viernes, 30 de enero de 2009

La tarde de aquel lunes

Hola de nuevo y perdonad tanto desorden y tanta dejadez. Lo siento de veras, me encantaría tener más tiempo para dedicar a este blog pero, de momento, tendré que seguir a salto de mata. Agradezco a todos los que me han respondido (ya lo dije en el anterior comentario) y a todos los que me siguen por estar ahí.

A las seis de la tarde de ese mismo lunes quedé con mi jefe fuera de la oficina. Creo que era febrero y estábamos de rebajas, así que me llevó de tiendas. Por el camino, mientras conducía, me contó lo que quería. Me recordó que por la mañana yo había comentado que no me importaría tanto desnudarme delante de un extraño como el abrirme la blusa del modo en que la tenía por la mañana. Yo asentí y se me puso la carne de gallina, previendo lo que me venía. Me dijo que si me apetecía podíamos jugar con el morbo de los dependientes. Le pregunté cómo y me dijo que no me lo iba a decir si yo no prometía antes aceptar el juego. Al principio le dije que no podía aceptar algo que desconocía, y él me contesto que eso era parte del morbo. Que no me pudiera negar a hacer lo que tenía en mente. Lo pensé un momento. Creo que fue mientras aparcabamos cuando le dije que aceptaba.
No es que me gustara mucho la idea, pero en realidad ya había aceptado antes de subir al coche. El mero hecho de acudir a la cita era mi aceptación. Bien, entonces me explicó su idea. Se trataba de probarme ropa interior en cualquier probador, pero dejando parte de la cortina de cierre abierta.
No me pareció muy difícil y asentí. Él estaría cerca. Se asomó a un par de tiendas y me dijo que entrara yo primero y que él entraría poco después. En el interior me di cuenta de porqué se había asomado antes de decidirse por una tienda. Allí todos los dependientes eran hombres.No había mucha gente y la mayoría eran mujeres (lógicamente, estaba en la zona femenina de la tienda). Me acerqué a un puesto giratorio donde había braguitas y sostenes de fantasía, y cogí tres de cada, tras lo cual me dirigí a los probadores. Elegí el más cercano a la zona común y dejé la cortina a medio cerrar. Me quité primero la blusa y mi sostén, esperando ver si alguien se fijaba. Me di cuenta de que mi jefe ya había entrado y pululaba por ahí. Al poco me di cuenta de que otro hombre estaba demasiado cerca, a escasos cinco metros, mirando un cajón de ropa con demasiada atención. Entonces me di la vuelta y me quité los pantalones. Le daba la espalda a aquel hombre, pero tenía enfrente el espejo y desde él vi que no me quitaba ojo. Disimulé, como si no me diera cuenta de su presencia. Me quité las braguitas y me miré con calma al espejo. El hombre no se daba cuenta de que también le miraba a él. Abrí un poco las piernas y me pasé la mano por el sexo lentamente. Después me puse las primeras braguitas. Giré mirando al espejo, como si comprobara como me quedaban. Rechacé con la cabeza. La verdad es que me estaba divirtiendo. Aquel hombre seguía allí, así que decidí agacharme para quitarme las braguitas que me había probado, de modo que mi culo quedó en la abertura del probador, expuesto, abierto. Su cara era un poema. No pude evitar sonreír y creo que entonces se dio cuenta de que yo le había visto, porque disimuló. Pero no se movió un ápice.
Seguí así con las otras braguitas y los otros sostenes. Estuve como diez minutos haciendo posturitas y moviéndome para que toda mi anatomía quedara expuesta en un momento u otro frente a ese hombre y algún otro que se acercó más tarde. Después me volví a vestir, dejé las braguitas en su sitio y salí de la tienda.
