miércoles, 22 de abril de 2009

El vecino de nuevo

Antes de empezar este capítulo tengo que dejaros unas palabras de disculpa. Lo siento de veras, y entiendo que habré perdido lectores, pero es que me están pasando cosas en mi vida personal que de momento no puedo evitar y que me quitan tiempo y sobre todo ganas de escribir. Necesito cierta paz interior para poder concentrarme y escribir sobre cosas que han pasado ya hace un tiempo y el presente me está quitando esa paz. Lo siento de veras, espero que podáis entenderme. Seguiré escribiendo, pero me temo que no puedo prometer un ritmo muy seguido. Dicho esto, empiezo con este capítulo.

El viernes a las seis y media de la tarde, después de salir del trabajo, fui a la casa donde estaba el pisito de mi jefe. No había quedado con él, sino que fui directamente al piso del vecino. Antes de llamar, me quité mi ropa (en la escalera, por supuesto) y me puse la que me había dejado él, que llevaba en una bolsa. Metí bien doblada mi ropa en la bolsa y llamé a la puerta. Me volvió a abrir el chico. Se quedó un tanto asombrado de verme. Y aún más de verme con su ropa. Según me contó después creyó estar viviendo un "dejá vu", de nuevo yo con las mismas ropas, delante de su puerta. Le sonreí y le dije, "vengo a devolverte la ropa que me dejaste". El chico abrió la puerta aún sin decir nada. Llevaba el mismo pantalón de pijama y ese día también la parte superior. Por lo visto había estado hasta ese momento frente al televisor, comiendo alguna bolsa de gusanitos o palomitas. Me invitó a entrar a la sala de estar, apagó el televisor y recogió un poco el desorden sobre al mesita que había entre la tv y el sofá.

–Vengo a devolverte la ropa –le dije–. Te estoy muy agradecida, porque los cabrones de mis amigos no me habían dejado nada. Me han dicho que ya sabían que yo me las arreglaría. Pero eso no se hace.
No es que me guste decir tacos, pero en ese momento estaba pensando en mi jefe, y lo de cabrones iba por él. Él me dio la razón.
-Como ves, traigo tu ropa puesta –le dije sonriendo–. ¿Quieres que te la devuelva?.

El chico, muy tímido, sonrió.
–Bueno –me dijo– si la necesitas...

–Yo había pensado –repliqué, sonriendo– en que quizá te gustaría recuperarla... Pero para eso tendría que quitármela.
El chico se puso nervioso. Ya dije que era muy tímido, a pesar de que ya había estado con él se sentía fuera de lugar. Así que forcé un poco las cosas:

-¿Me puedes ayudar?

Ya sé, soy muy mala. El tío hecho un flan y yo pinchándole. Pero es que si no, nos quedábamos estancados ahí. A veces los chicos sois muy tontos. Con las manos temblando, me desabrochó la camisa. Yo no llevaba sujetador. Así que sin la camisa me quedé desnuda de cintura para arriba. Sus manos fueron enseguida a mis senos. Yo me reí y me aparté, y le dije que no quería que me tocara aún. Entonces sus manos se acercaron al cinturón del pantalón. Lo desabrochó y el pantalón, que me venía grande, se cayó. Tampoco llevaba braguitas (ni nada que las sustituyera, el día anterior él me había dejado lo imprescindible para dar el pego de vuelta a casa). El vecinito se agachó para quitarme las perneras del pantalón y yo abrí a propósito las piernas para que sobre su cabeza se quedara bien expuesto mi sexo.

