miércoles, 22 de abril de 2009

El vecino de nuevo

Antes de empezar este capítulo tengo que dejaros unas palabras de disculpa. Lo siento de veras, y entiendo que habré perdido lectores, pero es que me están pasando cosas en mi vida personal que de momento no puedo evitar y que me quitan tiempo y sobre todo ganas de escribir. Necesito cierta paz interior para poder concentrarme y escribir sobre cosas que han pasado ya hace un tiempo y el presente me está quitando esa paz. Lo siento de veras, espero que podáis entenderme. Seguiré escribiendo, pero me temo que no puedo prometer un ritmo muy seguido. Dicho esto, empiezo con este capítulo.

El viernes a las seis y media de la tarde, después de salir del trabajo, fui a la casa donde estaba el pisito de mi jefe. No había quedado con él, sino que fui directamente al piso del vecino. Antes de llamar, me quité mi ropa (en la escalera, por supuesto) y me puse la que me había dejado él, que llevaba en una bolsa. Metí bien doblada mi ropa en la bolsa y llamé a la puerta. Me volvió a abrir el chico. Se quedó un tanto asombrado de verme. Y aún más de verme con su ropa. Según me contó después creyó estar viviendo un "dejá vu", de nuevo yo con las mismas ropas, delante de su puerta. Le sonreí y le dije, "vengo a devolverte la ropa que me dejaste". El chico abrió la puerta aún sin decir nada. Llevaba el mismo pantalón de pijama y ese día también la parte superior. Por lo visto había estado hasta ese momento frente al televisor, comiendo alguna bolsa de gusanitos o palomitas. Me invitó a entrar a la sala de estar, apagó el televisor y recogió un poco el desorden sobre al mesita que había entre la tv y el sofá.

–Vengo a devolverte la ropa –le dije–. Te estoy muy agradecida, porque los cabrones de mis amigos no me habían dejado nada. Me han dicho que ya sabían que yo me las arreglaría. Pero eso no se hace.
No es que me guste decir tacos, pero en ese momento estaba pensando en mi jefe, y lo de cabrones iba por él. Él me dio la razón.
-Como ves, traigo tu ropa puesta –le dije sonriendo–. ¿Quieres que te la devuelva?.

El chico, muy tímido, sonrió.
–Bueno –me dijo– si la necesitas...

–Yo había pensado –repliqué, sonriendo– en que quizá te gustaría recuperarla... Pero para eso tendría que quitármela.
El chico se puso nervioso. Ya dije que era muy tímido, a pesar de que ya había estado con él se sentía fuera de lugar. Así que forcé un poco las cosas:

-¿Me puedes ayudar?

Ya sé, soy muy mala. El tío hecho un flan y yo pinchándole. Pero es que si no, nos quedábamos estancados ahí. A veces los chicos sois muy tontos. Con las manos temblando, me desabrochó la camisa. Yo no llevaba sujetador. Así que sin la camisa me quedé desnuda de cintura para arriba. Sus manos fueron enseguida a mis senos. Yo me reí y me aparté, y le dije que no quería que me tocara aún. Entonces sus manos se acercaron al cinturón del pantalón. Lo desabrochó y el pantalón, que me venía grande, se cayó. Tampoco llevaba braguitas (ni nada que las sustituyera, el día anterior él me había dejado lo imprescindible para dar el pego de vuelta a casa). El vecinito se agachó para quitarme las perneras del pantalón y yo abrí a propósito las piernas para que sobre su cabeza se quedara bien expuesto mi sexo.

Hay algo en exponerme desnuda que me vuelve loca. Pero en aquel momento no quería perder la cabeza. Quería que ese chico estuviera por un rato a mi merced. Le dije, dame algo de merendar, anda. Y me dirigí a la cocina, de la que tenía buen recuerdo de la vez anterior. Me senté sobre la mesa, esperando mientras él abría el frigo y miraba qué había en él que me pudiera ofrecer. Sacó un trozo de fuet y un poco de queso. El queso me lo comí y cuando vi el trozo alargado de fuet, le dije si no tenía hambre. Sonrió por el doble sentido de las palabras. Entonces le pregunté, ¿si me metiera esto aquí te lo comerías? señalando mi culo. El tío asintió con la cabeza, aún sonriendo. "Entonces, métemelo todo". Me baje de la mesa y me agaché sobre ella, como la última vez. El chico intentó que comenzara a entrar, pero estaba demasiado seco, así que sacó un recipiente con aceite y empezó a embadurnar mi ano y a meter los dedos untados en aceite. Yo le llamaba la atención cada vez que su mano se acercaba demasiado a mi sexo, que no eran pocas veces. Después, fue más fácil que el fuet entrara. Yo lo notaba, poco a poco entrando y recolocándose a cada empujón, hasta que al final estuvo todo dentro. El chico empujó hasta que el otro extremo desapareció. Entonces empujé lo justo para que apareciera la puntita, y le dije: ahora come.
Le faltó tiempo para poner el morro en mi culo y empezar a mordisquear el fuet. Le dije que no utilizara las manos. Yo notaba su boca, su lengua y a veces sus dientes, y me excitaba un montón. Le dije que si quería podía comer pan, pero que lo untara antes en mi sexo. Y así empecé a experimentar la masturbación más extraña que me habían hecho nunca. Se me escaparon al menos dos orgasmos mientras duró la comida. Mi culo se llenaba de su saliva, su lengua y su boca humedecían mi piel, mi ano y mi sexo, en su intento de pillar un trozo de fuet. El pan se frotaba contra mi clitoris y muchas veces lo metía hasta dentro. Era una sensación extraña y muy placentera.

Cuando terminó, le dije que me limpiara bien, que no quería un resto de fuet ni de pan en mis partes. Le pregunté qué le había parecido y me dijo que no había estado tan excitado en su vida. Me fijé en su pene bajo el pantalón de pijama y el bulto lo confirmaba, así que me acerqué, aún sin dejarle tocarme y se lo agarré por encima de la tela. Después metí la mano dentro del pantalón y empecé a masturbarle lentamente. Su tronco, ya lo dije el día anterior, era enorme y daba gusto ver cómo palpitaba al apretar la mano en su torno.

Para entonces yo estaba totalmente ida, claro. Mi mente ya había perdido la razón hace rato y si este chico me hubiera conocido mejor habría sabido que podía haber hecho lo que quisiera. Me dijo que me había limpiado cuanto había podido pero que aún me quedaban restos y no quería que manchara mi ropa. Así que se desnudó y me llevó a la ducha. Entramos los dos juntos y me enjabonó entera. Estuvo acariciándome un rato, yo en una nube, sus dedos suaves sobre mi piel, sobre mis pezones, mi culo, mi sexo. Facilitado por el jabón, sus dedos se deslizaban con tanta suavidad que daba un respingo cada vez que pasaban por mi clítoris.
Después cogió un jabon de mano, era uno de una marca conocida, no recuerdo de cuál, pero sí que era con forma ovalada como un pequeño balón de rugby. Abrazándome el uno frente al otro, me abrió las nalgas y empezó a hacer fuerza para que entrase. Estaba resbaladizo y mojado, pero aún así era ancho y le costaba entrar. Me abracé a él con fuerza, cerrando los ojos mientras le dejaba hacer. Al fin entró entero y se quedó dentro. Lo sentía caliente, como el agua que caía sobre nosotros. Entonces le besé. Me sentía transportada. Cuando alcancé un nuevo orgasmo, el chico me secó, aún con el jabón dentro y me sacó de la ducha. Entonces le dije al oído: haz conmigo lo que quieras.
¿De veras harías cualquier cosa? Me dijo mirándome a los ojos, empujando violentamente con los dedos el jabón dentro de mi culo. Asentí con la cabeza, con un respingo al sentir mas dentro el jabón.
Entonces comenzó una locura. Lo dejo aquí porque sino no lo publicaré nunca. Pero espero (sinceramente) no tardar tanto como la última vez.

Un beso a todos y gracias por vuestra paciencia.

viernes, 17 de abril de 2009

Los números binarios

El día después de la aventura con el vecinito era miércoles, aunque tampoco importa mucho. Iba camino del trabajo y me calentaba la cabeza mientras me acercaba. Cómo podía haberme dejado allí, sabiendo que estaba desnuda, sin otras llaves que las mías. Cuanto más lo pensaba más me irritaba. Porque podían haber pasado mil cosas en esa hora y media larga que estuve en casa del vecino. Podía haberme pasado algo con ese tío, que él mismo había tachado de raro. O aunque ese tío no me hiciera nada malo, podían haber salido las cosas torcidas. Podía haber terminado enfadada con él, o él conmigo, o podía haberse ido, o no querer abrirme por mil otras razones cuando volví a llamar, y entonces yo me habría encontrado en la escalera sin saber a dónde ir, con tan solo una toalla (que encima perdí mientras subía corriendo), con ese hombre que me había visto  y sin duda seguía escaleras arriba en mi búsqueda. No sé qué habría pasado si el vecino con el que había hecho el juego no me hubiera abierto. Porque encima, yo tenía eso dibujado en mi culo, porque además, no estaba totalmente limpia (acababan de correrse en mi culo, y había sudado), y no sé a dónde habría llamado en petición de ayuda en ese estado. Solo de imaginar que tenía que llamar a otra puerta y tener que enfrentarme a otro desconocido, o a una mujer, o un niño, me dan escalofríos.
Cuando a la mañana siguiente llegué a la ofi ni se me ocurrió ir a verle. Fui directa a mi mesita, muy seria. Él no se dignó a salir de su despacho hasta mediada la mañana, aunque sabía perfectamente que yo había llegado como siempre a primera hora. Entonces pasó como si nada delante de mi mesa, pidió algún papel a uno de mis compañeros y al volver me dijo, Marta, ven un momento al despacho.
Estaba enfadada de verdad, así que fui muy seria, cerré la puerta y me senté callada. Bueno –dijo después de unos segundos de mirar sus papeles– no tienes nada que contarme? Y creo que eso fue la puntilla. Ni una excusa, ni un lo siento. Creo que empecé a hablar demasiado alto. Le dije que cómo podía haber hecho algo así, que si estaba loco, etc. Él me llamó al orden, con una señal me recordó que podían oírnos, me calmé un poco, pero le seguí diciendo que no podía hacerme eso.
Cuando consiguió que dejara de hablar me respondió que no era su intención, en un principio, dejarme allí, pero que al hacerse tarde, él no tenía ninguna excusa con su familia así que había tenido que irse. Sí que pensó que quizá mi tardanza se debiese a algún problema, pero subió hasta el piso del vecino, pegó la oreja y escuchó claramente mis grititos, que ya era capaz de reconocer cuando eran de gusto, e imaginó que había decidido ir más allá de lo que se me había pedido en el juego. Como ya tenía que estar escarmentada del último día, supuso que llamar no haría más que interrumpir. Por otro lado, decidió dejar mis llaves porque dejar las suyas era peligroso. Si dejaba debajo del felpudo las llaves de ese piso cualquiera podría entrar. Si encontraba las mías e intentaba entrar no le servirían de nada.
Me fui calmando. Tenía parte de disculpa, pero no toda. Desde mi punto de vista no podía dejarme así, desnuda, sin ninguna alternativa.
Él sonrió y me pidió que le contara lo que había pasado. Bueno, los que habéis llegado hasta aquí se supone que ya habéis leído mi post anterior, así que no voy a repetir toda la historia (qué aburrimiento). Primero le conté cómo el vecinito escribió los números sobre mis nalgas. Mi jefe se llevó la mano a la frente y se acordó en ese instante de esa parte del  juego, así que me pidió que me desnudara para comprobarlo. Yo aún estaba enfadada y vacilé un momento, pero pudo más mi curiosidad por saber qué era lo que habían escrito en mi culo, así que obedecí. Me agaché sobre el escritorio de mi jefe y se dedicó a transcribir los números al papel, mientras me tocaba y me masturbaba a ratos. Mientras tanto, yo seguí contando el resto de cosas que me habían pasado con el vecino, que no había podido evitar ver su bulto, que no quería hacer otra cosa que tocárselo, que después de eso no me pude negar a seguir, que él no tenía condón y decidimos hacerlo por atrás, etc. Después le conté la parte en la que me había quedado en la escalera esperando que todo fuera una broma suya, y que terminé por volver a casa del vecino que gracias a dios me dejó unas ropas suyas para volver a mi casa.
Mi jefe terminó de escribir antes de que yo terminara de contar mi historia, así que me di la vuelta, dejando mi sexo frente a él. Mientras yo terminaba el relato se dedicó a seguir masturbándome, así que yo  había perdido casi mi enfado y lo había sustituido por un calor y un aturdimiento, en parte molesto porque quería seguir enfadada con mi jefe, y en parte demasiado tentador para apartarme.
Cuando terminé mi relato entre sofocos y suspiros, mi jefe sonrió. Me dijo, sin dejar de tocarme, "¿ves cómo todo tiene buen fin? Si yo no te hubiera dejado allí no habrías conseguido una excusa para volver a ver a ese chico que te gusta. Quiero que vuelvas a su casa con su ropa puesta y tu ropa en una bolsita". A continuación, mi jefe me dijo lo que tenía que hacer una vez que estuviera de nuevo con su vecino. Me dijo que no fuera esa misma tarde, sino la siguiente, que era viernes. Por un lado me venía mejor, los viernes no había clase. Por otro, no podría estar con mi novio por webcam, pero en aquel momento, con las manos de mi jefe en mi sexo, en mi culo, en mis pechos, era lo que menos me importaba. A poco llegué a un orgasmo que me dobló sobre mi jefe. Me quedé ahí un momento, agradeciendo sus caricias.
Mientras sus manos recorrían suavemente mi piel, le pregunté a mi jefe por los números. Me dijo que la pregunta que había escrito en el papel solo la podía responder alguien como ese chico. Lo había visto muchas veces con cds, yendo y viniendo con discos, algún teclado y otras cosas de informática. Así que lo más apropiado era una pregunta de ordenadores. La pregunta era cuánto era un un gigabyte y medio en bits, tanto en números binarios como en el sistema decimal. Por entonces yo no sabía del sistema binario ni que existía, mucho menos hacer un cálculo de ese tipo. Bueno, no recuerdo la respuesta, lógicamente, solo que tenía una nalga atacada de unos y ceros y la otra con la cifra en decimal. Mi jefe me explicó en qué consistía en general toda esa parafernalia, aunque lógicamente lo he olvidado casi todo. La pregunta también la había olvidado, no se hablaba mucho de gygabytes y esas cosas por entonces. Para mí era chino. Pero con el tiempo, cuando la palabra gygabyte y bits se han convertido en populares, cada vez que oigo alguna de esas palabras recuerdo el episodio y la pregunta.
Después me vestí y salí del despacho. Hubiera querido odiarle, decirle que no repitiera otra vez lo que había hecho el día anterior, pero la verdad es que me sentía en el cielo y mi enfado había desaparecido. Y la idea que me había dado para volver a ver al vecino me gustaba.
Me fijé un momento en mis compañeros, al salir del despacho. Por fortuna nadie había oído mis gritos en la discusión, o eso pensé.