Esperé a mi jefe, que tardó un rato en salir. Sonrió y justo detrás de él salió el hombre que me habia expiado, con una bolsa. Mi jefe se echó una carcajada. Aquel hombre había comprado toda la ropa interior que yo me había puesto. Yo también sonreí, pero entonces me dijo que la próxima tienda tenía que ser más difícil. Le miré extrañada y me dijo que quería más de mí. Esta vez iba a consultar a alguno de los dependientes. Tenía que preguntar si me quedaban bien, si no creían que era demasiado gruesa o demasiado grande o demasiado pequeña, o si no se trasparentaba. Si alguno de ellos llegaba a tocarme debía permitirlo. Pasara lo que pasara.
Debí abrir unos ojos como platos, porque sonrió diciendome que no era para tanto. Que además lo había prometido.
Recuerdo que entramos en varios establecimientos. Mi forma de actuar fue la siguiente: me desnudaba, me colocaba unas braguitas y un sostén, o solo unas braguitas, y llamaba disimuladamente a algún dependiente que estuviera cerca del probador. En las dos primeras tiendas, los dependientes me miraron indiferentes, me dijeron que estaba prohibido probarse la ropa interior y nada más. En el tercero, el dependiente empezó a tartamudear cuando le pregunté si se trasparentaba mi vello (por entonces lo llevaba cortito, solo me rasuraba en verano para ponerme los bañadores). Me reí y se ruborizó de tal manera que tuvo que excusarse y salir. No volvió y para cuando salí de esa tienda ya eran las siete y media. Cerraban todas las tiendas del centro, así que fuimos a un centro comercial donde no cierran hasta las diez de la noche. Allí volvió a pasarme lo mismo al principio, en dos tiendas me dijeron que el género de ropa interior no se puede probar. Pero tanto insistir, en algún momento teníamos que dar con la persona adecuada. En una tienda pequeñita, había un dependiente de unos cuarenta y cinco años. Era alto, espigado, con una frente que ya conquistaba más allá de su coronilla y unos rasgos algo toscos. La tienda estaba vacía y tenía genero solo de mujer. Yo cogí dos braguitas y me fui al probador. Estaba tan harta de que ningún dependiente me hubiera hecho caso que ahí solo me puse braguitas y me dirigí al dependiente tan solo con esa prenda. El hombre se acercó, le pregunté si me quedaba bien, si no me quedaba ancha la braguita. Me miró serio, por un momento pensé que me iba a decir lo mismo que los otros. Pero de repente se acerca más, se agacha hasta que su cabeza queda a la altura de mis bragas y dice "Bueno, no te queda mal, es tu talla". Después se volvió a levantar y le pregunté si me realzaba las nalgas, pasando mi mano por el culito. Entonces el hombre me miró a los ojos, puso una mano en mi culo y empezó a hablar de esas braguitas, mientras comenzaba a deslizar su mano por diferentes partes de ella. Yo alucinaba. Empecé a pensar que estaba loca de seguir el juego, pero no dije nada. El hombre siguió hablando de la prenda, diciendo que su tejido si se ajustaba muy bien al cuerpo, que si era hipoalergénica, que si la curva de mis nalgas quedaba muy bien, etc. Y su mano iba y venía por delante y por detrás, sus dedos tocaban y tocaban y yo empecé a sentir cosas y, claro, a mojarme. Sentí que me subía el calor a pesar de estar tan solo con esas braguitas, pero no me bloqueé. Le pregunté si veía si esas braguitas se trasparentaban por delante. Él me preguntó qué buscaba, si quería que se trasparentaran o no. Le dije que quería ver un poco de todo. Entonces me dijo que esperara y vino con otros dos modelos. Él mismo me quitó las que llevaba, agachándose y