Hay algo en exponerme desnuda que me vuelve loca. Pero en aquel momento no quería perder la cabeza. Quería que ese chico estuviera por un rato a mi merced. Le dije, dame algo de merendar, anda. Y me dirigí a la cocina, de la que tenía buen recuerdo de la vez anterior. Me senté sobre la mesa, esperando mientras él abría el frigo y miraba qué había en él que me pudiera ofrecer. Sacó un trozo de fuet y un poco de queso. El queso me lo comí y cuando vi el trozo alargado de fuet, le dije si no tenía hambre. Sonrió por el doble sentido de las palabras. Entonces le pregunté, ¿si me metiera esto aquí te lo comerías? señalando mi culo. El tío asintió con la cabeza, aún sonriendo. "Entonces, métemelo todo". Me baje de la mesa y me agaché sobre ella, como la última vez. El chico intentó que comenzara a entrar, pero estaba demasiado seco, así que sacó un recipiente con aceite y empezó a embadurnar mi ano y a meter los dedos untados en aceite. Yo le llamaba la atención cada vez que su mano se acercaba demasiado a mi sexo, que no eran pocas veces. Después, fue más fácil que el fuet entrara. Yo lo notaba, poco a poco entrando y recolocándose a cada empujón, hasta que al final estuvo todo dentro. El chico empujó hasta que el otro extremo desapareció. Entonces empujé lo justo para que apareciera la puntita, y le dije: ahora come.
Le faltó tiempo para poner el morro en mi culo y empezar a mordisquear el fuet. Le dije que no utilizara las manos. Yo notaba su boca, su lengua y a veces sus dientes, y me excitaba un montón. Le dije que si quería podía comer pan, pero que lo untara antes en mi sexo. Y así empecé a experimentar la masturbación más extraña que me habían hecho nunca. Se me escaparon al menos dos orgasmos mientras duró la comida. Mi culo se llenaba de su saliva, su lengua y su boca humedecían mi piel, mi ano y mi sexo, en su intento de pillar un trozo de fuet. El pan se frotaba contra mi clitoris y muchas veces lo metía hasta dentro. Era una sensación extraña y muy placentera.

Cuando terminó, le dije que me limpiara bien, que no quería un resto de fuet ni de pan en mis partes. Le pregunté qué le había parecido y me dijo que no había estado tan excitado en su vida. Me fijé en su pene bajo el pantalón de pijama y el bulto lo confirmaba, así que me acerqué, aún sin dejarle tocarme y se lo agarré por encima de la tela. Después metí la mano dentro del pantalón y empecé a masturbarle lentamente. Su tronco, ya lo dije el día anterior, era enorme y daba gusto ver cómo palpitaba al apretar la mano en su torno.

Para entonces yo estaba totalmente ida, claro. Mi mente ya había perdido la razón hace rato y si este chico me hubiera conocido mejor habría sabido que podía haber hecho lo que quisiera. Me dijo que me había limpiado cuanto había podido pero que aún me quedaban restos y no quería que manchara mi ropa. Así que se desnudó y me llevó a la ducha. Entramos los dos juntos y me enjabonó entera. Estuvo acariciándome un rato, yo en una nube, sus dedos suaves sobre mi piel, sobre mis pezones, mi culo, mi sexo. Facilitado por el jabón, sus dedos se deslizaban con tanta suavidad que daba un respingo cada vez que pasaban por mi clítoris.
Después cogió un jabon de mano, era uno de una marca conocida, no recuerdo de cuál, pero sí que era con forma ovalada como un pequeño balón de rugby. Abrazándome el uno frente al otro, me abrió las nalgas y empezó a hacer fuerza para que entrase. Estaba resbaladizo y mojado, pero aún así era ancho y le costaba entrar. Me abracé a él con fuerza, cerrando los ojos mientras le dejaba hacer. Al fin entró entero y se quedó dentro. Lo sentía caliente, como el agua que caía sobre nosotros. Entonces le besé. Me sentía transportada. Cuando alcancé un nuevo orgasmo, el chico me secó, aún con el jabón dentro y me sacó de la ducha. Entonces le dije al oído: haz conmigo lo que quieras.
¿De veras harías cualquier cosa? Me dijo mirándome a los ojos, empujando violentamente con los dedos el jabón dentro de mi culo. Asentí con la cabeza, con un respingo al sentir mas dentro el jabón.
Entonces comenzó una locura. Lo dejo aquí porque sino no lo publicaré nunca. Pero espero (sinceramente) no tardar tanto como la última vez.