miércoles, 8 de abril de 2009

El vecinito

Una historia con el vecinito es algo que compartimos de manera secreta muchas mujeres, como los primeros escarceos con alguien de la familia (en mi caso un primito). Tengo que decir que a partir de mi "relación" (por llamarlo de algún modo) con mi jefe ha habido muchas experiencias de este tipo, pero ésta fue la primera (la primera seria, se entiende. Todas tenemos alguna anécdota de adolescencia con el vecino con el que jugábamos de niñas o con algún otro vecino mayor que siempre nos había gustado y de repente, a los catorce o quince años, nos veía de forma diferente).
Empiezo donde lo dejé. Había vuelto de Semana Santa con las pilas cargadas. Pero mi jefe seguía un poco reticente, aún le pesaba lo que había pasado. "Marta -me decía-, no sé si puedo dejar este peso en tus manos". Yo lo entendía. No sabía si podía confiar en mí. No sabía si podía estropearlo todo, yendo más lejos, o cometiendo algo que no tuviera remedio. A mi pesar, lo entendía, porque ni yo misma estaba segura de que fuera a controlar las situaciones. Había visto por primera vez la parte más oscura de todo ese mundo.
Quiero aclarar que a veces tampoco entendía a mi jefe. Por un lado me estaba pidiendo poder confiar en mí, por otro que me arriesgara. Lo digo porque, a pesar de todo el asco, había algo en el episodio con el fontanero que había terminado por gustarme. Esa sensación de caer en un abismo del que no conoces el fin tenía también su lado "amable". Una parte de mí se había excitado al dejar hacer, al sentirme utilizada y no poder evitarlo. Entonces, ¿por qué en conjunto estaba mal? Esto lo entendí más tarde (no me atreví a plantear mis dudas entonces). El riesgo es necesario, pero hay que evitar el peligro. Son conceptos diferentes. Por otro lado, el riesgo hay que tomarlo como parte de un juego. Cuando el resultado de que el episodio salga mal es demasiado caro, no compensa el premio (que es la excitación o el placer).
Sé que cuando me pongo en este plan no resulto tan interesante, pero es parte importante para entender mi relación con mi jefe. Algunos de los que me leéis os habéis referido a él como un amo de sadomaso y a mí me habéis visto como una sumisa. Reconozco que algo de eso hay, como de muchas otras cosas en nuestra relación. Pero mi jefe no se centra en su propia excitación o en su placer, ni en mi dolor, o mi sumisión completa, como lo haría un amo. La primera intención de mi jefe fue siempre abrirme a un mundo diferente, en el que soy yo quien debo entrar si quiero, en el que soy yo quien descubro. Parte del placer que conseguía mi jefe con esta relación se debía a eso. Por eso, no me veréis usar un lenguaje muy técnico de sadomaso o como se llamen esas disciplinas, porque ni siquiera lo conozco. Lo que nos importa es conseguir la excitación plena, el éxtasis. Eso cada vez se vuelve más difícil. Y a veces eso nos hace ir demasiado lejos. Ahí es donde debe aparecer ese control del que yo carecía el día del episodio del fontanero. Para adquirir el conocimiento de ese control aún faltaba mucho. Creo que, aún hoy, a veces se me va todo de las manos.
Está bien, basta de filosofías y vamos con el tema. Mi jefe tardó otra semana en llamarme al despacho y preguntarme si realmente quería continuar con todo aquello. Sonreí, porque estaba esperando un movimiento por su parte que no llegaba, cerré la puerta de su despacho con el pestillo y me desnude por completo. Él no dijo nada. Me acerqué a su sillón y le lleve una mano a mi culo. Se entretuvo acariciándome primero las nalgas, después mi sexo, ya húmedo. Empecé a sentir que se me iba la razón. Le dije: "si quieres, salgo ahora mismo así al pasillo". El hombre sonrió y me dijo "quita, quita, que me arruinas". Dejó de tocarme y me dijo que me vistiera. Que volviera a la dirección donde tenía aquel piso por la tarde, después de las clases que tenía en la uni. Las clases, creo que ya lo he comentado, eran nocturnas, única forma de combinar trabajo y estudio, así que, en principio, salía de ellas a las diez de la noche. Muchas veces me las fumaba, dependiendo del profesor o de la materia. Las hay que no necesitaban que aparecieras por clase nunca. Ese día salí a las nueve y estaba en casa de mi jefe a las nueve y media.
Mi jefe me dijo que me iba a dar una idea que podía generarme muy buenos ratos. Era una forma de explicar a un desconocido que una persona hiciera una locura como desnudarse en la escalera. La idea era tan sencilla, y tan divertida, que no entendía cómo no se me había ocurrido.
Me dijo que quería que la practicara con un vecino de esa casa. Un joven de unos 30 años que por lo que él sabía era un tanto raro y solitario. Nunca le había visto con una mujer. Apenas saludaba en el ascensor. Las veces que habían coincidido le había dado una impresión muy clara. No le extrañaría que aún no hubiera visto una chica desnuda en su vida.
30 años, por lo que me llevaba más de diez. Para mí no es que significara demasiado (mi jefe tenía más de 40 por entonces). Significaba según quién fuera el que los tenía. Desde luego no me era muy atractivo en un hombre inexperto. Recuerdo que le pregunté a mi jefe si era guapo, aunque en realidad no me importaba demasiado, porque ni sé qué me respondió. El juego empezaba saliendo al rellano desnuda. Bueno, tan solo con una toalla.
Subí las escaleras hasta el cuarto, planta donde vivía este chico, respiré hondo y pulsé el timbre. Abrió casi al momento. No es que fuera muy guapo, ni feo, pero tenía la cara típica de no haber roto un plato. Un "buenito" que, como estaba en su casa, y me parece muy bien, pues estaba con una ropa bastante informal. Camiseta por fuera, pantalón de pijama y zapatillas de andar por casa. El tío se me quedó mirando con una expresión de asombro absoluto. Claro, imaginaos que os encontráis en vuestra puerta con una chica que solo lleva una toalla. Yo sonreía como una tonta y le dije que por favor me dejara pasar, que necesitaba su ayuda. El chico se lo piensa, me mira de arriba a abajo, se lo vuelve a pensar y al final abre la puerta y me deja entrar.
Lo primero que le dije al cruzar el recibidor fue "Dios que vergüenza. Oye, no quiero molestarte, pero necesito que me ayudes". (Es la forma de empezar este juego). A continuación le expliqué lo que ocurría. Estábamos jugando mis amigos y yo a un juego parecido al trivial pero con toque erótico. Estaban jugando dos parejas y yo. Al principio iba ganando, pero una mala racha me había desprovisto de toda la ropa y como después de desnudarme no podía hacer nada más (las novias de mis amigos no estaban dispuestas a que ellos me tocasen o me hiciesen algo más allá de verme desnuda) se les había ocurrido que tenía que cumplir una prenda con un vecino de la casa. Por eso estaba allí. Todo lo dije con una sonrisa nerviosa. El pobre tío ni se movía, ni hablaba. Parecía un muñeco delante de mí, que me miraba de vez en cuando la toalla que, como era la misma de la última vez que estuve en casa de mi jefe, ya sabéis cuánto tapaba.
Le dije que tenía que desnudarme delante de él, y lo hice. Me quité la toalla y la dejé en un sillón. Volví a repetir "que vergüenza" y me cubrí el rostro con las manos, cosa que aproveché para mirar su bulto bajo el pantalón de pijama, ya bastante grande. Después le dije que mis amigos me pedían una prueba de que realmente había cumplido. Para ello, él tenía que escribir algo que llevaba en un papel. ¿Y dónde llevaba el papel? No tenía bolsillos y no lo llevaba en la mano. "Lo tienes que sacar tú -le dije-. Hazlo con suavidad, por favor". Me apoye en la mesa del comedor y abrí las piernas, mirándole a los ojos. El tío no se lo creía. Me miró de arriba a abajo de nuevo y se quedó mirando mi sexo. Yo lo abrí con dos dedos y le dije "ayúdame, porfa. Necesito terminar con esto cuanto antes". El tío no esperó que se lo pidiera una tercera vez. Puso su mano en mi sexo y yo retiré la mía. En lugar de meter los dedos en busca del rollito que en realidad me había metido mi jefe, empezó a frotar lentamente. Creo que se me encendieron las mejillas. No creáis que era tan normal para mí estar ahí, desnuda, con las piernas abiertas, dejando hacer a un desconocido. Quizá debía haberle dicho que hiciera lo que le había pedido, pero me subió un acceso de calor y de vergüenza al notar sus dedos ahí. Recuerdo que suspiré. Su otra mano fue a mi pecho y empezó a frotarlo suavemente. Le dije "como sigas así, se va a humedecer el papel y no vamos a saber qué dice. El tío no me hizo caso y yo no insistí. Le dejé hacer. Me estaba masturbando y lo hacía bien, suavemente, sin intrusión, deteniéndose en mi clítoris. Supongo que mis mejillas ya estaban rojas. No puedo esconder mi excitación, y mucho menos un orgasmo real. Se me nota siempre en las mejillas y en los ojos. El orgasmo me llegó en pocos minutos. Después me abracé a él. Suspiré y el vecinito me agarró de las nalgas. "Por favor, haz lo que pide el papel". Me di la vuelta y abrí las piernas. Entonces sí, metió dos dedos, buscó y sacó el rollito de mi vagina. Yo gemí, esperando que siguiera, pero se entretuvo leyendo lo que ponía. Sonrió y buscó una calculadora.
¿Con qué escribo? Me dijo el chico. Me encogí de hombros y le dije si tenía algún rotulador gordo. Cogió uno que tenía para escribir en CDs y, después de hacer unas cuentas con la calculadora empezó a escribir en mi nalga izquierda. Mi jefe no me había dejado mirar el papel, así que no sabía que tenía que escribir. Tardó un buen rato en terminar de escribir en esa nalga y después escribió algo en la otra y me dijo "ya está".
Me di la vuelta, le sonreí y me quedé mirando directamente a su bulto en el pijama. "bueno, le dije, tu me has tocado. No te importará que yo también lo haga". El tío se limitó a encogerse de hombros, y con una sonrisa, le cogí el miembro a través del pantalón de pijama. Parecía enorme y notaba sus pulsaciones. Pero el chico estaba como un pasmarote. Metí la mano dentro del pantalón y toqué directamente el pene, ya completamente erecto. Mis manos empezaron a acariciar el escroto y los testículos y a rozar la piel de su pene, a agarrarlo de repente y apretarlo en mi mano. Estaba muy excitado, tenía miedo de que se corriera, pero él no se movía. Estaba paralizado. Entonces me detuve. Le dije molesta, "parece que no te gusta", y empecé a sacar mi mano de su pantalón pero él me detuvo, cogiéndome de la muñeca. "Sigue, por favor". Yo sonreí.
Le baje el pantalón y los boxer y se los quité. Me excitaba verlo solo con la camiseta y ese pene y su culo que asomaban bajo ella. Me arrodillé y empecé a frotarlo por mi cara lentamente, chupándolo cada vez que mi boca se encontraba con él. Mis manos seguían frotando sus testículos suavemente. Finalmente me lo llevé a la boca. El chico me cogió de la cabeza y empezó a mover las caderas, follándome la boca. En poco más de un minuto, me apretó hacía él, me hizo daño metiéndome el pene hasta la garganta, y se corrió. Me costaba respirar y me daban arcadas, al tocar el pene mi garganta, y el tío estuvo lo que me pareció una eternidad corriéndose en mi boca. No tenía forma de retener el semen, así que me lo tuve que tragar para poder respirar, porque mi nariz encima se pegaba a su piel y me resultaba muy difícil encontrar aire. Cuando me soltó empecé a toser, pero el tío me ayudó a levantarme. Me di cuenta de que su miembro no había perdido ni un ápice de dureza, que seguía erecto y grande. Me dio la vuelta, y me iba a follar cuando le dije que parara. Le pedí que se pusiera preservativo, y me dijo que no tenía. Yo estaba muy excitada. Quería tanto como él que me follara, pero no podía permitirlo sin condón. Tenía reciente la última aventura y dónde habíamos terminado. Así que le cogí de la mano, fui a la cocina y busqué aceite. Me unté en el culo, me introduje los dedos en el ano delante de él, mientras observaba cómo él se masturbaba mirándome, y después me agaché sobre la mesa de la cocina. Allí abrí mis nalgas con ambas manos y le dije "Úsame por atrás, por favor". Recuerdo que le dije úsame, después me divirtió haber usado esa palabra, pero en aquel momento estaba tan excitada que solo quería provocarle. Y funcionó, porque el tío me metió su pene lentamente, pero sin pausa. Me resultó doloroso en la primera embestida. Ya digo que era grande y estaba muy duro, a pesar de haber descargado hacía unos segundos. Después se agachó sobre mí, me agarró de los hombros y empezó a entrar y salir con más fuerza. Notaba que mi ano se ensanchaba y el dolor dejó paso a una sensación intensa, muy morbosa, al sentirme invadida. Empecé a contraer mi esfínter, para complicarle la entrada, y él respondió haciendo más fuerza. Así que tuve que relajarlo para evitar el dolor. Esta vez estuvo un buen rato entrando y saliendo. No sé cuánto tiempo. Mi primer orgasmo llegó enseguida y creo que sumé dos o tres más en el tiempo que él siguió empujando. Empezamos a sudar, nuestra piel resbalaba, pero no disminuyó nada la energía de sus embestidas. Yo estaba cansadísima, pero él estaba sobrado y parecía empujar cada vez más fuerte. Cuando vi que ya estaba cerca, yo estaba fuera de mí, pero también muy cansada, así que en una de las embestidas, cuando estaba dentro, volvía  contraer el esfínter. El tío empezó a empujar más, se abrazó con fuerza para atraer mi culo y entrar lo más posible y al instante noté su líquido caliente dentro. Unos segundos después se apartó y se sentó en una de las sillas de la cocina. Yo me quedé sobre la mesa, extenuada. No me importó que empezara a deslizarse el semen por mi pierna, ni que mi sudor mojara la mesa, a pesar de lo antiestético de la huella de mis senos en ella. Estaba tan cansada que me dio igual todo durante unos minutos.
Aún no me había incorporado cuando él se levantó de su silla y empezó a acariciarme. Yo sonreí. Me gustaba aquel chico. Era muy, muy tímido, y sin embargo sabía tocar. Me levanté y los dos desnudos aún estuvimos un rato besándonos, abrazados, y acariciándonos. Después, le pregunté si se había borrado lo que había escrito. Me contestó que no, sonriendo. Nos despedimos, cogí la toalla y bajé de nuevo al piso de mi jefe.
Ni me acuerdo de cómo baje hasta el piso. Así como otras veces, pasear desnuda a altas horas de la noche por la escalera había resultado una aventura, de ese día, a una hora mucho más temprana, en la que era posible encontrarse con cualquiera que volviera del trabajo, no recuerdo nada. Sin embargo, aún me esperaba una sorpresa. En el piso de aquel chico había estado por lo menos hora y media. Llamé a la puerta del piso de mi jefe. No respondió nadie. Esperé unos minutos. Volví a llamar. Empecé a acordarme de todos los muertos de mi jefe, creyendo que me estaba gastando una broma y que en cualquier momento podía salir un vecino de al lado, o que podían estar perfectamente mirando por la mirilla de alguna otra puerta. Llamé por tercera vez. Después noté un bulto bajo el felpudo, lo levanté y ví que eran mis llaves. No las de ese piso, sino las del mío. El muy perro había podido dejar las de su piso para que entrara, pero solo había dejado las mías, para que pudiera abrir en mi casa. Ni ropa ni nada más. Entonces escuché unos pasos en el piso de abajo. Era alguien que subía por las escaleras. Me asomé con la toalla en la mano, segura de que era mi jefe, y me topé con un hombre mayor, que me miró de arriba a abajo. Me di cuenta de que me había visto entera, así que tan silenciosa como pude corrí escaleras arriba y llamé de nuevo al piso del vecinito. Se me cayó la toalla mientras subía, se me salía el corazón del pecho, pero gracias a dios él si abrió y pude entrar antes de que el viejo llegara a la planta. Le dije que mis amigos se habían ido los muy cabrones, y que necesitaba ropa para llegar a casa. Me dejó unos vaqueros que me venían grandes y una camisa con lo que daba al menos el pego y parecía un poco a la moda. Me dejó también una gorra por si quería pasar más desapercibida. Le pedí perdón y le dije que le devolvería en breve la ropa. Él sonrió y me dijo que encantado, pero que le debía una. Le miré como diciéndole "tu tampoco te sobres". Tuve que recorrer media ciudad así. Y por fortuna, el chico tuvo la ocurrencia de dejarme dinero para el autobús urbano, porque yo estaba tan nerviosa y tan enfadada que ni me había acordado de eso.
Cuando llegué a casa me desnudé, me duché, y después me di cuenta de que ni con el enjabonado de la ducha se me había borrado lo escrito por el vecino. En mi nalga izquierda estaba todo lleno de unos y ceros. En la derecha estaba escrita una cifra más corta, pero con otros números además del uno y el cero. No entendí nada. Pensé en llamar a mi jefe a su casa, a pesar de que podía ponerse su mujer. Aún me duraba el enfado, pero después lo dejé para el día siguiente.

