguiré teniendo que mantenerme en el anonimato porque de lo contrario puedo hacer sufrir a mi madre o a mi gente cercana. Sé que me echarían de mi trabajo, que amigas mías romperían relaciones, que intentarían aprovecharse de mí...

Perdón por una honestidad tan sangrante. No quiero volver a ser desagradable y si hiero a alguien con lo que he dicho, lo siento. No es mi intención. Pido perdón a quienes, como Kinyla (supongo que ella no es una excepción), les resulta difícil creer lo que cuento. Me esforzaré en ponerme en la piel del lector. 
Hasta pronto (espero).

Eres el visitante número:

Free Web Counter