Un beso a todos y gracias por vuestra paciencia.

viernes, 17 de abril de 2009

Los números binarios

El día después de la aventura con el vecinito era miércoles, aunque tampoco importa mucho. Iba camino del trabajo y me calentaba la cabeza mientras me acercaba. Cómo podía haberme dejado allí, sabiendo que estaba desnuda, sin otras llaves que las mías. Cuanto más lo pensaba más me irritaba. Porque podían haber pasado mil cosas en esa hora y media larga que estuve en casa del vecino. Podía haberme pasado algo con ese tío, que él mismo había tachado de raro. O aunque ese tío no me hiciera nada malo, podían haber salido las cosas torcidas. Podía haber terminado enfadada con él, o él conmigo, o podía haberse ido, o no querer abrirme por mil otras razones cuando volví a llamar, y entonces yo me habría encontrado en la escalera sin saber a dónde ir, con tan solo una toalla (que encima perdí mientras subía corriendo), con ese hombre que me había visto  y sin duda seguía escaleras arriba en mi búsqueda. No sé qué habría pasado si el vecino con el que había hecho el juego no me hubiera abierto. Porque encima, yo tenía eso dibujado en mi culo, porque además, no estaba totalmente limpia (acababan de correrse en mi culo, y había sudado), y no sé a dónde habría llamado en petición de ayuda en ese estado. Solo de imaginar que tenía que llamar a otra puerta y tener que enfrentarme a otro desconocido, o a una mujer, o un niño, me dan escalofríos.
Cuando a la mañana siguiente llegué a la ofi ni se me ocurrió ir a verle. Fui directa a mi mesita, muy seria. Él no se dignó a salir de su despacho hasta mediada la mañana, aunque sabía perfectamente que yo había llegado como siempre a primera hora. Entonces pasó como si nada delante de mi mesa, pidió algún papel a uno de mis compañeros y al volver me dijo, Marta, ven un momento al despacho.
Estaba enfadada de verdad, así que fui muy seria, cerré la puerta y me senté callada. Bueno –dijo después de unos segundos de mirar sus papeles– no tienes nada que contarme? Y creo que eso fue la puntilla. Ni una excusa, ni un lo siento. Creo que empecé a hablar demasiado alto. Le dije que cómo podía haber hecho algo así, que si estaba loco, etc. Él me llamó al orden, con una señal me recordó que podían oírnos, me calmé un poco, pero le seguí diciendo que no podía hacerme eso.
Cuando consiguió que dejara de hablar me respondió que no era su intención, en un principio, dejarme allí, pero que al hacerse tarde, él no tenía ninguna excusa con su familia así que había tenido que irse. Sí que pensó que quizá mi tardanza se debiese a algún problema, pero subió hasta el piso del vecino, pegó la oreja y escuchó claramente mis grititos, que ya era capaz de reconocer cuando eran de gusto, e imaginó que había decidido ir más allá de lo que se me había pedido en el juego. Como ya tenía que estar escarmentada del último día, supuso que llamar no haría más que interrumpir. Por otro lado, decidió dejar mis llaves porque dejar las suyas era peligroso. Si dejaba debajo del felpudo las llaves de ese piso cualquiera podría entrar. Si encontraba las mías e intentaba entrar no le servirían de nada.
Me fui calmando. Tenía parte de disculpa, pero no toda. Desde mi punto de vista no podía dejarme así, desnuda, sin ninguna alternativa.