jueves, 26 de marzo de 2009

Cuestión de confianza

En una semana, ni mi jefe ni yo volvimos a hablar del tema. Fue muy diferente al silencio de una semana antes. La razón ahora es que, según creo, ninguno de los dos estábamos preparados para hablar de lo que había pasado. Al principio yo le eché la culpa de todo. No me había puesto normas, no me había dicho que había un límite. Me estaba moviendo por aguas desconocidas y él debía ser mi guía. Creo que en parte tenía razón, pero mi jefe había pecado tan solo de confianza. Pensó que yo no llegaría tan lejos, que al contrario, si pecaba de algo sería de quedarme corta, de cortar antes de que pasara nada. No contaba con que a mí me habían influido mucho sus palabras sobre el riesgo y la decisión de hacer cosas a pesar de que no me gustaban.
Finalmente, tuvimos una reunión más o menos una semana después de que ocurriera esto. Un miércoles o un jueves, ya no recuerdo bien. Le expliqué mi punto de vista. Él me comentó que cuando él había dicho que haríamos cosas que a mí no me gustaban se refería a otra cosa. En las situaciones que habíamos vivido hasta entonces (sin contar esta última) yo había puesto reticencias al principio. Me había negado o sentía rechazo por lo que me había pedido mi jefe. Sin embargo, al terminar el día, la experiencia había sido satisfactoria hasta lo inimaginable. Había pasado el día que salí desnuda por el edificio de la oficina, el día del dependiente, el día que me masturbó o el que me entró por atrás en su despacho. La experiencia siempre había sido positiva, aunque al principio no me hubiera gustado la idea. A lo que se refería mi jefe era a que era muy posible que yo viera demasiado fuerte, o exagerado, lo que me pedía, pero que a la postre me iba a gustar. Algo muy diferente a lo que había pasado con ese fontanero.
Yo lo había entendido mal. Mi jefe no quería una esclava que hiciera lo que él pidiera sin más, solo quería llevarme por un camino que él ya había recorrido y que sabía que me enriquecería mucho incluso a mi pesar, porque yo necesitaba esa forma de vida. Lo había reconocido el primer día, cuando me pilló desnuda en la oficina. Tenía que guardarme mis prejuicios y mis reticencias y debía mostrar confianza hacía las peticiones de mi jefe, porque ya había comprobado que el resultado era muy bueno.
Me sentí perdida. Le dije a mi jefe que no sabía dónde poner el límite. Él me contestó: "¿Qué sentiste cuando ese hombre empezó a meterte las bolas con esa grasa?". Asco, respondí. "Y cuando se te puso encima?". Náuseas. Recordé ese olor, que no olvidaré nunca, penetrante y metálico, hiriente, que me vino de golpe cuando se pegó a mí y que llenaba el cuarto de baño mientras me sacaba esas bolas de hierro, y que perduró aún después de ducharme y frotarme con fuerza para quitarme toda la grasa que había dejado ese hombre en mi cuerpo. Mi jefe me dijo: "Ahí está el límite. Lo sabrás cuando suceda. Puedes volver a sentir náuseas, puedes sentir asco, dolor y otras cosas que no te gustan, pero si por encima de eso no hay algo más que te llene, que quede en tu mente como lo más importante del día, entonces no dudes".

Mi jefe, después de esa conversación, se acercó y me abrazó un largo rato. Me sentí reconfortada. Después me dijo: "Tu tienes la palabra, Marta. Si quieres lo dejamos aquí y no volvemos a hablar nunca de estos días". No dije nada al principio. Después de un rato abrazados le pedí un tiempo, unos días. Él me dio un beso en la mejilla y me dijo que cuanto quisiera.

Tenía que ordenar mis pensamientos. Me había afectado mucho lo de aquel fontanero, sobre todo porque había descubierto que no tenía control y que tenía que ganarlo para no volverme loca. Que ese mundo que tenía un lado rojo intenso, también tenía uno muy oscuro. En el fondo yo sabía que esos dos lados estaban dentro de mí. Por eso buscaba ese control, el control no sobre el mundo que se me estaba abriendo o sobre mi jefe, sino sobre mí misma. Necesitaba ese tiempo para hacer una reflexión interior y analizar si estaba preparada para eso que me estaba ocurriendo.

Durante los siguientes días, ya del mes de marzo, tuve tentaciones de dejarlo todo. Me atraía de nuevo la simplicidad de la vida que me ofrecía mi chico, tan normalito, tan poco dado a extravagancias. Incluso aquella de vernos por el chat en mi oficina él la había hecho con mucho miedo hasta que se acostumbró a verme desnuda en el trabajo. Me vino bien que ese paréntesis se diera justo entonces, porque ese año la semana santa era temprana y mi chico aprovechó para volver y estar unos días con su familia y conmigo. Antes de la conversación con mi jefe yo no sabía cómo conjugar la llegada de mi chico con todo lo que me estaba pasando, pero los últimos acontecimientos me ayudaron a decidir que de momento no le diría nada. Porque incluso era posible que todo eso fuera ya pasado y no tuviera sentido contarlo (esto va por Jorge y también por el Mágico, que sentían curiosidad en sus comentarios por cómo era mi situación con mi novio. De momento no le cuento nada, todo llegará).

