jueves, 12 de marzo de 2009

Un desliz

Sigo donde lo dejé el último día, en ese martes que fui a casa de mi jefe y me dejó desnuda frente a un fontanero. Había terminado con el siguiente párrafo. Sigo a partir de ahí.

Tengo que reconocer que estaba un poco bruta. No me movía bien en ese terreno, era la primera vez que hacía algo así. Estaba nerviosa y en realidad muy poco excitada. Posiblemente, con un poco más de experiencia no habría dicho eso de que no le atraía, que podría parecer una invitación. Pero intentaba mantener una conversación. Los silencios me molestaban mucho, porque reflejaban lo anormal de la situación, así que hablaba sin saber muy bien qué decir. Hago este inciso porque creo que debo dejar claro que estaba muy perdida para entender lo que pasó a continuación.
No he descrito debidamente al fontanero. El hombre tendría la edad de mi jefe, pero a diferencia de éste era más gordo, estaba sin afeitar y no era muy atractivo. Peinaba ya canas y tenía una piel rojiza. No me atraía en absoluto.
Terminé de hacerme el sandwich y me di la vuelta, apoyándome en el borde de la mesa, frente a él. Mientras daba mordisquitos ofrecía mi sexo todo abierto al hombre que me miraba desde abajo mientras terminaba de reconstruir la tubería bajo el fregadero. Cuando terminó de hacerlo se levantó. Se limpió las manos enguantadas en su buzo y se quedó mirándome. Después, se quitó el buzo y los guantes, los dejó en el saco que había traído y recogió las herramientas. En ese instante, yo creía que el hombre no sabía dónde meterse, que intentaba disimular como si todo fuera normal, recogiendo todo con la intención de irse. Sacó un bloc y me dijo que necesitaba la firma de mi tío o de alguien. Cogí el cuaderno y le dije que eso lo podía hacer yo. Me dio un boli y me apoye, agachándome, sobre la mesa de la cocina. Eso debió ser la puntilla, porque el hombre, mientras yo le preguntaba dónde tenía que firmar, se acercó más, rozándome con su pantalón y puso una mano en el culo acariciándolo. Yo no dije nada, me quedé mirándole como si siguiera esperando su respuesta. Con la otra mano me señaló dónde tenía que echar mi garabato. Sus dedos se acercaron más a mi sexo y empezaron a jugar con mis labios y el clítoris. Ahí sí, empecé a excitarme, a pesar de que el hombre no me atraía lo más mínimo. Firmé el papel y me iba a levantar cuando el hombre me empujó suavemente, indicándome que me mantuviera en esa posición. No sabía qué hacer. No era una situación que me gustase. A pesar de que sintiera esa excitación, no quería seguir. Sus manos siguieron tocándome, notaba que estaban sucias a pesar de que había llevado guantes, y que me estaban ensuciando donde tocaban, pero cerré los ojos, recordando las palabras de mi jefe, acerca de que tenía que haber un riesgo. Bien, ese riesgo se estaba produciendo y tenía que afrontarlo. Así que seguí callada.
Sé que lo que pasó a continuación puede ser difícil de creer. Creo que fue provocado por mi pasividad. Creo que el hombre, al darse cuenta de que yo no oponía resistencia se volvió un poco loco. Metió uno de sus gordos dedos por el culo, hasta dentro y me susurró al oído algo así como, "Se ve que te va la marcha. ¿Quieres que siga?". Tengo que volver a repetir que estaba muy confusa. No sabía lo que quería de mí mi jefe, así que asentí. Debí decir algo así como "haz conmigo lo que quieras". El hombre se detuvo un momento. Recuerdo que fueron unos segundos en silencio. Después sacó el dedo de mi culo y dijo: "Veamos si te gusta esto". Empecé a temblar de miedo. No sabía si escapar, pero seguía pensando que si lo hacía quizá mi jefe se enfadase.
El hombre sacó unas bolas de acero, que después me enteré que eran rodamientos de lavadora. Las untó en una grasa oscura. Yo no me moví mientras le veía hacer. Traté de adivinar sus pensamientos y abrí las piernas como una tonta, pero el fontanero no tenía intención de meterlas en mi vagina, como yo creía, sino por atrás. Metió una a una, con facilidad, gracias a esa grasa que iba manchándome. Yo seguí agachada sobre la mesa. Conté hasta ocho, según recuerdo. Noté su peso dentro. Después me dio la vuelta. Se había desabrochado los pantalones. Me metió dos o tres dedos en el culo (ya no lo sé, porque entraban muy fácil con esa grasa y la dilatación que había provocado) para mantener dentro las bolas y colocó su pene erecto sobre mi sexo. Empujó suavemente mientras empezaba a besarme. Me llegó de lleno su olor, mezcla de sudor y de esa grasa oscura, un olor metálico que casi me dio náuseas. Después, empezó a empujar con mas ritmo. Me había agarrado del culo, con sus dedos dentro, y me empujaba también con esa mano para acomodar su barriga a mi cuerpo y meter lo más posible su polla. Supe claramente que esto no era lo que yo quería. Pero también ahora recordé las palabras de mi jefe, diciendo que a veces me iba a tocar hacer cosas que no me gustasen. Creo que pensé incluso que todo estaba amañado. Que mi jefe me hacía pasar por eso para comprobar si estaba dispuesta a todo.