Él sonrió y me pidió que le contara lo que había pasado. Bueno, los que habéis llegado hasta aquí se supone que ya habéis leído mi post anterior, así que no voy a repetir toda la historia (qué aburrimiento). Primero le conté cómo el vecinito escribió los números sobre mis nalgas. Mi jefe se llevó la mano a la frente y se acordó en ese instante de esa parte del  juego, así que me pidió que me desnudara para comprobarlo. Yo aún estaba enfadada y vacilé un momento, pero pudo más mi curiosidad por saber qué era lo que habían escrito en mi culo, así que obedecí. Me agaché sobre el escritorio de mi jefe y se dedicó a transcribir los números al papel, mientras me tocaba y me masturbaba a ratos. Mientras tanto, yo seguí contando el resto de cosas que me habían pasado con el vecino, que no había podido evitar ver su bulto, que no quería hacer otra cosa que tocárselo, que después de eso no me pude negar a seguir, que él no tenía condón y decidimos hacerlo por atrás, etc. Después le conté la parte en la que me había quedado en la escalera esperando que todo fuera una broma suya, y que terminé por volver a casa del vecino que gracias a dios me dejó unas ropas suyas para volver a mi casa.
Mi jefe terminó de escribir antes de que yo terminara de contar mi historia, así que me di la vuelta, dejando mi sexo frente a él. Mientras yo terminaba el relato se dedicó a seguir masturbándome, así que yo  había perdido casi mi enfado y lo había sustituido por un calor y un aturdimiento, en parte molesto porque quería seguir enfadada con mi jefe, y en parte demasiado tentador para apartarme.
Cuando terminé mi relato entre sofocos y suspiros, mi jefe sonrió. Me dijo, sin dejar de tocarme, "¿ves cómo todo tiene buen fin? Si yo no te hubiera dejado allí no habrías conseguido una excusa para volver a ver a ese chico que te gusta. Quiero que vuelvas a su casa con su ropa puesta y tu ropa en una bolsita". A continuación, mi jefe me dijo lo que tenía que hacer una vez que estuviera de nuevo con su vecino. Me dijo que no fuera esa misma tarde, sino la siguiente, que era viernes. Por un lado me venía mejor, los viernes no había clase. Por otro, no podría estar con mi novio por webcam, pero en aquel momento, con las manos de mi jefe en mi sexo, en mi culo, en mis pechos, era lo que menos me importaba. A poco llegué a un orgasmo que me dobló sobre mi jefe. Me quedé ahí un momento, agradeciendo sus caricias.
Mientras sus manos recorrían suavemente mi piel, le pregunté a mi jefe por los números. Me dijo que la pregunta que había escrito en el papel solo la podía responder alguien como ese chico. Lo había visto muchas veces con cds, yendo y viniendo con discos, algún teclado y otras cosas de informática. Así que lo más apropiado era una pregunta de ordenadores. La pregunta era cuánto era un un gigabyte y medio en bits, tanto en números binarios como en el sistema decimal. Por entonces yo no sabía del sistema binario ni que existía, mucho menos hacer un cálculo de ese tipo. Bueno, no recuerdo la respuesta, lógicamente, solo que tenía una nalga atacada de unos y ceros y la otra con la cifra en decimal. Mi jefe me explicó en qué consistía en general toda esa parafernalia, aunque lógicamente lo he olvidado casi todo. La pregunta también la había olvidado, no se hablaba mucho de gygabytes y esas cosas por entonces. Para mí era chino. Pero con el tiempo, cuando la palabra gygabyte y bits se han convertido en populares, cada vez que oigo alguna de esas palabras recuerdo el episodio y la pregunta.
Después me vestí y salí del despacho. Hubiera querido odiarle, decirle que no repitiera otra vez lo que había hecho el día anterior, pero la verdad es que me sentía en el cielo y mi enfado había desaparecido. Y la idea que me había dado para volver a ver al vecino me gustaba.
Me fijé un momento en mis compañeros, al salir del despacho. Por fortuna nadie había oído mis gritos en la discusión, o eso pensé.