Pasé la semana santa con mi chico, olvidando por completo mis experiencias con mi jefe. Es cierto que mi chico notó algo. Estaba más desatada. Pero en general fue una semana muy normalita. Volví a las cosas sencillas. Hacer el amor en la cama, besarnos tiernamente en algún banco, etc.

Tengo que decir que con 19 años no se puede tener una relación seria. Al menos yo no la tenía. No me gustaba llamarlo mi novio porque no lo veía como tal. Estaba enamorada, muy enamorada, pero con esa edad no estás pensando en casarte ni en nada serio. Lo que importa es el presente. Para los que duden, sí, se puede estar muy enamorada de una persona y practicar sexo (o lo que sean mis experiencias) con otras personas. Yo me sentía culpable, cierto, pero los sentimientos no tienen que ver unos con otros. El amor y la excitación son completamente diferentes y te los pueden provocar personas distintas. Sabía distinguir mis sentimientos hacia mi novio y hacia mi jefe. Esa era una de las razones que me llevaban a callar.

Una de las cosas que le llamaron la atención a mi chico fue también la que me ayudó a decidirme. Un día fuimos con el coche a una laguna que hay cerca de la ciudad (bueno, relativamente cerca). Como en esa ciudad no hay playa, son muchos los que se acercan a la laguna como sustituto. El caso es que estuve tomando un rato el sol en toples (algo que ya había hecho con mi chico), pero al ir a bañarme me quité todo. Había más gente, algunas otras chicas también en toples, y otros chicos y de todas las edades. Pero eso incluso me animó a hacerlo. Mi chico se quedó con la boca abierta. Me siguió y, detrás de unos juncos que crecían en el agua, sin seguridad de ninguna intimidad, hicimos el amor. Fue una experiencia fantástica para él y para mí. Y eso me demostró que seguía necesitando ese morbo.

Mi chico se fue el lunes de pascua. El martes volví al trabajo con la buena noticia de que ya sabía lo que quería.

Agradecería que leyerais el post anterior, titulado Nota. Estoy probando este sistema que paga por clicks. Quisiera saber si alguien ha hecho ya alguno porque a mí no me aparece ninguno en mi registro. Muchas gracias y un saludo

lunes, 23 de marzo de 2009

NOTA

Como veis, al fin he colocado anuncios en el blog. Llevaba unos días intentándolo pero no veía cómo. Al final creo que lo he conseguido. Me pagan por clicks, así que agradecería que los hicieriais. Espero que no moleste a nadie. No es mi razón principal para hacer este blog, ni mucho menos. De hecho no lo tenía pensado hasta hace bien poco. Pero siempre viene bien si aporta algo.

Es una forma también de hacerme ver que estáis ahí, y que os gusta mi lectura. No obstante, agradezco más vuestros comentarios. Gracias y un saludo a todos.

jueves, 12 de marzo de 2009

Un desliz

Sigo donde lo dejé el último día, en ese martes que fui a casa de mi jefe y me dejó desnuda frente a un fontanero. Había terminado con el siguiente párrafo. Sigo a partir de ahí.

Tengo que reconocer que estaba un poco bruta. No me movía bien en ese terreno, era la primera vez que hacía algo así. Estaba nerviosa y en realidad muy poco excitada. Posiblemente, con un poco más de experiencia no habría dicho eso de que no le atraía, que podría parecer una invitación. Pero intentaba mantener una conversación. Los silencios me molestaban mucho, porque reflejaban lo anormal de la situación, así que hablaba sin saber muy bien qué decir. Hago este inciso porque creo que debo dejar claro que estaba muy perdida para entender lo que pasó a continuación.
No he descrito debidamente al fontanero. El hombre tendría la edad de mi jefe, pero a diferencia de éste era más gordo, estaba sin afeitar y no era muy atractivo. Peinaba ya canas y tenía una piel rojiza. No me atraía en absoluto.
Terminé de hacerme el sandwich y me di la vuelta, apoyándome en el borde de la mesa, frente a él. Mientras daba mordisquitos ofrecía mi sexo todo abierto al hombre que me miraba desde abajo mientras terminaba de reconstruir la tubería bajo el fregadero. Cuando terminó de hacerlo se levantó. Se limpió las manos enguantadas en su buzo y se quedó mirándome. Después, se quitó el buzo y los guantes, los dejó en el saco que había traído y recogió las herramientas. En ese instante, yo creía que el hombre no sabía dónde meterse, que intentaba disimular como si todo fuera normal, recogiendo todo con la intención de irse. Sacó un bloc y me dijo que necesitaba la firma de mi tío o de alguien. Cogí el cuaderno y le dije que eso lo podía hacer yo. Me dio un boli y me apoye, agachándome, sobre la mesa de la cocina. Eso debió ser la puntilla, porque el hombre, mientras yo le preguntaba dónde tenía que firmar, se acercó más, rozándome con su pantalón y puso una mano en el culo acariciándolo. Yo no dije nada, me quedé mirándole como si siguiera esperando su respuesta. Con la otra mano me señaló dónde tenía que echar mi garabato. Sus dedos se acercaron más a mi sexo y empezaron a jugar con mis labios y el clítoris. Ahí sí, empecé a excitarme, a pesar de que el hombre no me atraía lo más mínimo. Firmé el papel y me iba a levantar cuando el hombre me empujó suavemente, indicándome que me mantuviera en esa posición. No sabía qué hacer. No era una situación que me gustase. A pesar de que sintiera esa excitación, no quería seguir. Sus manos siguieron tocándome, notaba que estaban sucias a pesar de que había llevado guantes, y que me estaban ensuciando donde tocaban, pero cerré los ojos, recordando las palabras de mi jefe, acerca de que tenía que haber un riesgo. Bien, ese riesgo se estaba produciendo y tenía que afrontarlo. Así que seguí callada.
Sé que lo que pasó a continuación puede ser difícil de creer. Creo que fue provocado por mi pasividad. Creo que el hombre, al darse cuenta de que yo no oponía resistencia se volvió un poco loco. Metió uno de sus gordos dedos por el culo, hasta dentro y me susurró al oído algo así como, "Se ve que te va la marcha. ¿Quieres que siga?". Tengo que volver a repetir que estaba muy confusa. No sabía lo que quería de mí mi jefe, así que asentí. Debí decir algo así como "haz conmigo lo que quieras". El hombre se detuvo un momento. Recuerdo que fueron unos segundos en silencio. Después sacó el dedo de mi culo y dijo: "Veamos si te gusta esto". Empecé a temblar de miedo. No sabía si escapar, pero seguía pensando que si lo hacía quizá mi jefe se enfadase.
El hombre sacó unas bolas de acero, que después me enteré que eran rodamientos de lavadora. Las untó en una grasa oscura. Yo no me moví mientras le veía hacer. Traté de adivinar sus pensamientos y abrí las piernas como una tonta, pero el fontanero no tenía intención de meterlas en mi vagina, como yo creía, sino por atrás. Metió una a una, con facilidad, gracias a esa grasa que iba manchándome. Yo seguí agachada sobre la mesa. Conté hasta ocho, según recuerdo. Noté su peso dentro. Después me dio la vuelta. Se había desabrochado los pantalones. Me metió dos o tres dedos en el culo (ya no lo sé, porque entraban muy fácil con esa grasa y la dilatación que había provocado) para mantener dentro las bolas y colocó su pene erecto sobre mi sexo. Empujó suavemente mientras empezaba a besarme. Me llegó de lleno su olor, mezcla de sudor y de esa grasa oscura, un olor metálico que casi me dio náuseas. Después, empezó a empujar con mas ritmo. Me había agarrado del culo, con sus dedos dentro, y me empujaba también con esa mano para acomodar su barriga a mi cuerpo y meter lo más posible su polla. Supe claramente que esto no era lo que yo quería. Pero también ahora recordé las palabras de mi jefe, diciendo que a veces me iba a tocar hacer cosas que no me gustasen. Creo que pensé incluso que todo estaba amañado. Que mi jefe me hacía pasar por eso para comprobar si estaba dispuesta a todo.
Hay algo más. Sé que es una tontería. Lo sentí la primera vez que me dejé tocar por mi jefe y cuando me penetró por atrás en su despacho. Pero esta era la primera vez que alguien diferente a mi chico me hacía el amor. Quiero decir, que me penetraba por delante. Repito, sé que es una tontería y que el mal ya estaba hecho desde el primer momento con mi jefe. Pero no pude evitar pensar que era la primera vez que engañaba de veras a mi chico. Sentí como si hubiera vuelto a romper una barrera. Me sentí culpable y creo que por eso asumí todo el dolor y el asco que me estaba provocando ese hombre, como castigo. Todos esos pensamientos recorrían mi mente mientras el fontanero manchaba mi piel con los restos de esa grasa oscura en sus manos, mantenía dentro esas bolas que notaba pesadas y me follaba cada vez con mas fuerza contra la mesa de la cocina.
Todo eso lo pensé en los cinco minutos que duró, no fue más. Se corrió dentro, abrazado a mí, y se quedó unos segundos sobre mi cuerpo. En ese momento entró mi jefe. Miró extrañado y empezó a gritarle al fontanero. Yo estaba medio ida, por lo asqueada que estaba por ese olor, por la carne grasienta de ese cuerpo poco cuidado, por la sensación de lo usada que me sentía. Recuerdo palabras sueltas de mi jefe, enfadado con el fontanero. Le dijo que cómo se atrevía a hacer eso a su sobrina, que saliera de su casa, etc. El fontanero aún se volvió a mí, que estaba apoyada en la mesa, me volvió a meter un dedo en el culo y me dijo al oído que me podía quedar con las bolas.
Cuando mi jefe lo echó, volvió a la cocina. Se puso con los brazos en jarras y me miró. "Tú estás loca. ¿Cómo has permitido esto?". Aún tardé en serenarme. No entendía nada. Le pedí que me dejara sacarme esas bolas y ducharme porque me sentía muy mal y que después hablaríamos.
Ya más calmada le conté todo. Que no sabía qué hacer, que después de su charla sobre el riesgo y sobre hacer cosas que no me gustaban me había sentido obligada, etc. Él se llevó las manos a la cara. "Marta, te dije que improvisaras, no que permitieras que te tocase, y mucho menos que hicieras esto. ¿Lo has hecho sin condón?". Yo asentí. "¿Se ha corrido dentro?". De nuevo asentí. "¿Tomas píldora o algún anticonceptivo?". Negué. Nunca había tomado la píldora. Con mi chico me ponía preservativo, pero ni se me había pasado por la cabeza en aquel momento. Entonces me di cuenta de lo tonta que había sido. Me puse a llorar como lo que era, una estúpida, me eché a sus brazos, aún desnuda, y el hombre solo acertó a abrazarme, aún con todo lo mojada que estaba. "Marta, Marta" me decía una y otra vez.
No voy a decir porqué ni cómo, pero mi jefe tiene relación con laboratorios y clínicas. Así que serían las nueve de la noche cuando nos acercamos a un pequeño hospital de las afueras de la ciudad, me hicieron ciertos análisis a los que de normal no habría tenido acceso, como estudio del semen que aún quedaba en mi vagina, para comprobar si el hombre estaba sano, y me dieron la píldora del día después, casi recién aprobada. Mi jefe dio como excusa que había tenido un desliz con un desconocido y estaba muy preocupada (ambas cosas eran ciertas). Gracias a esos cuidados, no hubo riesgo de embarazo y por suerte el hombre estaba limpio, no tenía ninguna enfermedad de transmisión sexual (aunque eso no lo supe con seguridad hasta unos días después).
Pero el susto fue muy, muy fuerte. Creo que pasé la peor noche de toda mi vida hasta entonces. Y creo que no fui la única. La preocupación de mi jefe era sincera. Él también se asustó.

