jueves, 26 de marzo de 2009

Cuestión de confianza

En una semana, ni mi jefe ni yo volvimos a hablar del tema. Fue muy diferente al silencio de una semana antes. La razón ahora es que, según creo, ninguno de los dos estábamos preparados para hablar de lo que había pasado. Al principio yo le eché la culpa de todo. No me había puesto normas, no me había dicho que había un límite. Me estaba moviendo por aguas desconocidas y él debía ser mi guía. Creo que en parte tenía razón, pero mi jefe había pecado tan solo de confianza. Pensó que yo no llegaría tan lejos, que al contrario, si pecaba de algo sería de quedarme corta, de cortar antes de que pasara nada. No contaba con que a mí me habían influido mucho sus palabras sobre el riesgo y la decisión de hacer cosas a pesar de que no me gustaban.
Finalmente, tuvimos una reunión más o menos una semana después de que ocurriera esto. Un miércoles o un jueves, ya no recuerdo bien. Le expliqué mi punto de vista. Él me comentó que cuando él había dicho que haríamos cosas que a mí no me gustaban se refería a otra cosa. En las situaciones que habíamos vivido hasta entonces (sin contar esta última) yo había puesto reticencias al principio. Me había negado o sentía rechazo por lo que me había pedido mi jefe. Sin embargo, al terminar el día, la experiencia había sido satisfactoria hasta lo inimaginable. Había pasado el día que salí desnuda por el edificio de la oficina, el día del dependiente, el día que me masturbó o el que me entró por atrás en su despacho. La experiencia siempre había sido positiva, aunque al principio no me hubiera gustado la idea. A lo que se refería mi jefe era a que era muy posible que yo viera demasiado fuerte, o exagerado, lo que me pedía, pero que a la postre me iba a gustar. Algo muy diferente a lo que había pasado con ese fontanero.
Yo lo había entendido mal. Mi jefe no quería una esclava que hiciera lo que él pidiera sin más, solo quería llevarme por un camino que él ya había recorrido y que sabía que me enriquecería mucho incluso a mi pesar, porque yo necesitaba esa forma de vida. Lo había reconocido el primer día, cuando me pilló desnuda en la oficina. Tenía que guardarme mis prejuicios y mis reticencias y debía mostrar confianza hacía las peticiones de mi jefe, porque ya había comprobado que el resultado era muy bueno.
Me sentí perdida. Le dije a mi jefe que no sabía dónde poner el límite. Él me contestó: "¿Qué sentiste cuando ese hombre empezó a meterte las bolas con esa grasa?". Asco, respondí. "Y cuando se te puso encima?". Náuseas. Recordé ese olor, que no olvidaré nunca, penetrante y metálico, hiriente, que me vino de golpe cuando se pegó a mí y que llenaba el cuarto de baño mientras me sacaba esas bolas de hierro, y que perduró aún después de ducharme y frotarme con fuerza para quitarme toda la grasa que había dejado ese hombre en mi cuerpo. Mi jefe me dijo: "Ahí está el límite. Lo sabrás cuando suceda. Puedes volver a sentir náuseas, puedes sentir asco, dolor y otras cosas que no te gustan, pero si por encima de eso no hay algo más que te llene, que quede en tu mente como lo más importante del día, entonces no dudes".

Mi jefe, después de esa conversación, se acercó y me abrazó un largo rato. Me sentí reconfortada. Después me dijo: "Tu tienes la palabra, Marta. Si quieres lo dejamos aquí y no volvemos a hablar nunca de estos días". No dije nada al principio. Después de un rato abrazados le pedí un tiempo, unos días. Él me dio un beso en la mejilla y me dijo que cuanto quisiera.