miércoles, 8 de abril de 2009

El vecinito

Una historia con el vecinito es algo que compartimos de manera secreta muchas mujeres, como los primeros escarceos con alguien de la familia (en mi caso un primito). Tengo que decir que a partir de mi "relación" (por llamarlo de algún modo) con mi jefe ha habido muchas experiencias de este tipo, pero ésta fue la primera (la primera seria, se entiende. Todas tenemos alguna anécdota de adolescencia con el vecino con el que jugábamos de niñas o con algún otro vecino mayor que siempre nos había gustado y de repente, a los catorce o quince años, nos veía de forma diferente).
Empiezo donde lo dejé. Había vuelto de Semana Santa con las pilas cargadas. Pero mi jefe seguía un poco reticente, aún le pesaba lo que había pasado. "Marta -me decía-, no sé si puedo dejar este peso en tus manos". Yo lo entendía. No sabía si podía confiar en mí. No sabía si podía estropearlo todo, yendo más lejos, o cometiendo algo que no tuviera remedio. A mi pesar, lo entendía, porque ni yo misma estaba segura de que fuera a controlar las situaciones. Había visto por primera vez la parte más oscura de todo ese mundo.
Quiero aclarar que a veces tampoco entendía a mi jefe. Por un lado me estaba pidiendo poder confiar en mí, por otro que me arriesgara. Lo digo porque, a pesar de todo el asco, había algo en el episodio con el fontanero que había terminado por gustarme. Esa sensación de caer en un abismo del que no conoces el fin tenía también su lado "amable". Una parte de mí se había excitado al dejar hacer, al sentirme utilizada y no poder evitarlo. Entonces, ¿por qué en conjunto estaba mal? Esto lo entendí más tarde (no me atreví a plantear mis dudas entonces). El riesgo es necesario, pero hay que evitar el peligro. Son conceptos diferentes. Por otro lado, el riesgo hay que tomarlo como parte de un juego. Cuando el resultado de que el episodio salga mal es demasiado caro, no compensa el premio (que es la excitación o el placer).
Sé que cuando me pongo en este plan no resulto tan interesante, pero es parte importante para entender mi relación con mi jefe. Algunos de los que me leéis os habéis referido a él como un amo de sadomaso y a mí me habéis visto como una sumisa. Reconozco que algo de eso hay, como de muchas otras cosas en nuestra relación. Pero mi jefe no se centra en su propia excitación o en su placer, ni en mi dolor, o mi sumisión completa, como lo haría un amo. La primera intención de mi jefe fue siempre abrirme a un mundo diferente, en el que soy yo quien debo entrar si quiero, en el que soy yo quien descubro. Parte del placer que conseguía mi jefe con esta relación se debía a eso. Por eso, no me veréis usar un lenguaje muy técnico de sadomaso o como se llamen esas disciplinas, porque ni siquiera lo conozco. Lo que nos importa es conseguir la excitación plena, el éxtasis. Eso cada vez se vuelve más difícil. Y a veces eso nos hace ir demasiado lejos. Ahí es donde debe aparecer ese control del que yo carecía el día del episodio del fontanero. Para adquirir el conocimiento de ese control aún faltaba mucho. Creo que, aún hoy, a veces se me va todo de las manos.
Está bien, basta de filosofías y vamos con el tema. Mi jefe tardó otra semana en llamarme al despacho y preguntarme si realmente quería continuar con todo aquello. Sonreí, porque estaba esperando un movimiento por su parte que no llegaba, cerré la puerta de su despacho con el pestillo y me desnude por completo. Él no dijo nada. Me acerqué a su sillón y le lleve una mano a mi culo. Se entretuvo acariciándome primero las nalgas, después mi sexo, ya húmedo. Empecé a sentir que se me iba la razón. Le dije: "si quieres, salgo ahora mismo así al pasillo". El hombre sonrió y me dijo "quita, quita, que me arruinas". Dejó de tocarme y me dijo que me vistiera. Que volviera a la dirección donde tenía aquel piso por la tarde, después de las clases que tenía en la uni. Las clases, creo que ya lo he comentado, eran nocturnas, única forma de combinar trabajo y estudio, así que, en principio, salía de ellas a las diez de la noche. Muchas veces me las fumaba, dependiendo del profesor o de la materia. Las hay que no necesitaban que aparecieras por clase nunca. Ese día salí a las nueve y estaba en casa de mi jefe a las nueve y media.