jueves, 5 de marzo de 2009

Un martes cualquiera

El martes devolví a mi jefe el juguete que me había dejado dentro, debidamente limpio, y le pregunté qué era eso que me esperaba y que era nuevo para mí. Me dijo que por la tarde, cuando saliera del trabajo, fuera a una dirección (un piso) y que llamara a la puerta. No me dijo más, así que me dejó intrigada todo el día.
No me había dicho que llevara nada, ni si tenía que ir especialmente vestida, así que al terminar mi trabajo fui sin más a la dirección. No me sorprendí demasiado al llamar a la puerta y ver que abría él. Me dejó entrar y me dijo que me desnudase. Aquella no era su casa. Era un pisito pequeño, tenía dos habitaciones, salón, cocina y baño y no tenía casi muebles (las dos habitaciones estaban vacías), así que no pensé que estuviera pensado como un pisito de soltero, sino más bien que lo tendría por alquilar o algo así.
Hice como me pidió. Tengo que decir que desnudarme en casas vacías, cuando apenas hay muebles, me causa una sensación especial. Me siento más frágil, más vulnerable, y por tanto se intensifica mi lado exhibicionista. Me siento más expuesta. Siempre me pasa lo mismo. Y esta casa estaba limpia. Me ha tocado estar en otras que aún estaban en obras, y entonces, cuando te puedes manchar, o te llenas de polvo de obra, la desnudez es aún más acusada. Pero me centro.
Cuando estuve desnuda, mi jefe recogió mi ropa y la metió en un armarito con llave y me dejó unas zapatillas de casa que no eran de mi pie pero tampoco me estaban mal. La llave se la guardó.
Después se sentó sobre el sofá de la sala de estar y se dio una palmadita en las piernas, indicándome que me sentara sobre ellas. Empezó a recorrer mi piel lentamente y me dijo que la idea de las escaleras era claramente exhibicionista. Si no me había llenado, era simplemente porque tenía demasiada certeza de no ser vista. Lo mismo pasaba con mis desnudos frente a la ventana. Necesitaba una forma de saber con seguridad que alguien estaba ahí mirando. De lo contrario, ese exhibicionismo caía en saco roto y enseguida se volvía soso y nada excitante. Reconocí que tenía razón. Aún me dijo otra cosa. No se trataba solo de que la posibilidad de que me mirasen fuera muy alta, sino que debía ser cierta. Incluso debía estar abierta a la posibilidad de que me tocaran, en cuyo caso yo misma debía saber hasta dónde estaba dispuesta a permitirlo.
Recuerdo que mientras hablaba, yo intenté en varias ocasiones que se centrara en mi entrepierna, abriéndome, y mirándole a los ojos con una media sonrisa, pero él no quería tocarme ahí. Solo acariciarme, lo que me produjo una sensación a la vez placentera y ansiosa.
Después me dijo que estaba a punto de llegar un fontanero al que ya había llamado antes de pensar en mí para una avería real que tenía bajo el fregadero de la cocina. La cocina y el baño daban puerta con puerta, a ambos lados de un pasillo. De manera que si las puertas quedaban abiertas, desde la cocina se veía el baño. Mi jefe me dijo que, cuando llamara, abriera al fontanero desnuda y que pensara en algo. Algo que no diera a entender que estaba provocando. Una confusión, un error, o algo así. A partir de ahí, debía improvisar.
Creo que resoplé. Y se me pusieron los pelos de punta solo de pensarlo, pero no me negué ni puse ninguna pega. Sabía que tenía que hacerlo. Hasta cierto punto me sentí de nuevo atrapada, como el primer día. Obligada a hacer algo que no me gustaba. Sabía cuál era la alternativa, dejar el juego y olvidarme de este mundo que se había abierto. Mi jefe me lo había dejado muy claro el día anterior. Así que no dije nada, aunque se me empezó a formar un bolo en el estómago. Aún el fontanero tardó en llegar unos minutos de molesto silencio en el que los dedos de mi jefe siguieron acariciándome el cuerpo, él vestido, yo completamente desnuda y con una sensación de vulnerabilidad total ante la inminente llegada de ese que para mí era un desconocido. Al fin se oyó el timbre de la puerta. Recuerdo que mi jefe dijo: "empieza la función".
Antes de salir del salón aún me susurró otra cosa "oye, yo para ti soy tu tío, ok?". Asentí y, en lugar de ir directa al recibidor me acerqué hasta el baño. Había dos toallas, una más grande, de baño y otra de aseo. Me puse la de aseo enrollada en la cabeza, tan rápido como pude mientras gritaba: "Espera mi amor, enseguida te abro". Cuando salí hacia el recibidor, mi jefe había cerrado la puerta del salón.
Lo que hice fue abrir la puerta tan solo con la toalla en la cabeza y las zapatillas, hice como que ni me fijaba a quien abría, dije: "hola cariño, entra que enseguida estoy". Y me di la vuelta esperando que quien estuviera en la puerta me siguiera. Escuché sus pasos detrás de mí, y como no dijo nada, seguí hasta el baño donde empecé a hacer como que me limpiaba la cara. El hombre se puso detrás, lo veía claramente por el espejo mientras me miraba el culo, pero hice como que no veía nada. Tomé un poco de jabón, me di por la cara y cerré los ojos. Después me aclaré y fui a por la toalla de baño que se encontraba en la pared de la puerta, de manera que me quedé frente a él, con los ojos cerrados, tanteando para buscar la toalla. Tanteando y tonteando le toqué el pecho. Seguía con los ojos cerrados, sonreí, y le dije algo así como "hola Michel, qué te pasa hoy que no me tocas". Cogí su mano y se la llevé a mi pecho. Sin apartarla dijo: "perdona, pero no soy Michel".
Me puse rígida, cogí rápidamente la toalla, me sequé la cara y le miré sorprendida, pero aún sin taparme. Después sí, me tapé y dije algo como: "Pero quién es usted, qué hace aquí. Dios qué vergüenza", etc. etc. Él se explicó, con una sonrisa tonta, diciendo que tenía cita para venir a esa hora por un tema de tuberías en la cocina, que era fontanero, etc. Me llevé las manos a la cabeza, le dije que era verdad, que no me acordaba de que iba a venir y que mi tío estaba en el salón. Cerré la puerta del baño y me despedí muy avergonzada.
Escuché las voces de mi jefe y del fontanero, que hablaban de la avería. Después escuche que mi jefe le decía, "veo que ya ha conocido a mi sobrina". Él le respondió que sí, que sentía haberla visto en esas circunstancias. Y mi jefe le dijo entonces que no se preocupase, que la verdad es que él estaba harto porque siempre andaba desnuda por la casa sin tener en cuenta que uno no es de piedra, etc. Abrí la boca y casi se me escapa una risita. Qué caradura. Después, dijo al fontanero que le dejaba hacer en la cocina y entonces abrió la puerta del baño, se asomó y me guiñó un ojo. "¿Todo bien?", me dijo. Yo dije que sí, y volvió a dejar la puerta abierta. Como he dicho antes, las puertas del baño y de la cocina se comunicaban, y tal y como estaba dispuesta la cocina, desde la zona donde estaba operando, el fontanero me seguía viendo. Me quité la toalla de la cabeza y miré el armarito bajo el lavabo. Me di cuenta de que a pesar del poco mobiliario del piso, ese baño estaba provisto de varias cosas. No de las más importantes, porque carecía de cepillo y pasta de dientes o de maquinillas de afeitar, que hubiera sido corriente en casa de un hombre, pero sí tenía sin embargo body milk, cremas de manos y algún perfume. Tomé el body milk y empecé a untarme por todo el cuerpo, sabiendo por el espejo que el fontanero tenía un ojo en la obra y otro en mí. Yo me hice la despistada, claro, mientras seguía frotándome. Después me enrrollé la toalla de baño y me dirigí hacia una habitación, pero entonces hice como que me volvía a fijar en que el fontanero estaba ahí. Me acerqué. Me había puesto la toalla de manera que por arriba justo tapaba mis pezones y por debajo me quedaba muy justita debajo de mis nalgas. Desde la posición del fontanero, que ahora estaba de rodillas, muy agachado, me tenía que ver mi sexo y mi culo sin problemas.
Me disculpé, le dije que cuando había llamado creía que era mi novio que se estaba retrasando como siempre. El no dijo nada, tomó otra posición, tumbándose en el suelo para llegar mejor a la tubería... y para tener mejor ángulo, sin duda. Así que lo que hice, en lugar de irme, fue abrir el frigo y mirar si podía tomar algo. Había muy poquita cosa, estaba claro que de normal no vivía nadie allí. Vi una lata de foie gras abierta y unas rebanadas de pan de molde, así que lo saqué, cogí un cuchillo del cajón de la mesa de cocina y empecé a hacerme un sandwich. Me puse de espaldas a él, cuidando que cada vez que me agachaba para coger un poco de foiegras, me viera el culo.  Con el movimiento, mientras me hacía el sandwich, la toalla se me fue aflojando. No tenía ninguna intención de ajustármela, así que a poco terminó por caerse. Dije un "mierda, joe" y di a entender algo así como que tenía las manos ocupadas y no podía coger la toalla del suelo. Después volví la cabeza hacia el pobre hombre, que no apartaba los ojos y le pregunté si no le importaba que no me pusiera la toalla. El hombre encogió los hombros, carraspeó pero negó con la cabeza balbuceando un no, no. "En realidad, seguí hablando, ya me has visto todo antes, qué mas da. Además, seguro que ni te atraigo".
Tengo que reconocer que estaba un poco bruta. No me movía bien en ese terreno, era la primera vez que hacía algo así. Estaba nerviosa y en realidad muy poco excitada. Posiblemente, con un poco más de experiencia no habría dicho eso de que no le atraía, que podría parecer una invitación. Pero intentaba mantener una conversación.

Veo que me estoy alargando, así que seguiré en otro post muy pronto.
Espero vuestros comentarios. 