Tenía que ordenar mis pensamientos. Me había afectado mucho lo de aquel fontanero, sobre todo porque había descubierto que no tenía control y que tenía que ganarlo para no volverme loca. Que ese mundo que tenía un lado rojo intenso, también tenía uno muy oscuro. En el fondo yo sabía que esos dos lados estaban dentro de mí. Por eso buscaba ese control, el control no sobre el mundo que se me estaba abriendo o sobre mi jefe, sino sobre mí misma. Necesitaba ese tiempo para hacer una reflexión interior y analizar si estaba preparada para eso que me estaba ocurriendo.

Durante los siguientes días, ya del mes de marzo, tuve tentaciones de dejarlo todo. Me atraía de nuevo la simplicidad de la vida que me ofrecía mi chico, tan normalito, tan poco dado a extravagancias. Incluso aquella de vernos por el chat en mi oficina él la había hecho con mucho miedo hasta que se acostumbró a verme desnuda en el trabajo. Me vino bien que ese paréntesis se diera justo entonces, porque ese año la semana santa era temprana y mi chico aprovechó para volver y estar unos días con su familia y conmigo. Antes de la conversación con mi jefe yo no sabía cómo conjugar la llegada de mi chico con todo lo que me estaba pasando, pero los últimos acontecimientos me ayudaron a decidir que de momento no le diría nada. Porque incluso era posible que todo eso fuera ya pasado y no tuviera sentido contarlo (esto va por Jorge y también por el Mágico, que sentían curiosidad en sus comentarios por cómo era mi situación con mi novio. De momento no le cuento nada, todo llegará).

Pasé la semana santa con mi chico, olvidando por completo mis experiencias con mi jefe. Es cierto que mi chico notó algo. Estaba más desatada. Pero en general fue una semana muy normalita. Volví a las cosas sencillas. Hacer el amor en la cama, besarnos tiernamente en algún banco, etc.

Tengo que decir que con 19 años no se puede tener una relación seria. Al menos yo no la tenía. No me gustaba llamarlo mi novio porque no lo veía como tal. Estaba enamorada, muy enamorada, pero con esa edad no estás pensando en casarte ni en nada serio. Lo que importa es el presente. Para los que duden, sí, se puede estar muy enamorada de una persona y practicar sexo (o lo que sean mis experiencias) con otras personas. Yo me sentía culpable, cierto, pero los sentimientos no tienen que ver unos con otros. El amor y la excitación son completamente diferentes y te los pueden provocar personas distintas. Sabía distinguir mis sentimientos hacia mi novio y hacia mi jefe. Esa era una de las razones que me llevaban a callar.

Una de las cosas que le llamaron la atención a mi chico fue también la que me ayudó a decidirme. Un día fuimos con el coche a una laguna que hay cerca de la ciudad (bueno, relativamente cerca). Como en esa ciudad no hay playa, son muchos los que se acercan a la laguna como sustituto. El caso es que estuve tomando un rato el sol en toples (algo que ya había hecho con mi chico), pero al ir a bañarme me quité todo. Había más gente, algunas otras chicas también en toples, y otros chicos y de todas las edades. Pero eso incluso me animó a hacerlo. Mi chico se quedó con la boca abierta. Me siguió y, detrás de unos juncos que crecían en el agua, sin seguridad de ninguna intimidad, hicimos el amor. Fue una experiencia fantástica para él y para mí. Y eso me demostró que seguía necesitando ese morbo.

Mi chico se fue el lunes de pascua. El martes volví al trabajo con la buena noticia de que ya sabía lo que quería.

Agradecería que leyerais el post anterior, titulado Nota. Estoy probando este sistema que paga por clicks. Quisiera saber si alguien ha hecho ya alguno porque a mí no me aparece ninguno en mi registro. Muchas gracias y un saludo

lunes, 23 de marzo de 2009

NOTA

Como veis, al fin he colocado anuncios en el blog. Llevaba unos días intentándolo pero no veía cómo. Al final creo que lo he conseguido. Me pagan por clicks, así que agradecería que los hicieriais. Espero que no moleste a nadie. No es mi razón principal para hacer este blog, ni mucho menos. De hecho no lo tenía pensado hasta hace bien poco. Pero siempre viene bien si aporta algo.