Mi jefe me dijo que me iba a dar una idea que podía generarme muy buenos ratos. Era una forma de explicar a un desconocido que una persona hiciera una locura como desnudarse en la escalera. La idea era tan sencilla, y tan divertida, que no entendía cómo no se me había ocurrido.
Me dijo que quería que la practicara con un vecino de esa casa. Un joven de unos 30 años que por lo que él sabía era un tanto raro y solitario. Nunca le había visto con una mujer. Apenas saludaba en el ascensor. Las veces que habían coincidido le había dado una impresión muy clara. No le extrañaría que aún no hubiera visto una chica desnuda en su vida.
30 años, por lo que me llevaba más de diez. Para mí no es que significara demasiado (mi jefe tenía más de 40 por entonces). Significaba según quién fuera el que los tenía. Desde luego no me era muy atractivo en un hombre inexperto. Recuerdo que le pregunté a mi jefe si era guapo, aunque en realidad no me importaba demasiado, porque ni sé qué me respondió. El juego empezaba saliendo al rellano desnuda. Bueno, tan solo con una toalla.
Subí las escaleras hasta el cuarto, planta donde vivía este chico, respiré hondo y pulsé el timbre. Abrió casi al momento. No es que fuera muy guapo, ni feo, pero tenía la cara típica de no haber roto un plato. Un "buenito" que, como estaba en su casa, y me parece muy bien, pues estaba con una ropa bastante informal. Camiseta por fuera, pantalón de pijama y zapatillas de andar por casa. El tío se me quedó mirando con una expresión de asombro absoluto. Claro, imaginaos que os encontráis en vuestra puerta con una chica que solo lleva una toalla. Yo sonreía como una tonta y le dije que por favor me dejara pasar, que necesitaba su ayuda. El chico se lo piensa, me mira de arriba a abajo, se lo vuelve a pensar y al final abre la puerta y me deja entrar.
Lo primero que le dije al cruzar el recibidor fue "Dios que vergüenza. Oye, no quiero molestarte, pero necesito que me ayudes". (Es la forma de empezar este juego). A continuación le expliqué lo que ocurría. Estábamos jugando mis amigos y yo a un juego parecido al trivial pero con toque erótico. Estaban jugando dos parejas y yo. Al principio iba ganando, pero una mala racha me había desprovisto de toda la ropa y como después de desnudarme no podía hacer nada más (las novias de mis amigos no estaban dispuestas a que ellos me tocasen o me hiciesen algo más allá de verme desnuda) se les había ocurrido que tenía que cumplir una prenda con un vecino de la casa. Por eso estaba allí. Todo lo dije con una sonrisa nerviosa. El pobre tío ni se movía, ni hablaba. Parecía un muñeco delante de mí, que me miraba de vez en cuando la toalla que, como era la misma de la última vez que estuve en casa de mi jefe, ya sabéis cuánto tapaba.
Le dije que tenía que desnudarme delante de él, y lo hice. Me quité la toalla y la dejé en un sillón. Volví a repetir "que vergüenza" y me cubrí el rostro con las manos, cosa que aproveché para mirar su bulto bajo el pantalón de pijama, ya bastante grande. Después le dije que mis amigos me pedían una prueba de que realmente había cumplido. Para ello, él tenía que escribir algo que llevaba en un papel. ¿Y dónde llevaba el papel? No tenía bolsillos y no lo llevaba en la mano. "Lo tienes que sacar tú -le dije-. Hazlo con suavidad, por favor". Me apoye en la mesa del comedor y abrí las piernas, mirándole a los ojos. El tío no se lo creía. Me miró de arriba a abajo de nuevo y se quedó mirando mi sexo. Yo lo abrí con dos dedos y le dije "ayúdame, porfa. Necesito terminar con esto cuanto antes". El tío no esperó que se lo pidiera una tercera vez. Puso su mano en mi sexo y yo retiré la mía. En lugar de meter los dedos en busca del rollito que en realidad me había metido mi jefe, empezó a frotar lentamente. Creo que se me encendieron las mejillas. No creáis que era tan normal para mí estar ahí, desnuda, con las piernas abiertas, dejando hacer a un desconocido. Quizá debía haberle dicho que hiciera lo que le había pedido, pero me subió un acceso de calor y de vergüenza al notar sus dedos ahí. Recuerdo que suspiré. Su otra mano fue a mi pecho y empezó a frotarlo suavemente. Le dije "como