viernes, 27 de febrero de 2009

Otra vez lunes

El lunes fui al trabajo con la moral por los suelos. Creía que todo se había acabado y sentía un vacío. Soy así, a veces doy demasiadas vueltas a las cosas y creo fantasmas donde no hay nada. No fui a primera hora a ver a mi jefe. Esperé que pasara media mañana para ver si él se dirigía a mí. No lo hizo. Entre fastidiada y decaída porque me hubiera hecho tan poco caso llamé a su puerta, le pregunté si podía verle, y cerré tras de mí después de que aceptara. ¿Ocurre algo? -le pregunté. Me miró y se encogió de hombros. Me preguntó a qué venía esa pregunta, y le dije que me refería a lo que pasaba entre nosotros. Mi jefe con frialdad me preguntó qué era lo nuestro. Me senté en el sillón muy seria. No puedes hacer esto, le dije. No puedes obligarme a hacer cosas que nunca he hecho y cuando me estás abriendo la puerta, me la cierras de golpe.
Mi jefe me miró un segundo. Sin cambiar su frialdad me preguntó qué quería que hiciera. Le dije que la pregunta no la tenía que hacer él. Que era yo quien quería preguntar eso. Que quería volver a sentir lo que había sentido en el probador. Le conté lo que había hecho durante la semana pasada, lo de las escaleras de mi casa, lo de volver al probador, lo del trastero, que había intentado por mí sola hacer cosas que me llevaran al estado que había sentido junto a él. Pero que no lo había conseguido. Le dije la verdad, que me sentía frustrada.
Me miró un largo minuto y, por fin cambió su semblante y empezó a sonreír. Yo no salía de mi asombro.
Muy bien, me dijo. ¿Entonces quieres seguir? Te habrás dado cuenta de que siempre hay que dar un paso adelante, que no basta con hacer lo mismo. Yo asentí con la cabeza. Mi jefe empezó a desabrocharme los botones de mis jeans. No dije nada. Solo hay una forma de que yo siga haciendo esto contigo, Marta, continuó. Me bajó los jeans y me los quitó. Hizo lo mismo con las braguitas y me hizo inclinarme sobre su mesa. Después empezo a acariciarme el sexo. Mientras lo hacía me decía, Marta, era necesario que pasases sola esta semana. Debías darte cuenta de tus necesidades. Debías saber si quieres realmente hacer esto o solo era un capricho.
Yo ya estaba mojada cuando empezó a tocarme, y mi cabeza empezó a nublarse. Escuchaba sus palabras, pero estaban en otro mundo, yo solo sentía sus dedos frotándose en mi piel, en mis labios, en mi clítoris. Abri las piernas y elevé el culo para que pudiera entrar mejor.
Ahora sabes lo que quieres, continuaba diciendo. Pero debes saber también lo que quiero yo. Si continuo con esto quiero que me des tu palabra de que vas a hacer siempre lo que te pida. Que no vas a oponerte.
Yo cerré los ojos. Solo quería que siguiera tocándome, que no parara. Debes darme tu palabra. Sus dedos mojados empezaron a rondar mi culo, a mojarlo, a lubricarlo. Con su mano izquierda seguía masturbandome y los dedos de su mano derecha empezaron a entrar y salir de mi culo. Primero uno a uno, después de dos en dos.
Es posible que no entiendas ahora esta petición, Marta. Quizá creas que acceder a cualquier cosa es demasiado peligroso. Y te voy a decir una cosa, no siempre te va a gustar lo que te pida. Pero es algo necesario para que este juego funcione. Sin esa premisa, esta relación nuestra no tiene sentido.
Yo estaba en una nube. En su despacho, en horas de trabajo, con todos mis compañeros ahí fuera y yo desnuda de cintura hacia abajo totalmente expuesta a las manos de mi jefe. Dame tu palabra, repitió mi jefe. Entre suspiros, entrecortadamente, con los ojos cerrados, le dije que sí, que estaba dispuesta a hacer lo que me pidiera sin objección. Entonces se levantó de su sillón, se bajo los pantalones, se puso detrás de mí y me puso una mano en la boca. Después puso su pene en mi ano y empujó. Entró lentamente pero sin detenerse hasta tenerlo todo dentro. Era la primera vez que lo hacíamos. No sé si gemí, pero su miembro es grande y ancho, y tuve que relajar el ano cuanto pude para no hacerme daño. Empezó a entrar y salir primero lentamente, después más rápido. Noté que aún entraba más, que sus golpes daban con mi piel al final de mi ano. Dolor y un calor que me subía hasta las mejillas. Se agachó sobre mí y empezo a masturbarme de nuevo mientras seguía entrando y saliendo. Después abrió un cajón y extrajo un objeto con forma de perilla. Era un consolador anal, aunque por entonces yo no lo sabía. Siguió entrando y saliendo hasta que al final se quedó dentro y empezó a arquearse. Noté el líquido caliente dentro, dos, tres, cuatro veces. Empujaba más y más y creía que me iba a romper. Pero notar su excitación, su tensión, me hizo llegar también a mí a un orgasmo. No controlaba mi esfinter, que se cerraba y abría en torno al miembro de mi jefe, haciendo que su erección durase más allá de la eyaculación. Después de un rato, aún yo con un orgasmo continuo, salió, me puso el consolador anal, que entró facil con lo dilatada que estaba y taponó mi ano. Me dijo que me pusiera las bragas y los jeans. ¿Con esto dentro? Le dije, colocando mi mano en el culo. Él asintió. Me vestí de nuevo y me dijo que me sentara mientras él se limpiaba con un pañuelo y se colocaba también el pantalón.
Bien, me dijo. Vamos a empezar por las escaleras de tu casa. Yo aún estaba fuera de mí. Me senté con aquel instrumento en mi culo. Estoy convencido de que los paseos por tu casa ya no te excitan. Yo aún estaba acalorada, pero respondí sinceramente. Ninguno de los dos paseos habían conseguido ni la décima parte de lo que acababa de experimentar. De lo que aún estaba sintiendo con ese objeto en mi culo.
No te preocupes. Eso es porque eso ha quedado en el pasado. Lo hiciste en ambos casos muy de noche. En realidad no querías tener el menor riesgo de ser pillada. Ahí radica el problema. Hoy ya no te vale con pasear desnuda. Debe haber cierto riesgo. Es más, tú tienes que provocarlo.
Me dijo después que ese lunes no podía quedar, pero que el martes iba a experimentar algo nuevo. Me dijo que volviera con el consolador dentro a mi puesto, que lo tuviera hasta llegar a casa y que me lo quitara allí con cuidado, porque seguramente el ano habría perdido elasticidad.
En fin. Me fui feliz a mi mesita, con las mejillas aún rojas del calor del orgasmo. El resto de la mañana me la pasé sentada sobre ese objeto. Y si pensáis que era incómodo estáis en lo cierto. Aún lo era más cuando tenía que levantarme y andar. Por fortuna, mis compañeros no habían notado nada fuera de lo común. O al menos yo no lo percibí.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Las cenizas del ayer

Dejemos atrás el anterior post. No quiero volver a leerlo. Creo que estuve un poco violenta y espero no haber ofendido a nadie con ello, pero sabía que antes o después iba a escribir un manifiesto de ese tipo.

Con el pomposo o literario (a elegir) título de este post hago referencia a lo que me pasó el resto de la semana después de ese lunes. Era como si hubieran abierto un grifo y ahora no hubiera forma de cerrarlo. La experiencia del probador había sido nuevamente descubridora, no solo de nuevas posibilidades sino también de mí misma, de conocimiento de nuevos horizontes de experimentación, de descubrimiento de una parte de mí que no imaginaba tan atrevida o tan irreflexiva. No creía que tuviera los límites tan lejos.
En el interior de aquel probador  llegué a tal estado de excitación que a partir de ese momento quería volver a experimentarlo pero no sabía cómo. No me refiero a un placer puramente sexual, sino a un placer de enriquecimiento, de descubrimiento. Así que el resto de la semana, mientras el jefe me dejaba un poco de lado, fui dando tumbos sin saber muy bien qué hacer para volver a situaciones parecidas.
No sé qué día hice qué, pero recuerdo varias de las cosas que hice. Un día me desnudé en mi casa, por la noche, con mis padres ya dormidos, y me paseé por todo el edificio, escaleras arriba y abajo, tomando el ascensor, con el corazón en un pálpito cada vez que se abrían las puertas por la posibilidad de que alguien estuviera esperando en el piso. Recuerdo que llegué a entrar en el cuarto de las bicis, que me monté en la de un vecino que no está mal (si supiera que lo hice creo que le habría gustado), que me froté con su sillín, que me puse sus guantes y me toqué con ellos... Si en ese momento alguien hubiera entrado en el portal y me hubiera escuchado, si hubiera abierto la puerta por seguridad o curiosidad, me habría pillado sin remedio. El cuarto de bicicletas esta en la entrada del portal y no tiene más que una puerta, es pequeñíto y no tiene dónde esconderse. De todos modos tengo que reconocer que lo hice muy de madrugada. 
Otro día recuerdo que intenté de nuevo lo del probador. No quise volver al mismo por el propio hecho de que ya había funcionado. Temí que quisiera más. Yo no quería llegar siguiera al punto donde había llegado ese hombre (fríamente, aún me costaba creer que hubiera permitido tocarme de esa forma), así que lo intenté en otras tiendas. En una se me quedó mirando el dependiente con cara de profesional (de lo más divertido) y me empezó a dar diferentes prendas. Me desnudé delante de él varias veces, sin ocultar nada, y se le notaba todo bajo los pantalones, pero no se atrevió a tocarme. Eso me provocó. Le hice preguntas quizá demasiado directas, esperando que rompiera la barrera. Le pregunté si creía que mi cuerpo lucía bien en lencería o tenía prendas ajustadas para que se me notase todo (mientras me pasaba la mano por atrás o por el sexo, dando a entender que quería que se me notase incluso los labios vaginales). El pobre hombre se asustó, me dijo que a lo mejor encontraba eso en sex shops y me dejó. No encontré otro dependiente dispuesto.
En general, también comencé a ser más descuidada en mi habitación. Solía andar desnuda con la ventana cerrada y las cortinas y persiana abiertas, y me acercaba demasiado a los ángulos desde donde podía ser vista, o me tendía en la cama con las piernas abiertas a leer. Mi ventana da a un edificio que está a unos cien metros de distancia. Desde algunos pisos más elevados, con unos prismáticos, cualquiera que reparase en mi habitación podría verme cuanto quisiera.
El caso es que en toda esa semana, mientras yo experimentaba por mi cuenta, mi jefe apenas me hizo caso. Sólo se dirigía a  mí por temas de trabajo. El viernes por la tarde esperaba tenerlo a la espera de que me conectase con mi chico. Pero no apareció. Ni antes, ni durante. El encuentro vía cam me resultó casi soso y me fui a casa un poco chafada.
El fin de semana lo pasé un poco angustiada. Tanto tiempo libre sin saber qué hacer recuerdo que me desquició. Pero tengo que reconocer que aún usaba poco la imaginación. Volví a repetir (creo que fue el sábado por la noche) el paseo por las escaleras. Esta vez bajé vestida hasta el garaje, donde están los trasteros. Deje mi ropa en el de mis padres, cerré con llave y salí desnuda, de manera que solo había un pasillo por donde volver a recuperar mi ropa. Si alguien se acercaba a la hilera de trasteros me pillaría sin remedio, tenía que recorrer un pasillo largo y recto de vuelta, donde no había lugar para esconderse, y abrir con llave una puerta. Me paseé por los trasteros, salí al garaje comunitario, subí por las escaleras de otro portal que también comunica con el garaje. Pero había algo que no me terminaba de llenar como otras veces. Seguía teniendo en la cabeza a mi jefe. Su indiferencia durante toda la semana me preocupaba. Cómo eres Marta. La cuestión es perder la tranquilidad, unas veces por que te pillan y otras por que no te pillan. Y el desasosiego del fin de semana me llevó a tomar la determinación de hablar con mi jefe el lunes. ¿Había hecho algo que le había molestado? ¿No quería saber nada más, precisamente ahora que yo empezaba a necesitarlo?

lunes, 9 de febrero de 2009

Un "impass"

Quiero hacer un impass porque me parece importante responder a Kinyla. Me he dado cuenta de que quizá las cosas que me han pasado son tan diferentes a la experiencia digamos cotidiana que puede resultar sospechosa, o que puede parecer falsa. Tengo que aclarar que cuento las cosas desde mi presente, que no solo es diferente al de las mayoría de las personas sino también a mi estado anterior, en el momento en que pasaron estas primeras experiencias. Hago un gran esfuerzo por intentar ponerme en el lugar de la chica que fui, de recordar las historias tal y como yo las experimenté. Por eso soy consciente de que a veces repito demasiado algunas cosas como que "esa situación me superaba" o "me sentía bloqueada". Sé que en varias ocasiones he repetido los mismos recursos para contar las cosas que me pasan. Pero prefiero repetirme si con eso consigo poner al que me lee en la situación en que yo he estado en ese instante.
Yo lo cuento todo desde una situación muy diferente. Ahora recuerdo aspectos de mi vida que para otros serían escandalosos como algo anodino, ingenuo, incluso soso. Volviendo al tiempo que cuento, me sorprendo a mí misma diciéndome lo simple que era. Ahora Kinyla me dice que no sabe si lo que cuento es cierto o no, y me doy cuenta de que desde un punto de vista "corriente" o "normal" mi relato puede parecer increíble.
Por favor, tened en cuenta que yo hablo de mis experiencias desde el otro lado, desde el lado de quien ya las tiene en su pasado, trilladas, masticadas. Perdonad si a veces cuento cosas que pueden parecer increíbles como si fuera lo más normal. Intento esforzarme en este sentido pero no siempre lo consigo.
Pero quiero aclarar que lo que cuento es real. Mi única condición es el anonimato. Si todo esto fuera falso, no me costaría nada adornar mi blog con fotos también falsas, como veo que hacen otros blogs que se aseguran las visitas de esa forma. Mi anonimato quiero que sea una complicidad con el lector, un acuerdo. Yo cuento mis experiencias con la mayor honestidad que me es posible, pero a cambio pido que no se espere otra cosa. Ni fotos, ni lugares, ni nombres.

Lo pido por una razón, que la gente de mi entorno no lo entendería. Es la misma por la que quien lee este blog se sorprende de lo escrito. La gente sigue siendo muy simple. ¿Cómo no va a sospechar cualquiera que lea este blog que sea falso si nos meten a todos la misma mentalidad en la cabeza? 
Estoy harta de que nos manipulen de esa forma, que en las películas americanas la actriz de turno se coloque una sábana entre su cuerpo y el del actor, que se tape en una escena de sexo y todo el mundo lo vea natural, que la mujer tenga que demostrar que antes del sexo el hombre tiene que recorrer una serie de obstáculos absurdos. Estoy harta de que cuando en USA necesitan médicos (o abogados, o policías) se inventen una serie (o varias) en las que todos se enrollan con todos, médicos, internos, residentes, pacientes o que pasaban por aquí, para que creamos que esa vida es la felicidad que buscamos. Estoy harta de que en las pelis me pongan la  musiquita romántica cuando hay que llorar y la musiquita de terror cuando hay que asustarse. Y solo hablo de pelis y de series porque la forma de meternos la cotidianidad, la rutina, lo que está bien, lo que está mal es mayoritariamente visual hoy en día. Y la forma de ocultar lo que no se considera bueno es impidiendo que aparezca en dichos lugares.
Estoy harta porque eso es lo que hace que las personas sigan creyendo que cosas como las que yo escribo no pueden existir, porque me es mucho más difícil encontrar gente que esté de acuerdo conmigo (que me comprenda, en el sentido filosófico de hacer propia la forma de vida de una), con la que pueda relacionarme. Estoy harta porque al final, lo que me pasa muchas veces al intentar hacer mi vida es que me encuentro con salidos o depravados o desalmados que no son sino la otra cara de la misma moneda que nos están vendiendo. La basura creada por esta misma sociedad intransigente.
Ahora ya sabéis cuál es la verdadera razón de este blog. No se trata solo de abrirme a los demás, ni de hacer un acto de catarsis personal (que también) sino de intentar abrir los ojos y demostrar que hay otras cosas más allá de lo que nos venden. Sé que no lo voy a conseguir. Sé que seguiré teniendo que mantenerme en el anonimato porque de lo contrario puedo hacer sufrir a mi madre o a mi gente cercana. Sé que me echarían de mi trabajo, que amigas mías romperían relaciones, que intentarían aprovecharse de mí...