Es una forma también de hacerme ver que estáis ahí, y que os gusta mi lectura. No obstante, agradezco más vuestros comentarios. Gracias y un saludo a todos.

jueves, 12 de marzo de 2009

Un desliz

Sigo donde lo dejé el último día, en ese martes que fui a casa de mi jefe y me dejó desnuda frente a un fontanero. Había terminado con el siguiente párrafo. Sigo a partir de ahí.

Tengo que reconocer que estaba un poco bruta. No me movía bien en ese terreno, era la primera vez que hacía algo así. Estaba nerviosa y en realidad muy poco excitada. Posiblemente, con un poco más de experiencia no habría dicho eso de que no le atraía, que podría parecer una invitación. Pero intentaba mantener una conversación. Los silencios me molestaban mucho, porque reflejaban lo anormal de la situación, así que hablaba sin saber muy bien qué decir. Hago este inciso porque creo que debo dejar claro que estaba muy perdida para entender lo que pasó a continuación.
No he descrito debidamente al fontanero. El hombre tendría la edad de mi jefe, pero a diferencia de éste era más gordo, estaba sin afeitar y no era muy atractivo. Peinaba ya canas y tenía una piel rojiza. No me atraía en absoluto.
Terminé de hacerme el sandwich y me di la vuelta, apoyándome en el borde de la mesa, frente a él. Mientras daba mordisquitos ofrecía mi sexo todo abierto al hombre que me miraba desde abajo mientras terminaba de reconstruir la tubería bajo el fregadero. Cuando terminó de hacerlo se levantó. Se limpió las manos enguantadas en su buzo y se quedó mirándome. Después, se quitó el buzo y los guantes, los dejó en el saco que había traído y recogió las herramientas. En ese instante, yo creía que el hombre no sabía dónde meterse, que intentaba disimular como si todo fuera normal, recogiendo todo con la intención de irse. Sacó un bloc y me dijo que necesitaba la firma de mi tío o de alguien. Cogí el cuaderno y le dije que eso lo podía hacer yo. Me dio un boli y me apoye, agachándome, sobre la mesa de la cocina. Eso debió ser la puntilla, porque el hombre, mientras yo le preguntaba dónde tenía que firmar, se acercó más, rozándome con su pantalón y puso una mano en el culo acariciándolo. Yo no dije nada, me quedé mirándole como si siguiera esperando su respuesta. Con la otra mano me señaló dónde tenía que echar mi garabato. Sus dedos se acercaron más a mi sexo y empezaron a jugar con mis labios y el clítoris. Ahí sí, empecé a excitarme, a pesar de que el hombre no me atraía lo más mínimo. Firmé el papel y me iba a levantar cuando el hombre me empujó suavemente, indicándome que me mantuviera en esa posición. No sabía qué hacer. No era una situación que me gustase. A pesar de que sintiera esa excitación, no quería seguir. Sus manos siguieron tocándome, notaba que estaban sucias a pesar de que había llevado guantes, y que me estaban ensuciando donde tocaban, pero cerré los ojos, recordando las palabras de mi jefe, acerca de que tenía que haber un riesgo. Bien, ese riesgo se estaba produciendo y tenía que afrontarlo. Así que seguí callada.
Sé que lo que pasó a continuación puede ser difícil de creer. Creo que fue provocado por mi pasividad. Creo que el hombre, al darse cuenta de que yo no oponía resistencia se volvió un poco loco. Metió uno de sus gordos dedos por el culo, hasta dentro y me susurró al oído algo así como, "Se ve que te va la marcha. ¿Quieres que siga?". Tengo que volver a repetir que estaba muy confusa. No sabía lo que quería de mí mi jefe, así que asentí. Debí decir algo así como "haz conmigo lo que quieras". El hombre se detuvo un momento. Recuerdo que fueron unos segundos en silencio. Después sacó el dedo de mi culo y dijo: "Veamos si te gusta esto". Empecé a temblar de miedo. No sabía si escapar, pero seguía pensando que si lo hacía quizá mi jefe se enfadase.