sigas así, se va a humedecer el papel y no vamos a saber qué dice. El tío no me hizo caso y yo no insistí. Le dejé hacer. Me estaba masturbando y lo hacía bien, suavemente, sin intrusión, deteniéndose en mi clítoris. Supongo que mis mejillas ya estaban rojas. No puedo esconder mi excitación, y mucho menos un orgasmo real. Se me nota siempre en las mejillas y en los ojos. El orgasmo me llegó en pocos minutos. Después me abracé a él. Suspiré y el vecinito me agarró de las nalgas. "Por favor, haz lo que pide el papel". Me di la vuelta y abrí las piernas. Entonces sí, metió dos dedos, buscó y sacó el rollito de mi vagina. Yo gemí, esperando que siguiera, pero se entretuvo leyendo lo que ponía. Sonrió y buscó una calculadora.
¿Con qué escribo? Me dijo el chico. Me encogí de hombros y le dije si tenía algún rotulador gordo. Cogió uno que tenía para escribir en CDs y, después de hacer unas cuentas con la calculadora empezó a escribir en mi nalga izquierda. Mi jefe no me había dejado mirar el papel, así que no sabía que tenía que escribir. Tardó un buen rato en terminar de escribir en esa nalga y después escribió algo en la otra y me dijo "ya está".
Me di la vuelta, le sonreí y me quedé mirando directamente a su bulto en el pijama. "bueno, le dije, tu me has tocado. No te importará que yo también lo haga". El tío se limitó a encogerse de hombros, y con una sonrisa, le cogí el miembro a través del pantalón de pijama. Parecía enorme y notaba sus pulsaciones. Pero el chico estaba como un pasmarote. Metí la mano dentro del pantalón y toqué directamente el pene, ya completamente erecto. Mis manos empezaron a acariciar el escroto y los testículos y a rozar la piel de su pene, a agarrarlo de repente y apretarlo en mi mano. Estaba muy excitado, tenía miedo de que se corriera, pero él no se movía. Estaba paralizado. Entonces me detuve. Le dije molesta, "parece que no te gusta", y empecé a sacar mi mano de su pantalón pero él me detuvo, cogiéndome de la muñeca. "Sigue, por favor". Yo sonreí.
Le baje el pantalón y los boxer y se los quité. Me excitaba verlo solo con la camiseta y ese pene y su culo que asomaban bajo ella. Me arrodillé y empecé a frotarlo por mi cara lentamente, chupándolo cada vez que mi boca se encontraba con él. Mis manos seguían frotando sus testículos suavemente. Finalmente me lo llevé a la boca. El chico me cogió de la cabeza y empezó a mover las caderas, follándome la boca. En poco más de un minuto, me apretó hacía él, me hizo daño metiéndome el pene hasta la garganta, y se corrió. Me costaba respirar y me daban arcadas, al tocar el pene mi garganta, y el tío estuvo lo que me pareció una eternidad corriéndose en mi boca. No tenía forma de retener el semen, así que me lo tuve que tragar para poder respirar, porque mi nariz encima se pegaba a su piel y me resultaba muy difícil encontrar aire. Cuando me soltó empecé a toser, pero el tío me ayudó a levantarme. Me di cuenta de que su miembro no había perdido ni un ápice de dureza, que seguía erecto y grande. Me dio la vuelta, y me iba a follar cuando le dije que parara. Le pedí que se pusiera preservativo, y me dijo que no tenía. Yo estaba muy excitada. Quería tanto como él que me follara, pero no podía permitirlo sin condón. Tenía reciente la última aventura y dónde habíamos terminado. Así que le cogí de la mano, fui a la cocina y busqué aceite. Me unté en el culo, me introduje los dedos en el ano delante de él, mientras observaba cómo él se masturbaba mirándome, y después me agaché sobre la mesa de la cocina. Allí abrí mis nalgas con ambas manos y le dije "Úsame por atrás, por favor". Recuerdo que le dije úsame, después me divirtió haber usado esa palabra, pero en aquel momento estaba tan excitada que solo quería provocarle. Y funcionó, porque el tío me metió su pene lentamente, pero sin pausa. Me resultó doloroso en la primera embestida. Ya digo que era grande y estaba muy duro, a pesar de haber descargado hacía unos segundos. Después se agachó sobre mí, me agarró de los hombros y empezó a entrar y salir con más fuerza. Notaba que mi ano se ensanchaba y el dolor dejó paso a una sensación intensa, muy morbosa, al sentirme invadida. Empecé a contraer mi esfínter, para complicarle la