Hay algo más. Sé que es una tontería. Lo sentí la primera vez que me dejé tocar por mi jefe y cuando me penetró por atrás en su despacho. Pero esta era la primera vez que alguien diferente a mi chico me hacía el amor. Quiero decir, que me penetraba por delante. Repito, sé que es una tontería y que el mal ya estaba hecho desde el primer momento con mi jefe. Pero no pude evitar pensar que era la primera vez que engañaba de veras a mi chico. Sentí como si hubiera vuelto a romper una barrera. Me sentí culpable y creo que por eso asumí todo el dolor y el asco que me estaba provocando ese hombre, como castigo. Todos esos pensamientos recorrían mi mente mientras el fontanero manchaba mi piel con los restos de esa grasa oscura en sus manos, mantenía dentro esas bolas que notaba pesadas y me follaba cada vez con mas fuerza contra la mesa de la cocina.
Todo eso lo pensé en los cinco minutos que duró, no fue más. Se corrió dentro, abrazado a mí, y se quedó unos segundos sobre mi cuerpo. En ese momento entró mi jefe. Miró extrañado y empezó a gritarle al fontanero. Yo estaba medio ida, por lo asqueada que estaba por ese olor, por la carne grasienta de ese cuerpo poco cuidado, por la sensación de lo usada que me sentía. Recuerdo palabras sueltas de mi jefe, enfadado con el fontanero. Le dijo que cómo se atrevía a hacer eso a su sobrina, que saliera de su casa, etc. El fontanero aún se volvió a mí, que estaba apoyada en la mesa, me volvió a meter un dedo en el culo y me dijo al oído que me podía quedar con las bolas.
Cuando mi jefe lo echó, volvió a la cocina. Se puso con los brazos en jarras y me miró. "Tú estás loca. ¿Cómo has permitido esto?". Aún tardé en serenarme. No entendía nada. Le pedí que me dejara sacarme esas bolas y ducharme porque me sentía muy mal y que después hablaríamos.
Ya más calmada le conté todo. Que no sabía qué hacer, que después de su charla sobre el riesgo y sobre hacer cosas que no me gustaban me había sentido obligada, etc. Él se llevó las manos a la cara. "Marta, te dije que improvisaras, no que permitieras que te tocase, y mucho menos que hicieras esto. ¿Lo has hecho sin condón?". Yo asentí. "¿Se ha corrido dentro?". De nuevo asentí. "¿Tomas píldora o algún anticonceptivo?". Negué. Nunca había tomado la píldora. Con mi chico me ponía preservativo, pero ni se me había pasado por la cabeza en aquel momento. Entonces me di cuenta de lo tonta que había sido. Me puse a llorar como lo que era, una estúpida, me eché a sus brazos, aún desnuda, y el hombre solo acertó a abrazarme, aún con todo lo mojada que estaba. "Marta, Marta" me decía una y otra vez.
No voy a decir porqué ni cómo, pero mi jefe tiene relación con laboratorios y clínicas. Así que serían las nueve de la noche cuando nos acercamos a un pequeño hospital de las afueras de la ciudad, me hicieron ciertos análisis a los que de normal no habría tenido acceso, como estudio del semen que aún quedaba en mi vagina, para comprobar si el hombre estaba sano, y me dieron la píldora del día después, casi recién aprobada. Mi jefe dio como excusa que había tenido un desliz con un desconocido y estaba muy preocupada (ambas cosas eran ciertas). Gracias a esos cuidados, no hubo riesgo de embarazo y por suerte el hombre estaba limpio, no tenía ninguna enfermedad de transmisión sexual (aunque eso no lo supe con seguridad hasta unos días después).
Pero el susto fue muy, muy fuerte. Creo que pasé la peor noche de toda mi vida hasta entonces. Y creo que no fui la única. La preocupación de mi jefe era sincera. Él también se asustó.

1 comentario:

  1. La sumisión es pariente de el masoquismo y a los hombres los vuelve locos ya que es como tener una esclava sexual. La pasividad lleva a la mujer a conocer experiencias que ni se imaginaba debido a que el hombre siempre desea satisfacer sus fantasias mas perversas.

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