El hombre sacó unas bolas de acero, que después me enteré que eran rodamientos de lavadora. Las untó en una grasa oscura. Yo no me moví mientras le veía hacer. Traté de adivinar sus pensamientos y abrí las piernas como una tonta, pero el fontanero no tenía intención de meterlas en mi vagina, como yo creía, sino por atrás. Metió una a una, con facilidad, gracias a esa grasa que iba manchándome. Yo seguí agachada sobre la mesa. Conté hasta ocho, según recuerdo. Noté su peso dentro. Después me dio la vuelta. Se había desabrochado los pantalones. Me metió dos o tres dedos en el culo (ya no lo sé, porque entraban muy fácil con esa grasa y la dilatación que había provocado) para mantener dentro las bolas y colocó su pene erecto sobre mi sexo. Empujó suavemente mientras empezaba a besarme. Me llegó de lleno su olor, mezcla de sudor y de esa grasa oscura, un olor metálico que casi me dio náuseas. Después, empezó a empujar con mas ritmo. Me había agarrado del culo, con sus dedos dentro, y me empujaba también con esa mano para acomodar su barriga a mi cuerpo y meter lo más posible su polla. Supe claramente que esto no era lo que yo quería. Pero también ahora recordé las palabras de mi jefe, diciendo que a veces me iba a tocar hacer cosas que no me gustasen. Creo que pensé incluso que todo estaba amañado. Que mi jefe me hacía pasar por eso para comprobar si estaba dispuesta a todo.
Hay algo más. Sé que es una tontería. Lo sentí la primera vez que me dejé tocar por mi jefe y cuando me penetró por atrás en su despacho. Pero esta era la primera vez que alguien diferente a mi chico me hacía el amor. Quiero decir, que me penetraba por delante. Repito, sé que es una tontería y que el mal ya estaba hecho desde el primer momento con mi jefe. Pero no pude evitar pensar que era la primera vez que engañaba de veras a mi chico. Sentí como si hubiera vuelto a romper una barrera. Me sentí culpable y creo que por eso asumí todo el dolor y el asco que me estaba provocando ese hombre, como castigo. Todos esos pensamientos recorrían mi mente mientras el fontanero manchaba mi piel con los restos de esa grasa oscura en sus manos, mantenía dentro esas bolas que notaba pesadas y me follaba cada vez con mas fuerza contra la mesa de la cocina.
Todo eso lo pensé en los cinco minutos que duró, no fue más. Se corrió dentro, abrazado a mí, y se quedó unos segundos sobre mi cuerpo. En ese momento entró mi jefe. Miró extrañado y empezó a gritarle al fontanero. Yo estaba medio ida, por lo asqueada que estaba por ese olor, por la carne grasienta de ese cuerpo poco cuidado, por la sensación de lo usada que me sentía. Recuerdo palabras sueltas de mi jefe, enfadado con el fontanero. Le dijo que cómo se atrevía a hacer eso a su sobrina, que saliera de su casa, etc. El fontanero aún se volvió a mí, que estaba apoyada en la mesa, me volvió a meter un dedo en el culo y me dijo al oído que me podía quedar con las bolas.
Cuando mi jefe lo echó, volvió a la cocina. Se puso con los brazos en jarras y me miró. "Tú estás loca. ¿Cómo has permitido esto?". Aún tardé en serenarme. No entendía nada. Le pedí que me dejara sacarme esas bolas y ducharme porque me sentía muy mal y que después hablaríamos.
Ya más calmada le conté todo. Que no sabía qué hacer, que después de su charla sobre el riesgo y sobre hacer cosas que no me gustaban me había sentido obligada, etc. Él se llevó las manos a la cara. "Marta, te dije que improvisaras, no que permitieras que te tocase, y mucho menos que hicieras esto. ¿Lo has hecho sin condón?". Yo asentí. "¿Se ha corrido dentro?". De nuevo asentí. "¿Tomas píldora o algún anticonceptivo?". Negué. Nunca había tomado la píldora. Con mi chico me ponía preservativo, pero ni se me había pasado por la cabeza en aquel momento. Entonces me di cuenta de lo tonta que había sido. Me puse a llorar como lo que era, una estúpida, me eché a sus brazos, aún desnuda, y el hombre solo acertó a abrazarme, aún con todo lo mojada que estaba. "Marta, Marta" me decía una y otra vez.
No voy a decir porqué ni cómo, pero mi jefe tiene relación con laboratorios y clínicas. Así que serían las nueve de la noche cuando nos acercamos a un pequeño hospital de las afueras de la ciudad, me hicieron ciertos análisis a los que de normal no habría tenido acceso, como estudio del semen que aún quedaba en mi vagina, para comprobar si el hombre estaba sano, y me dieron la píldora del día después, casi recién aprobada. Mi jefe dio como excusa que había tenido un desliz con un desconocido y estaba muy preocupada (ambas cosas eran ciertas). Gracias a esos cuidados, no hubo riesgo de embarazo y por suerte el hombre estaba limpio, no tenía ninguna enfermedad de transmisión sexual (aunque eso no lo supe con seguridad hasta unos días después).
Pero el susto fue muy, muy fuerte. Creo que pasé la peor noche de toda mi vida hasta entonces. Y creo que no fui la única. La preocupación de mi jefe era sincera. Él también se asustó.