entrada, y él respondió haciendo más fuerza. Así que tuve que relajarlo para evitar el dolor. Esta vez estuvo un buen rato entrando y saliendo. No sé cuánto tiempo. Mi primer orgasmo llegó enseguida y creo que sumé dos o tres más en el tiempo que él siguió empujando. Empezamos a sudar, nuestra piel resbalaba, pero no disminuyó nada la energía de sus embestidas. Yo estaba cansadísima, pero él estaba sobrado y parecía empujar cada vez más fuerte. Cuando vi que ya estaba cerca, yo estaba fuera de mí, pero también muy cansada, así que en una de las embestidas, cuando estaba dentro, volvía  contraer el esfínter. El tío empezó a empujar más, se abrazó con fuerza para atraer mi culo y entrar lo más posible y al instante noté su líquido caliente dentro. Unos segundos después se apartó y se sentó en una de las sillas de la cocina. Yo me quedé sobre la mesa, extenuada. No me importó que empezara a deslizarse el semen por mi pierna, ni que mi sudor mojara la mesa, a pesar de lo antiestético de la huella de mis senos en ella. Estaba tan cansada que me dio igual todo durante unos minutos.
Aún no me había incorporado cuando él se levantó de su silla y empezó a acariciarme. Yo sonreí. Me gustaba aquel chico. Era muy, muy tímido, y sin embargo sabía tocar. Me levanté y los dos desnudos aún estuvimos un rato besándonos, abrazados, y acariciándonos. Después, le pregunté si se había borrado lo que había escrito. Me contestó que no, sonriendo. Nos despedimos, cogí la toalla y bajé de nuevo al piso de mi jefe.
Ni me acuerdo de cómo baje hasta el piso. Así como otras veces, pasear desnuda a altas horas de la noche por la escalera había resultado una aventura, de ese día, a una hora mucho más temprana, en la que era posible encontrarse con cualquiera que volviera del trabajo, no recuerdo nada. Sin embargo, aún me esperaba una sorpresa. En el piso de aquel chico había estado por lo menos hora y media. Llamé a la puerta del piso de mi jefe. No respondió nadie. Esperé unos minutos. Volví a llamar. Empecé a acordarme de todos los muertos de mi jefe, creyendo que me estaba gastando una broma y que en cualquier momento podía salir un vecino de al lado, o que podían estar perfectamente mirando por la mirilla de alguna otra puerta. Llamé por tercera vez. Después noté un bulto bajo el felpudo, lo levanté y ví que eran mis llaves. No las de ese piso, sino las del mío. El muy perro había podido dejar las de su piso para que entrara, pero solo había dejado las mías, para que pudiera abrir en mi casa. Ni ropa ni nada más. Entonces escuché unos pasos en el piso de abajo. Era alguien que subía por las escaleras. Me asomé con la toalla en la mano, segura de que era mi jefe, y me topé con un hombre mayor, que me miró de arriba a abajo. Me di cuenta de que me había visto entera, así que tan silenciosa como pude corrí escaleras arriba y llamé de nuevo al piso del vecinito. Se me cayó la toalla mientras subía, se me salía el corazón del pecho, pero gracias a dios él si abrió y pude entrar antes de que el viejo llegara a la planta. Le dije que mis amigos se habían ido los muy cabrones, y que necesitaba ropa para llegar a casa. Me dejó unos vaqueros que me venían grandes y una camisa con lo que daba al menos el pego y parecía un poco a la moda. Me dejó también una gorra por si quería pasar más desapercibida. Le pedí perdón y le dije que le devolvería en breve la ropa. Él sonrió y me dijo que encantado, pero que le debía una. Le miré como diciéndole "tu tampoco te sobres". Tuve que recorrer media ciudad así. Y por fortuna, el chico tuvo la ocurrencia de dejarme dinero para el autobús urbano, porque yo estaba tan nerviosa y tan enfadada que ni me había acordado de eso.
Cuando llegué a casa me desnudé, me duché, y después me di cuenta de que ni con el enjabonado de la ducha se me había borrado lo escrito por el vecino. En mi nalga izquierda estaba todo lleno de unos y ceros. En la derecha estaba escrita una cifra más corta, pero con otros números además del uno y el cero. No entendí nada. Pensé en llamar a mi jefe a su casa, a pesar de que podía ponerse su mujer. Aún me duraba el enfado, pero después lo dejé para el día siguiente.

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