Perdón por una honestidad tan sangrante. No quiero volver a ser desagradable y si hiero a alguien con lo que he dicho, lo siento. No es mi intención. Pido perdón a quienes, como Kinyla (supongo que ella no es una excepción), les resulta difícil creer lo que cuento. Me esforzaré en ponerme en la piel del lector. 
Hasta pronto (espero).

viernes, 30 de enero de 2009

La tarde de aquel lunes

Hola de nuevo y perdonad tanto desorden y tanta dejadez. Lo siento de veras, me encantaría tener más tiempo para dedicar a este blog pero, de momento, tendré que seguir a salto de mata. Agradezco a todos los que me han respondido (ya lo dije en el anterior comentario) y a todos los que me siguen por estar ahí.

A las seis de la tarde de ese mismo lunes quedé con mi jefe fuera de la oficina. Creo que era febrero y estábamos de rebajas, así que me llevó de tiendas. Por el camino, mientras conducía, me contó lo que quería. Me recordó que por la mañana yo había comentado que no me importaría tanto desnudarme delante de un extraño como el abrirme la blusa del modo en que la tenía por la mañana. Yo asentí y se me puso la carne de gallina, previendo lo que me venía. Me dijo que si me apetecía podíamos jugar con el morbo de los dependientes. Le pregunté cómo y me dijo que no me lo iba a decir si yo no prometía antes aceptar el juego. Al principio le dije que no podía aceptar algo que desconocía, y él me contesto que eso era parte del morbo. Que no me pudiera negar a hacer lo que tenía en mente. Lo pensé un momento. Creo que fue mientras aparcabamos cuando le dije que aceptaba.
No es que me gustara mucho la idea, pero en realidad ya había aceptado antes de subir al coche. El mero hecho de acudir a la cita era mi aceptación. Bien, entonces me explicó su idea. Se trataba de probarme ropa interior en cualquier probador, pero dejando parte de la cortina de cierre abierta.
No me pareció muy difícil y asentí. Él estaría cerca. Se asomó a un par de tiendas y me dijo que entrara yo primero y que él entraría poco después. En el interior me di cuenta de porqué se había asomado antes de decidirse por una tienda. Allí todos los dependientes eran hombres.No había mucha gente y la mayoría eran mujeres (lógicamente, estaba en la zona femenina de la tienda). Me acerqué a un puesto giratorio donde había braguitas y sostenes de fantasía, y cogí tres de cada, tras lo cual me dirigí a los probadores. Elegí el más cercano a la zona común y dejé la cortina a medio cerrar. Me quité primero la blusa y mi sostén, esperando ver si alguien se fijaba. Me di cuenta de que mi jefe ya había entrado y pululaba por ahí. Al poco me di cuenta de que otro hombre estaba demasiado cerca, a escasos cinco metros, mirando un cajón de ropa con demasiada atención. Entonces me di la vuelta y me quité los pantalones. Le daba la espalda a aquel hombre, pero tenía enfrente el espejo y desde él vi que no me quitaba ojo. Disimulé, como si no me diera cuenta de su presencia. Me quité las braguitas y me miré con calma al espejo. El hombre no se daba cuenta de que también le miraba a él. Abrí un poco las piernas y me pasé la mano por el sexo lentamente. Después me puse las primeras braguitas. Giré mirando al espejo, como si comprobara como me quedaban. Rechacé con la cabeza. La verdad es que me estaba divirtiendo. Aquel hombre seguía allí, así que decidí agacharme para quitarme las braguitas que me había probado, de modo que mi culo quedó en la abertura del probador, expuesto, abierto. Su cara era un poema. No pude evitar sonreír y creo que entonces se dio cuenta de que yo le había visto, porque disimuló. Pero no se movió un ápice.
Seguí así con las otras braguitas y los otros sostenes. Estuve como diez minutos haciendo posturitas y moviéndome para que toda mi anatomía quedara expuesta en un momento u otro frente a ese hombre y algún otro que se acercó más tarde. Después me volví a vestir, dejé las braguitas en su sitio y salí de la tienda.
Esperé a mi jefe, que tardó un rato en salir. Sonrió y justo detrás de él salió el hombre que me habia expiado, con una bolsa. Mi jefe se echó una carcajada. Aquel hombre había comprado toda la ropa interior que yo me había puesto. Yo también sonreí, pero entonces me dijo que la próxima tienda tenía que ser más difícil. Le miré extrañada y me dijo que quería más de mí. Esta vez iba a consultar a alguno de los dependientes. Tenía que preguntar si me quedaban bien, si no creían que era demasiado gruesa o demasiado grande o demasiado pequeña, o si no se trasparentaba. Si alguno de ellos llegaba a tocarme debía permitirlo. Pasara lo que pasara.
Debí abrir unos ojos como platos, porque sonrió diciendome que no era para tanto. Que además lo había prometido.
Recuerdo que entramos en varios establecimientos. Mi forma de actuar fue la siguiente: me desnudaba, me colocaba unas braguitas y un sostén, o solo unas braguitas, y llamaba disimuladamente a algún dependiente que estuviera cerca del probador. En las dos primeras tiendas, los dependientes me miraron indiferentes, me dijeron que estaba prohibido probarse la ropa interior y nada más. En el tercero, el dependiente empezó a tartamudear cuando le pregunté si se trasparentaba mi vello (por entonces lo llevaba cortito, solo me rasuraba en verano para ponerme los bañadores). Me reí y se ruborizó de tal manera que tuvo que excusarse y salir. No volvió y para cuando salí de esa tienda ya eran las siete y media. Cerraban todas las tiendas del centro, así que fuimos a un centro comercial donde no cierran hasta las diez de la noche. Allí volvió a pasarme lo mismo al principio, en dos tiendas me dijeron que el género de ropa interior no se puede probar. Pero tanto insistir, en algún momento teníamos que dar con la persona adecuada. En una tienda pequeñita, había un dependiente de unos cuarenta y cinco años. Era alto, espigado, con una frente que ya conquistaba más allá de su coronilla y unos rasgos algo toscos. La tienda estaba vacía y tenía genero solo de mujer. Yo cogí dos braguitas y me fui al probador. Estaba tan harta de que ningún dependiente me hubiera hecho caso que ahí solo me puse braguitas y me dirigí al dependiente tan solo con esa prenda. El hombre se acercó, le pregunté si me quedaba bien, si no me quedaba ancha la braguita. Me miró serio, por un momento pensé que me iba a decir lo mismo que los otros. Pero de repente se acerca más, se agacha hasta que su cabeza queda a la altura de mis bragas y dice "Bueno, no te queda mal, es tu talla". Después se volvió a levantar y le pregunté si me realzaba las nalgas, pasando mi mano por el culito. Entonces el hombre me miró a los ojos, puso una mano en mi culo y empezó a hablar de esas braguitas, mientras comenzaba a deslizar su mano por diferentes partes de ella. Yo alucinaba. Empecé a pensar que estaba loca de seguir el juego, pero no dije nada. El hombre siguió hablando de la prenda, diciendo que su tejido si se ajustaba muy bien al cuerpo, que si era hipoalergénica, que si la curva de mis nalgas quedaba muy bien, etc. Y su mano iba y venía por delante y por detrás, sus dedos tocaban y tocaban y yo empecé a sentir cosas y, claro, a mojarme. Sentí que me subía el calor a pesar de estar tan solo con esas braguitas, pero no me bloqueé. Le pregunté si veía si esas braguitas se trasparentaban por delante. Él me preguntó qué buscaba, si quería que se trasparentaran o no. Le dije que quería ver un poco de todo. Entonces me dijo que esperara y vino con otros dos modelos. Él mismo me quitó las que llevaba, agachándose y colocando sus ojos justo a la altura de mi sexo. Notaba su mirada fija mientras yo levantaba una pierna y la otra para sacar los pies y volver a meterlos en la nueva braga. Sabía que mi sexo estaba expuesto y abierto a su mirada en esos momentos. Pero ya me daba igual. Me puso las otras y, para subirlas colocó una de sus manos en mi culo. De nuevo no dije nada y dejé hacer. El hombre me ajustó la nueva prenda y empezó a hablar de sus bondades mientras seguía tocándome. Sus dedos recorrían la tela de mi culo, de mi cintura, de mis piernas y también de la zona de mi sexo. Hablando de la trasparencia, sus dedos se mantuvieron ahí un rato y empezaron a frotar. Yo no sabía que hacer. Estaba excitadísima, a pesar de que ese hombre me doblaba la edad y no me resultaba atractivo. Cuando se cansó de tocarme volvió a quitarme las braguitas, iba a ponerme las últimas pero lo pensó mejor y las dejó a un lado. Entonces empezó a decir que si bien las bragas pueden realzar las nalgas o esconder tripa, yo no lo necesitaba. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo lentamente. Me dijo que tenía una curvatura de nalgas muy bonita mientras pasaba sus manos por ellas, que había braguitas que dejaban intuir a través del vestido la separación entre las nalgas, y su mano pasó entre ellas tocando mi ano y mi sexo, me dijo que había algunas de fantasia que tenían bordados y trasparencias en la parte del pubis, y me toco ahora ese sitio, y descendió hasta el sexo ya sin tela que separara sus dedos de mis labios o mi clitoris. Creí morir de ansiedad. Empezó a masturbarme lentamente. Ya no importaba lo que dijera porque mi cuerpo hablaba por mí. Estaba tan mojada que escuche el chapoteo de sus dedos en mi humedad. Estaba desnuda con un desconocido, totalmente desnuda, expuesta y dispuesta a dejar hacer. Cerré los ojos. Sus manos siguieron acariciandome, esparciendo mi humedad por la piel y se atrevió a tocarme también los senos. Yo no sabía si debía parar o seguir. Sabía que en algún lugar estaba observando mi jefe, pero mi cabeza lo tenía ahora en un segundo o tercer lugar.
De repente, entró otra mujer. El hombre se asustó, se levantó y salió. Me quedé desnuda y sola, jadeando. Me apoyé en un espejo del probador un segundo paralizada y me llevé las manos a la cara. Entonces apareció mi jefe, me dijo que me vistiera que ya era tarde y ya había cumplido, y desapareció. Lo hice de manera rápida y mecánica, y salí del probador. El dependiente dejó a la señora, me dijo que esperara un segundo y volvió enseguida con las braguitas que me había probado. Me dijo que eran un regalo y que volviera cuando quisiera.
En el exterior me esperaba mi jefe. Me preguntó qué tal la experiencia y le dije que no preguntara. Me encontraba humillada y excitada. Y la mezcla me gustaba, pero aún no sabía qué decir frente a mi jefe. Podía pensar cualquier cosa de mí y con razón. Ya en el coche, sonrió, tocó una de mis piernas y me dijo que me faltaba camino por recorrer, pero que lo estaba haciendo muy bien. Dijo que debía darme cuenta de una cosa. En cualquiera de esas experiencias, a pesar de mi reticiencia inicial, de que pudiera pensar que era una locura, de que pudiera creer que era una humillación, debía darme cuenta de que lo que importaba era el resultado global, mi impresión cuando todo había terminado. Asentí, porque hasta entonces, a pesar del escándalo que significaba para mí hacer esas cosas, en todas había disfrutado de una manera que no recordaba hacía mucho tiempo. Comprendía cada vez más esa filosofía en la que me estaba introduciendo mi jefe.

martes, 13 de enero de 2009

Las despedidas siempre son tristes... Pero siempre está la esperanza de volver

Siento tener que dejar este diario, pero no le encuentro sentido si no tiene lectores. Es una lástima, esperaba tener un poco más de aceptación, pero veo que no es de interés. Por lo tanto, dejo este web. Agradezco a los que me han seguido hasta ahora y espero que otros tengan mejor fortuna.