colocando sus ojos justo a la altura de mi sexo. Notaba su mirada fija mientras yo levantaba una pierna y la otra para sacar los pies y volver a meterlos en la nueva braga. Sabía que mi sexo estaba expuesto y abierto a su mirada en esos momentos. Pero ya me daba igual. Me puso las otras y, para subirlas colocó una de sus manos en mi culo. De nuevo no dije nada y dejé hacer. El hombre me ajustó la nueva prenda y empezó a hablar de sus bondades mientras seguía tocándome. Sus dedos recorrían la tela de mi culo, de mi cintura, de mis piernas y también de la zona de mi sexo. Hablando de la trasparencia, sus dedos se mantuvieron ahí un rato y empezaron a frotar. Yo no sabía que hacer. Estaba excitadísima, a pesar de que ese hombre me doblaba la edad y no me resultaba atractivo. Cuando se cansó de tocarme volvió a quitarme las braguitas, iba a ponerme las últimas pero lo pensó mejor y las dejó a un lado. Entonces empezó a decir que si bien las bragas pueden realzar las nalgas o esconder tripa, yo no lo necesitaba. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo lentamente. Me dijo que tenía una curvatura de nalgas muy bonita mientras pasaba sus manos por ellas, que había braguitas que dejaban intuir a través del vestido la separación entre las nalgas, y su mano pasó entre ellas tocando mi ano y mi sexo, me dijo que había algunas de fantasia que tenían bordados y trasparencias en la parte del pubis, y me toco ahora ese sitio, y descendió hasta el sexo ya sin tela que separara sus dedos de mis labios o mi clitoris. Creí morir de ansiedad. Empezó a masturbarme lentamente. Ya no importaba lo que dijera porque mi cuerpo hablaba por mí. Estaba tan mojada que escuche el chapoteo de sus dedos en mi humedad. Estaba desnuda con un desconocido, totalmente desnuda, expuesta y dispuesta a dejar hacer. Cerré los ojos. Sus manos siguieron acariciandome, esparciendo mi humedad por la piel y se atrevió a tocarme también los senos. Yo no sabía si debía parar o seguir. Sabía que en algún lugar estaba observando mi jefe, pero mi cabeza lo tenía ahora en un segundo o tercer lugar.
De repente, entró otra mujer. El hombre se asustó, se levantó y salió. Me quedé desnuda y sola, jadeando. Me apoyé en un espejo del probador un segundo paralizada y me llevé las manos a la cara. Entonces apareció mi jefe, me dijo que me vistiera que ya era tarde y ya había cumplido, y desapareció. Lo hice de manera rápida y mecánica, y salí del probador. El dependiente dejó a la señora, me dijo que esperara un segundo y volvió enseguida con las braguitas que me había probado. Me dijo que eran un regalo y que volviera cuando quisiera.
En el exterior me esperaba mi jefe. Me preguntó qué tal la experiencia y le dije que no preguntara. Me encontraba humillada y excitada. Y la mezcla me gustaba, pero aún no sabía qué decir frente a mi jefe. Podía pensar cualquier cosa de mí y con razón. Ya en el coche, sonrió, tocó una de mis piernas y me dijo que me faltaba camino por recorrer, pero que lo estaba haciendo muy bien. Dijo que debía darme cuenta de una cosa. En cualquiera de esas experiencias, a pesar de mi reticiencia inicial, de que pudiera pensar que era una locura, de que pudiera creer que era una humillación, debía darme cuenta de que lo que importaba era el resultado global, mi impresión cuando todo había terminado. Asentí, porque hasta entonces, a pesar del escándalo que significaba para mí hacer esas cosas, en todas había disfrutado de una manera que no recordaba hacía mucho tiempo. Comprendía cada vez más esa filosofía en la que me estaba introduciendo mi jefe.