jueves, 5 de marzo de 2009

Un martes cualquiera

El martes devolví a mi jefe el juguete que me había dejado dentro, debidamente limpio, y le pregunté qué era eso que me esperaba y que era nuevo para mí. Me dijo que por la tarde, cuando saliera del trabajo, fuera a una dirección (un piso) y que llamara a la puerta. No me dijo más, así que me dejó intrigada todo el día.
No me había dicho que llevara nada, ni si tenía que ir especialmente vestida, así que al terminar mi trabajo fui sin más a la dirección. No me sorprendí demasiado al llamar a la puerta y ver que abría él. Me dejó entrar y me dijo que me desnudase. Aquella no era su casa. Era un pisito pequeño, tenía dos habitaciones, salón, cocina y baño y no tenía casi muebles (las dos habitaciones estaban vacías), así que no pensé que estuviera pensado como un pisito de soltero, sino más bien que lo tendría por alquilar o algo así.
Hice como me pidió. Tengo que decir que desnudarme en casas vacías, cuando apenas hay muebles, me causa una sensación especial. Me siento más frágil, más vulnerable, y por tanto se intensifica mi lado exhibicionista. Me siento más expuesta. Siempre me pasa lo mismo. Y esta casa estaba limpia. Me ha tocado estar en otras que aún estaban en obras, y entonces, cuando te puedes manchar, o te llenas de polvo de obra, la desnudez es aún más acusada. Pero me centro.
Cuando estuve desnuda, mi jefe recogió mi ropa y la metió en un armarito con llave y me dejó unas zapatillas de casa que no eran de mi pie pero tampoco me estaban mal. La llave se la guardó.
Después se sentó sobre el sofá de la sala de estar y se dio una palmadita en las piernas, indicándome que me sentara sobre ellas. Empezó a recorrer mi piel lentamente y me dijo que la idea de las escaleras era claramente exhibicionista. Si no me había llenado, era simplemente porque tenía demasiada certeza de no ser vista. Lo mismo pasaba con mis desnudos frente a la ventana. Necesitaba una forma de saber con seguridad que alguien estaba ahí mirando. De lo contrario, ese exhibicionismo caía en saco roto y enseguida se volvía soso y nada excitante. Reconocí que tenía razón. Aún me dijo otra cosa. No se trataba solo de que la posibilidad de que me mirasen fuera muy alta, sino que debía ser cierta. Incluso debía estar abierta a la posibilidad de que me tocaran, en cuyo caso yo misma debía saber hasta dónde estaba dispuesta a permitirlo.
Recuerdo que mientras hablaba, yo intenté en varias ocasiones que se centrara en mi entrepierna, abriéndome, y mirándole a los ojos con una media sonrisa, pero él no quería tocarme ahí. Solo acariciarme, lo que me produjo una sensación a la vez placentera y ansiosa.
Después me dijo que estaba a punto de llegar un fontanero al que ya había llamado antes de pensar en mí para una avería real que tenía bajo el fregadero de la cocina. La cocina y el baño daban puerta con puerta, a ambos lados de un pasillo. De manera que si las puertas quedaban abiertas, desde la cocina se veía el baño. Mi jefe me dijo que, cuando llamara, abriera al fontanero desnuda y que pensara en algo. Algo que no diera a entender que estaba provocando. Una confusión, un error, o algo así. A partir de ahí, debía improvisar.