Añadido el 21 de enero:
No quiero quitar este post, aunque veo que me he equivocado. Agradezco a todos los que habéis respondido. Creo que después de navidades tuve un momento bajo y creí que no tenía mucho sentido seguir escribiendo, pero veo que hay quien me apoya y me sentiría responsable si dejara de escribir. Tengo poco tiempo, pero espero volver con un nuevo capítulo dentro de poco. Gracias de nuevo a todos los que habéis respondido. Y un beso de corazón.

martes, 6 de enero de 2009

Todo es diferente

El fin de semana lo pasé en una nube. No sé si tengo que aclararlo, pero cada episodio en este tema me crea una dicotomía con mi personalidad, o con lo que yo soy o lo que creo que soy. Esta vez, por un lado me sentía violada a un nivel profundo. Alguien había entrado hasta dentro de mi alma y había descubierto algo que debía pertenecerme solo a mí. No es tan agradable saber que alguien es capaz de encender un interruptor hasta un nivel donde se pierde toda voluntad. Por otro lado, ese alguien era como una pieza que encajaba a la perfección conmigo, que me daba algo muy difícil de encontrar, que me comprendía en el terreno del sexo y no se andaba por las ramas.
Lo que sentí durante ese fin de semana ya lo había experimentado el anterior. Recuerdo que el sábado salí con mis amigas. En las conversaciones triviales de siempre, sobre la semana, sobre los chicos que se nos acercaban, sobre los novios, el trabajo o las vacaciones, yo estaba ausente. Casi no sabía lo que decía. Mi mente estaba en los recuerdos del viernes y la expectación sobre lo que iba a pasar a continuación, algo que me producía ansiedad y esperanza a la vez. Mis amigas lo notaron, yo me encogí de hombros sin saber qué decir. Les dije que no me pasaba nada, que estaba como siempre.
El domingo me llamó el jefe. Me pidió que fuera el lunes con la falda de cuadros del miércoles anterior y la blusa blanca. Me sentí intrigada pero le dije que no se preocupara.
El lunes, con esa mini que dejaba al descubierto por encima de las rodillas y la blusa blanca, me presenté en la oficina a la hora normal. Mi jefe me llamó enseguida. Dame tu ropa interior, me pidió. Me quedé un momento quieta, sospechando que quizá quería iniciar una sesión como la del viernes a esas horas, pero lo hice. Me quité las braguitas, la blusa y el top y me volví a poner la blusa. Entonces, me pidió que me desabrochara un botón de la blusa, como el viernes anterior.
En el camino hacia la liberación sexual que él me ofrecía tenía que encontrar un punto medio. Se trataba, en pocas palabras de abrirme a los demás sin parecer una puta. En ese camino, en que uno debe experimentar con su sexualidad, se pueden dar falsas pistas, como esa de parecer una mujer fácil. Una mujer liberada no es la que está dispuesta a acostarse con cualquiera, sino la que se olvida de tabúes para sentirse plena, algo que no es lo mismo. El límite, me dijo, es una línea muy fina y hay que saber jugar con ella. Él no quería que yo pareciera una mujer dispuesta a todo. Pero sí quería que jugara con la líbido. El erotismo, decía, tiene un gran aliado en lo deseado cuando es inaccesible. Como ese juego podía dar lugar a confusiones, una tenía que experimentar y aprender.
Hoy, me dijo, quiero que te pasees así por la oficina. No quiero que te inclines especialmente, ni que te muestres más de lo que harías otras veces. Pero tampoco quiero que evites los movimientos que harías de normal. Comprendí enseguida lo que quería. Me negué. Le dije que era muy fuerte, que casi era como ir desnuda delante de todos. Me preguntó si me sería más fácil desnudarme delante de un desconocido. Me quedé callada un momento y después le dije que si tenía que elegir entre una cosa y otra sí, me era más fácil hacerlo con un desconocido. Después insistió. Estoy seguro de que esa negativa es solo una fachada. Este juego te gusta, aunque aún no lo sabes. No me pedía que me desnudara, ni que forzara ninguna postura para que se me viera. Yo tenía que obrar con la misma naturalidad. Solo cambiaría las cosas ese botón abierto de más y la ausencia de ropa interior. Tienes que experimentar, Marta, me dijo. Después de pensarlo un instante le dije que lo probaría, pero si me encontraba muy violenta volvería a por mi ropa. Él accedió. 
Cuando me senté en mi mesita, que estaba en la sala común junto con otras, me ardían las mejillas. Me di cuenta de que cualquiera que se inclinara para decirme algo, cualquiera que se acercara, podía verme los pechos por completo. Pero el botón que me había desabrochado permitía que se abriera más el escote sin dar a entender que era algo premeditado. Me pregunté si alguien se atrevería a avisarme.
Pasó la mañana entera sin que nadie me dijera nada al respecto. Noté que mi compañero me consultaba más que nunca, que alguno de los directivos de la empresa me hablaba o me pedía algo del ordenador, esperando mientras yo lo buscaba. Creo que la secretaria del jefe, que tenía otra mesa en la misma sala también se percató de que yo enseñaba más de lo debido. Pero tampoco me dijo nada. Supongo que no tenía la confianza suficiente.
Por mi parte, no hice ningún esfuerzo por evitar que vieran, pero tampoco hice nada que diera a entender que lo hacía voluntariamente. Parecía un descuido y sobre todo los hombres, lo veían, al parecer, como algo divertido. Me afectó algo al trabajo, estuve más torpe, más distraída.
Cuando acabó la mañana el jefe volvió a llamarme a su despacho. Cerró la puerta y me preguntó qué tal había ido la mañana. Le dije que bastante normal, que la gente había podido verme el escote y que nadie había dicho nada fuera de lo normal. Me preguntó si no se había creado alguna situación en la que hubieran podido ver bajo la falda y le dije que no, que eso era más difícil. La idea, me dijo, no era provocar, pero si crear situaciones en las que hubiera la posibilidad. Yo le dije que no me había gustado mucho la experiencia. Me dio de nuevo mi ropa interior y me permitió que me las pusiese. Después me dijo que esa tarde me recogía a las seis y media, cuando salía del trabajo.

sábado, 3 de enero de 2009

Respuesta a El Mágico

En el apartado de comentarios del anterior post hay una pregunta de El mágico que intentaba responder en el mismo apartado pero que al final, creo que por extensión y porque alguien más puede estar interesado, responderé aquí, como un nuevo post.
Me pide El Mágico que me describa antes y después de esta experiencia con mi jefe. No acabo de entender completamente su petición, pero supongo que se refiere a mi forma de ser en este terreno sexual.
Algo de esto ya comento en mi segundo post. Me pide que diga de donde soy, pero no voy a decir más de lo que ya dije. Soy de Madrid, española, pero todo esto sucede cuando yo estudiaba en una universidad de la capital de una provincia más al norte. Ni siquiera debía haber dicho esto, pero estudiaba psicopedagogía.
Yo era bastante ingénua en el terreno sexual. Sé que va a sonar a niña que no ha roto un plato, y no es eso. Creo que lo que había llegado a hacer es lo que hace todo el mundo hasta ese momento. Lo que ocurre es que, desde la perspectiva de lo que he vivido durante mis últimos seis años, ahora lo veo como muy tonto. Tenía 19 años, un novio que era el primero y con quien lo había descubierto todo... o casi todo. Casi no me acordaba de mi primito, pero leyendo el primer post de La hora del Oerkero (a quien animo a seguir escribiendo, dado que hace tiempo que no actualiza su blog) me acordé de que tuve algún escarceo con él.
Las tonterías con mi primo sucedieron cuando ya salía con mi chico, tendría yo unos quince años, pero mi chico aún ni me había tocado. No me juzguéis. Yo estaba muy pillada con mi chico. Tanto que tenía miedo de que algo saliera mal cuando empezara a haber algo de sexo. Tenía miedo de actuar de manera rara o de hacerle daño o de bloquearme con su sexo y todas esas inseguridades que nos entran a esa edad. Así que la mejor manera de quitarse todo eso era experimentar, y mi único medio de hacerlo era con mi primito. Aquello sucedió en un verano de camping en Tarragona. Y solo fueron juegos muy tontos que no contaré porque mi pretensión no es poner caliente a nadie, como explico en mi respuesta a pumuki, en el post anterior.
Con mi primo estuve haciendo "experimentos" durante un año o así, y cuando estuve preparada, empecé a abrirme a mi chico. Durante los cinco años primeros, antes de que mi jefe entrara en juego, poco a poco fuimos descubriendo nuevas cosas entre mi chico y yo. Pero siempre en un terreno muy tradicional. Siempre como pareja, como supongo que es la experiencia de cada cual. Tengo que decir que yo ya tenía cierta vena "morbosa", pero solo la practicaba con mi chico, y a un nivel muy amateur. Quiero decir que cuando estaba con él me gustaba que me mirara, que me viera desnuda. Recuerdo que cuando mis padres se iban a la sierra yo pasaba el fin de semana con mi chico en casa y yo casi siempre estaba desnuda y como mucho me ponia un delantal para hacer la comida. Había cierto morbo encubierto en que alguien, desde un edificio cercano o desde el otro lado del patio interior, me viera. Pero eso era todo lo que me atrevía a hacer. El tema de la web cam surgió cuando mi chico consiguió una beca en Italia. Él llevaba dos años estudiando historia en la uni de Madrid y consiguió esa beca que debe de ser muy importante y muy difícil de conseguir. Así que yo aproveché y fui a esta provincia, donde yo tenía unos parientes, a estudiar psicopedagogía. Como no había forma de vernos en mucho tiempo, cuando descubrí que mi jefe tenía una webcam y que mi novio tenía acceso a otra cam desde su portátil, se nos ocurrió quedar para hablar. Quedábamos los viernes. Al principio no hacíamos nada, para mí ya era un palo conectarme en mi empresa, desde el ordenador de mi jefe, a pesar de que no hubiera nadie. Pero poco a poco, mi chico empezó a pedirme cosas y cada vez me atrevía a más. Empezó con enseñarle mis pechos, o levantarme la falda, y así poco a poco me fui atreviendo a más. Yo iba despertando a algo nuevo y mi chico también. En ese perido de tiempo, antes de que me pillara mi jefe, esa vena morbosa que ya tenía se hizo mayor. Quiero decir con esto que no estaba completamente cerrada a nuevas experiencias cuando mi jefe me descubrió, lo cual supongo que hizo más fácil que comprendiera el punto de vista de mi jefe, aúnque lo que me deparaba el futuro era muy diferente a lo que había hecho hasta entonces. Los juegos con mi chico habían sido para mi chico. Y los hacía por que eran para él y para nadie más. Desnudarme, pasearme por la oficina, esconder la ropa bajo llave, jugar con algunos juguetes, masturbarme delante de la cam. Todo eso eran cosas que ya habíamos hecho cuando estábamos juntos y que ahora hacía en la oficina porque era lá única forma de que él me viera.
En resumen. Yo había experimentado con el sexo, había hecho cosas que no habría reconocido delante de mis amigas, pero siempre con mi chico y por él. Cuando apareció en juego mi jefe se desató algo muy diferente en mí. No sé si valdrá como comparación porque se trata de otro orden de cosas, pero la primera vez que viajé al extranjero me sucedió algo parecido. Me di cuenta de que había otros horizontes y se despertó en mí una avidez nueva por descubrirlos y experimentarlos. De repente, algo que permanecía dormido por desconocimiento pedía a gritos más y más. En el terreno de los viaje he intentado saciar mi hambre cuanto he podido (que tampoco es que sea mucho). En el terreno sexual, afortunadamente tuve un buen compañero. Me refiero a mi jefe. Durante mucho tiempo supo saciarlo con imaginación y sabiendo poner el límite, y aún más importante: me enseñó a poner en marcha mi propio ingenio.

Como le comento a Pumuki en su post, aunque me gusta el hecho de que mi lectura sea capaz de excitar, no es éste el principal fin de mi blog. Es mucho más importante dar a entender lo que puede dar de sí una vida sin trabas ni tabúes. Mi intención es describir situaciones y sensaciones que he vivido en cuanto que ayudan a ese objetivo. No obstante, entiendo que algunos me leen por que les excita. Si deseáis que describa mejor alguna escena o algún episodio me lo decís. Pero entended que haya veces que no lo haga. No es mi primer deseo.

Eres el visitante número:

Free Web Counter