martes, 13 de enero de 2009

Las despedidas siempre son tristes... Pero siempre está la esperanza de volver

Siento tener que dejar este diario, pero no le encuentro sentido si no tiene lectores. Es una lástima, esperaba tener un poco más de aceptación, pero veo que no es de interés. Por lo tanto, dejo este web. Agradezco a los que me han seguido hasta ahora y espero que otros tengan mejor fortuna.

Añadido el 21 de enero:
No quiero quitar este post, aunque veo que me he equivocado. Agradezco a todos los que habéis respondido. Creo que después de navidades tuve un momento bajo y creí que no tenía mucho sentido seguir escribiendo, pero veo que hay quien me apoya y me sentiría responsable si dejara de escribir. Tengo poco tiempo, pero espero volver con un nuevo capítulo dentro de poco. Gracias de nuevo a todos los que habéis respondido. Y un beso de corazón.

martes, 6 de enero de 2009

Todo es diferente

El fin de semana lo pasé en una nube. No sé si tengo que aclararlo, pero cada episodio en este tema me crea una dicotomía con mi personalidad, o con lo que yo soy o lo que creo que soy. Esta vez, por un lado me sentía violada a un nivel profundo. Alguien había entrado hasta dentro de mi alma y había descubierto algo que debía pertenecerme solo a mí. No es tan agradable saber que alguien es capaz de encender un interruptor hasta un nivel donde se pierde toda voluntad. Por otro lado, ese alguien era como una pieza que encajaba a la perfección conmigo, que me daba algo muy difícil de encontrar, que me comprendía en el terreno del sexo y no se andaba por las ramas.
Lo que sentí durante ese fin de semana ya lo había experimentado el anterior. Recuerdo que el sábado salí con mis amigas. En las conversaciones triviales de siempre, sobre la semana, sobre los chicos que se nos acercaban, sobre los novios, el trabajo o las vacaciones, yo estaba ausente. Casi no sabía lo que decía. Mi mente estaba en los recuerdos del viernes y la expectación sobre lo que iba a pasar a continuación, algo que me producía ansiedad y esperanza a la vez. Mis amigas lo notaron, yo me encogí de hombros sin saber qué decir. Les dije que no me pasaba nada, que estaba como siempre.
El domingo me llamó el jefe. Me pidió que fuera el lunes con la falda de cuadros del miércoles anterior y la blusa blanca. Me sentí intrigada pero le dije que no se preocupara.
El lunes, con esa mini que dejaba al descubierto por encima de las rodillas y la blusa blanca, me presenté en la oficina a la hora normal. Mi jefe me llamó enseguida. Dame tu ropa interior, me pidió. Me quedé un momento quieta, sospechando que quizá quería iniciar una sesión como la del viernes a esas horas, pero lo hice. Me quité las braguitas, la blusa y el top y me volví a poner la blusa. Entonces, me pidió que me desabrochara un botón de la blusa, como el viernes anterior.
En el camino hacia la liberación sexual que él me ofrecía tenía que encontrar un punto medio. Se trataba, en pocas palabras de abrirme a los demás sin parecer una puta. En ese camino, en que uno debe experimentar con su sexualidad, se pueden dar falsas pistas, como esa de parecer una mujer fácil. Una mujer liberada no es la que está dispuesta a acostarse con cualquiera, sino la que se olvida de tabúes para sentirse plena, algo que no es lo mismo. El límite, me dijo, es una línea muy fina y hay que saber jugar con ella. Él no quería que yo pareciera una mujer dispuesta a todo. Pero sí quería que jugara con la líbido. El erotismo, decía, tiene un gran aliado en lo deseado cuando es inaccesible. Como ese juego podía dar lugar a confusiones, una tenía que experimentar y aprender.