Creo que resoplé. Y se me pusieron los pelos de punta solo de pensarlo, pero no me negué ni puse ninguna pega. Sabía que tenía que hacerlo. Hasta cierto punto me sentí de nuevo atrapada, como el primer día. Obligada a hacer algo que no me gustaba. Sabía cuál era la alternativa, dejar el juego y olvidarme de este mundo que se había abierto. Mi jefe me lo había dejado muy claro el día anterior. Así que no dije nada, aunque se me empezó a formar un bolo en el estómago. Aún el fontanero tardó en llegar unos minutos de molesto silencio en el que los dedos de mi jefe siguieron acariciándome el cuerpo, él vestido, yo completamente desnuda y con una sensación de vulnerabilidad total ante la inminente llegada de ese que para mí era un desconocido. Al fin se oyó el timbre de la puerta. Recuerdo que mi jefe dijo: "empieza la función".
Antes de salir del salón aún me susurró otra cosa "oye, yo para ti soy tu tío, ok?". Asentí y, en lugar de ir directa al recibidor me acerqué hasta el baño. Había dos toallas, una más grande, de baño y otra de aseo. Me puse la de aseo enrollada en la cabeza, tan rápido como pude mientras gritaba: "Espera mi amor, enseguida te abro". Cuando salí hacia el recibidor, mi jefe había cerrado la puerta del salón.
Lo que hice fue abrir la puerta tan solo con la toalla en la cabeza y las zapatillas, hice como que ni me fijaba a quien abría, dije: "hola cariño, entra que enseguida estoy". Y me di la vuelta esperando que quien estuviera en la puerta me siguiera. Escuché sus pasos detrás de mí, y como no dijo nada, seguí hasta el baño donde empecé a hacer como que me limpiaba la cara. El hombre se puso detrás, lo veía claramente por el espejo mientras me miraba el culo, pero hice como que no veía nada. Tomé un poco de jabón, me di por la cara y cerré los ojos. Después me aclaré y fui a por la toalla de baño que se encontraba en la pared de la puerta, de manera que me quedé frente a él, con los ojos cerrados, tanteando para buscar la toalla. Tanteando y tonteando le toqué el pecho. Seguía con los ojos cerrados, sonreí, y le dije algo así como "hola Michel, qué te pasa hoy que no me tocas". Cogí su mano y se la llevé a mi pecho. Sin apartarla dijo: "perdona, pero no soy Michel".
Me puse rígida, cogí rápidamente la toalla, me sequé la cara y le miré sorprendida, pero aún sin taparme. Después sí, me tapé y dije algo como: "Pero quién es usted, qué hace aquí. Dios qué vergüenza", etc. etc. Él se explicó, con una sonrisa tonta, diciendo que tenía cita para venir a esa hora por un tema de tuberías en la cocina, que era fontanero, etc. Me llevé las manos a la cabeza, le dije que era verdad, que no me acordaba de que iba a venir y que mi tío estaba en el salón. Cerré la puerta del baño y me despedí muy avergonzada.