Hoy, me dijo, quiero que te pasees así por la oficina. No quiero que te inclines especialmente, ni que te muestres más de lo que harías otras veces. Pero tampoco quiero que evites los movimientos que harías de normal. Comprendí enseguida lo que quería. Me negué. Le dije que era muy fuerte, que casi era como ir desnuda delante de todos. Me preguntó si me sería más fácil desnudarme delante de un desconocido. Me quedé callada un momento y después le dije que si tenía que elegir entre una cosa y otra sí, me era más fácil hacerlo con un desconocido. Después insistió. Estoy seguro de que esa negativa es solo una fachada. Este juego te gusta, aunque aún no lo sabes. No me pedía que me desnudara, ni que forzara ninguna postura para que se me viera. Yo tenía que obrar con la misma naturalidad. Solo cambiaría las cosas ese botón abierto de más y la ausencia de ropa interior. Tienes que experimentar, Marta, me dijo. Después de pensarlo un instante le dije que lo probaría, pero si me encontraba muy violenta volvería a por mi ropa. Él accedió. 
Cuando me senté en mi mesita, que estaba en la sala común junto con otras, me ardían las mejillas. Me di cuenta de que cualquiera que se inclinara para decirme algo, cualquiera que se acercara, podía verme los pechos por completo. Pero el botón que me había desabrochado permitía que se abriera más el escote sin dar a entender que era algo premeditado. Me pregunté si alguien se atrevería a avisarme.
Pasó la mañana entera sin que nadie me dijera nada al respecto. Noté que mi compañero me consultaba más que nunca, que alguno de los directivos de la empresa me hablaba o me pedía algo del ordenador, esperando mientras yo lo buscaba. Creo que la secretaria del jefe, que tenía otra mesa en la misma sala también se percató de que yo enseñaba más de lo debido. Pero tampoco me dijo nada. Supongo que no tenía la confianza suficiente.
Por mi parte, no hice ningún esfuerzo por evitar que vieran, pero tampoco hice nada que diera a entender que lo hacía voluntariamente. Parecía un descuido y sobre todo los hombres, lo veían, al parecer, como algo divertido. Me afectó algo al trabajo, estuve más torpe, más distraída.
Cuando acabó la mañana el jefe volvió a llamarme a su despacho. Cerró la puerta y me preguntó qué tal había ido la mañana. Le dije que bastante normal, que la gente había podido verme el escote y que nadie había dicho nada fuera de lo normal. Me preguntó si no se había creado alguna situación en la que hubieran podido ver bajo la falda y le dije que no, que eso era más difícil. La idea, me dijo, no era provocar, pero si crear situaciones en las que hubiera la posibilidad. Yo le dije que no me había gustado mucho la experiencia. Me dio de nuevo mi ropa interior y me permitió que me las pusiese. Después me dijo que esa tarde me recogía a las seis y media, cuando salía del trabajo.

sábado, 3 de enero de 2009

Respuesta a El Mágico

En el apartado de comentarios del anterior post hay una pregunta de El mágico que intentaba responder en el mismo apartado pero que al final, creo que por extensión y porque alguien más puede estar interesado, responderé aquí, como un nuevo post.
Me pide El Mágico que me describa antes y después de esta experiencia con mi jefe. No acabo de entender completamente su petición, pero supongo que se refiere a mi forma de ser en este terreno sexual.
Algo de esto ya comento en mi segundo post. Me pide que diga de donde soy, pero no voy a decir más de lo que ya dije. Soy de Madrid, española, pero todo esto sucede cuando yo estudiaba en una universidad de la capital de una provincia más al norte. Ni siquiera debía haber dicho esto, pero estudiaba psicopedagogía.
Yo era bastante ingénua en el terreno sexual. Sé que va a sonar a niña que no ha roto un plato, y no es eso. Creo que lo que había llegado a hacer es lo que hace todo el mundo hasta ese momento. Lo que ocurre es que, desde la perspectiva de lo que he vivido durante mis últimos seis años, ahora lo veo como muy tonto. Tenía 19 años, un novio que era el primero y con quien lo había descubierto todo... o casi todo. Casi no me acordaba de mi primito, pero leyendo el primer post de La hora del Oerkero (a quien animo a seguir escribiendo, dado que hace tiempo que no actualiza su blog) me acordé de que tuve algún escarceo con él.
Las tonterías con mi primo sucedieron cuando ya salía con mi chico, tendría yo unos quince años, pero mi chico aún ni me había tocado. No me juzguéis. Yo estaba muy pillada con mi chico. Tanto que tenía miedo de que algo saliera mal cuando empezara a haber algo de sexo. Tenía miedo de actuar de manera rara o de hacerle daño o de bloquearme con su sexo y todas esas inseguridades que nos entran a esa edad. Así que la mejor manera de quitarse todo eso era experimentar, y mi único medio de hacerlo era con mi primito. Aquello sucedió en un verano de camping en Tarragona. Y solo fueron juegos muy tontos que no contaré porque mi pretensión no es poner caliente a nadie, como explico en mi respuesta a pumuki, en el post anterior.
Con mi primo estuve haciendo "experimentos" durante un año o así, y cuando estuve preparada, empecé a abrirme a mi chico. Durante los cinco años primeros, antes de que mi jefe entrara en juego, poco a poco fuimos descubriendo nuevas cosas entre mi chico y yo. Pero siempre en un terreno muy tradicional. Siempre como pareja, como supongo que es la experiencia de cada cual. Tengo que decir que yo ya tenía cierta vena "morbosa", pero solo la practicaba con mi chico, y a un nivel muy amateur. Quiero decir que cuando estaba con él me gustaba que me mirara, que me viera desnuda. Recuerdo que cuando mis padres se iban a la sierra yo pasaba el fin de semana con mi chico en casa y yo casi siempre estaba desnuda y como mucho me ponia un delantal para hacer la comida. Había cierto morbo encubierto en que alguien, desde un edificio cercano o desde el otro lado del patio interior, me viera. Pero eso era todo lo que me atrevía a hacer. El tema de la web cam surgió cuando mi chico consiguió una beca en Italia. Él llevaba dos años estudiando historia en la uni de Madrid y consiguió esa beca que debe de ser muy importante y muy difícil de conseguir. Así que yo aproveché y fui a esta provincia, donde yo tenía unos parientes, a estudiar psicopedagogía. Como no había forma de vernos en mucho tiempo, cuando descubrí que mi jefe tenía una webcam y que mi novio tenía acceso a otra cam desde su portátil, se nos ocurrió quedar para hablar. Quedábamos los viernes. Al principio no hacíamos nada, para mí ya era un palo conectarme en mi empresa, desde el ordenador de mi jefe, a pesar de que no hubiera nadie. Pero poco a poco, mi chico empezó a pedirme cosas y cada vez me atrevía a más. Empezó con enseñarle mis pechos, o levantarme la falda, y así poco a poco me fui atreviendo a más. Yo iba despertando a algo nuevo y mi chico también. En ese perido de tiempo, antes de que me pillara mi jefe, esa vena morbosa que ya tenía se hizo mayor. Quiero decir con esto que no estaba completamente cerrada a nuevas experiencias cuando mi jefe me descubrió, lo cual supongo que hizo más fácil que comprendiera el punto de vista de mi jefe, aúnque lo que me deparaba el futuro era muy diferente a lo que había hecho hasta entonces. Los juegos con mi chico habían sido para mi chico. Y los hacía por que eran para él y para nadie más. Desnudarme, pasearme por la oficina, esconder la ropa bajo llave, jugar con algunos juguetes, masturbarme delante de la cam. Todo eso eran cosas que ya habíamos hecho cuando estábamos juntos y que ahora hacía en la oficina porque era lá única forma de que él me viera.
En resumen. Yo había experimentado con el sexo, había hecho cosas que no habría reconocido delante de mis amigas, pero siempre con mi chico y por él. Cuando apareció en juego mi jefe se desató algo muy diferente en mí. No sé si valdrá como comparación porque se trata de otro orden de cosas, pero la primera vez que viajé al extranjero me sucedió algo parecido. Me di cuenta de que había otros horizontes y se despertó en mí una avidez nueva por descubrirlos y experimentarlos. De repente, algo que permanecía dormido por desconocimiento pedía a gritos más y más. En el terreno de los viaje he intentado saciar mi hambre cuanto he podido (que tampoco es que sea mucho). En el terreno sexual, afortunadamente tuve un buen compañero. Me refiero a mi jefe. Durante mucho tiempo supo saciarlo con imaginación y sabiendo poner el límite, y aún más importante: me enseñó a poner en marcha mi propio ingenio.

Como le comento a Pumuki en su post, aunque me gusta el hecho de que mi lectura sea capaz de excitar, no es éste el principal fin de mi blog. Es mucho más importante dar a entender lo que puede dar de sí una vida sin trabas ni tabúes. Mi intención es describir situaciones y sensaciones que he vivido en cuanto que ayudan a ese objetivo. No obstante, entiendo que algunos me leen por que les excita. Si deseáis que describa mejor alguna escena o algún episodio me lo decís. Pero entended que haya veces que no lo haga. No es mi primer deseo.

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