Escuché las voces de mi jefe y del fontanero, que hablaban de la avería. Después escuche que mi jefe le decía, "veo que ya ha conocido a mi sobrina". Él le respondió que sí, que sentía haberla visto en esas circunstancias. Y mi jefe le dijo entonces que no se preocupase, que la verdad es que él estaba harto porque siempre andaba desnuda por la casa sin tener en cuenta que uno no es de piedra, etc. Abrí la boca y casi se me escapa una risita. Qué caradura. Después, dijo al fontanero que le dejaba hacer en la cocina y entonces abrió la puerta del baño, se asomó y me guiñó un ojo. "¿Todo bien?", me dijo. Yo dije que sí, y volvió a dejar la puerta abierta. Como he dicho antes, las puertas del baño y de la cocina se comunicaban, y tal y como estaba dispuesta la cocina, desde la zona donde estaba operando, el fontanero me seguía viendo. Me quité la toalla de la cabeza y miré el armarito bajo el lavabo. Me di cuenta de que a pesar del poco mobiliario del piso, ese baño estaba provisto de varias cosas. No de las más importantes, porque carecía de cepillo y pasta de dientes o de maquinillas de afeitar, que hubiera sido corriente en casa de un hombre, pero sí tenía sin embargo body milk, cremas de manos y algún perfume. Tomé el body milk y empecé a untarme por todo el cuerpo, sabiendo por el espejo que el fontanero tenía un ojo en la obra y otro en mí. Yo me hice la despistada, claro, mientras seguía frotándome. Después me enrrollé la toalla de baño y me dirigí hacia una habitación, pero entonces hice como que me volvía a fijar en que el fontanero estaba ahí. Me acerqué. Me había puesto la toalla de manera que por arriba justo tapaba mis pezones y por debajo me quedaba muy justita debajo de mis nalgas. Desde la posición del fontanero, que ahora estaba de rodillas, muy agachado, me tenía que ver mi sexo y mi culo sin problemas.
Me disculpé, le dije que cuando había llamado creía que era mi novio que se estaba retrasando como siempre. El no dijo nada, tomó otra posición, tumbándose en el suelo para llegar mejor a la tubería... y para tener mejor ángulo, sin duda. Así que lo que hice, en lugar de irme, fue abrir el frigo y mirar si podía tomar algo. Había muy poquita cosa, estaba claro que de normal no vivía nadie allí. Vi una lata de foie gras abierta y unas rebanadas de pan de molde, así que lo saqué, cogí un cuchillo del cajón de la mesa de cocina y empecé a hacerme un sandwich. Me puse de espaldas a él, cuidando que cada vez que me agachaba para coger un poco de foiegras, me viera el culo.  Con el movimiento, mientras me hacía el sandwich, la toalla se me fue aflojando. No tenía ninguna intención de ajustármela, así que a poco terminó por caerse. Dije un "mierda, joe" y di a entender algo así como que tenía las manos ocupadas y no podía coger la toalla del suelo. Después volví la cabeza hacia el pobre hombre, que no apartaba los ojos y le pregunté si no le importaba que no me pusiera la toalla. El hombre encogió los hombros, carraspeó pero negó con la cabeza balbuceando un no, no. "En realidad, seguí hablando, ya me has visto todo antes, qué mas da. Además, seguro que ni te atraigo".
Tengo que reconocer que estaba un poco bruta. No me movía bien en ese terreno, era la primera vez que hacía algo así. Estaba nerviosa y en realidad muy poco excitada. Posiblemente, con un poco más de experiencia no habría dicho eso de que no le atraía, que podría parecer una invitación. Pero intentaba mantener una conversación.

Veo que me estoy alargando, así que seguiré en otro post muy pronto.
Espero vuestros comentarios. 

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