Pero mi jefe se dirigió a la puerta de salida. La abrió y salió. Yo me quedé paralizada. Las oficinas de la empresa estaban en un edificio exclusivamente para empresas. No eran horas de trabajo, era un viernes por la noche. Aún así, no era tan extraño que alguien de alguna otra empresa estuviera trabajando. Mi jefe se volvió al ver que no le seguía. Negué con la cabeza, le pedí que no me pidiera eso, y me respondió que era yo la que había tenido la idea. Que no pusiera ahora límites, si de verdad me estaba ofreciendo por completo. Lo pensé un segundo más y franqueé la puerta de salida, temblando no tanto de frío (que también) como de miedo. Mi jefe me cogió de la mano y me sentí como una niña pequeña. Primero porque él era alto y su mano muy grande, segundo porque me sentía en sus manos. Bajamos hasta la segunda planta, donde estaban las oficinas de una empresa de seguridad. Nos paseamos por los pasillos en silencio. Su mano se puso de nuevo en mi culo, y un dedo jugó con mi ano mientras seguíamos paseando. Cogimos el ascensor, me subió al cuarto, donde había varias oficinas de empresas pequeñas. Paseamos otro rato. Recuerdo que él me miraba de vez en cuando, miraba mis senos, mi sexo, me dejaba ir delante para mirar mi culo mientras caminaba. Yo no decía nada. Estaba muy asustada, atenta a cualquier ruido que pudiera significar actividad tras la puerta de alguna de esas oficinas. De repente, mi jefe se detuvo y me miró sonriente. Yo levanté los hombros y enseñándome mi ropa, me dijo que si quería que me la devolviera me lo tenía que ganar.
Yo sé que todo era un juego. En parte porque me lo decía con una sonrisa. Pero empezaba a entender que el juego debía ser acatado sin preguntar o poner trabas, porque precisamente así tenía sentido, tanto eso como todo en esa situación extraña en la que yo había terminado por estar desnuda y a merced de mi jefe. Sabía que podía romper las reglas en cualquier momento, que si me mostraba disgustada, si me ponía a llorar, si me superaba la situación, mi jefe dejaría de jugar. Y en realidad me superaba la situación. Me superaba con mucho. Sentía mi corazón golpear bajo la piel, sentía mi mente nublada. Pero no quería dejar el juego. Había una parte en él que estaba por encima de mi miedo y mi inseguridad. Una parte que me hacía sentir feliz en ese estado de sumisión. Así que le pregunté qué tenía que hacer para conseguir la ropa.
Para empezar, túmbate con la cara hacia el suelo, abre tus brazos en cruz y también tus piernas. Sentí un escalofrío solo de sentirme tan expuesta. Lo hice y sus manos empezaron a recorrer mi espalda, mis piernas, y finalmente mi sexo, entre las nalgas. Empezó a masturbarme y cerré los ojos, sintiendo sus grandes dedos frotar, pellizcar y soltar mis labios, mi clítoris. Al poco, llegó mi tercer orgasmo de esa noche. Cuando notó mi agitación, mis convulsiones, cuando estaba en el momento más placentero, puso un dedo en mi ano y lo hundió hasta dentro. Lo que sentí es indescriptible. Enloquecida, fuera de mí, no sabría cómo decirlo. Un dedo grande y gordo, casi como un pene, metido en mi ano hasta dentro y moviéndose dentro mientras aún me agitaba con el orgasmo. Lo sacó lentamente y volvió a meterlo con fuerza. Me hizo mucho daño. Tuve miedo de que me rasgara. Pero pudo conmigo más el placer, levanté el culo, abrí más las piernas, apoye mi cara contra el suelo y abrí las nalgas con mis manos. Sigue, por favor.
Un segundo dedo entro en la tercera embestida. El dolor se intensificó. Ahí sí que pensé que algo se había roto. Cerré los ojos. Le pedí que lo dejáramos, que me estaba haciendo mucho daño. Pero no cambié de postura. Recuerdo que me susurró al oído que bajara la voz porque si alguien estaba trabajando aún y abría la puerta, él saldría corriendo y me dejaría desnuda allí. Después me dijo, "relaja tu ano, por favor". Me lo repitió porque yo no lo conseguía. Y entonces me metió tres dedos. Quise gritar pero ahogué las ganas. Más tuve que hacerlo cuando empezó a girar los dedos dentro, y a meterlos y sacarlos rítmicamente. Comencé a llorar, aunque no sabría decir si de dolor o de placer. Cuando se cansó, sacó los dedos y los limpió en mi sexo, frotandose contra él. Me relaje y me quedé tirada en el suelo, aún con las piernas abiertas, sabiendo que él podía seguir mirándome. Al final me cogió de una mano y me levantó. Bajamos de nuevo al tercero, a las oficinas y allí me abrazó, sus manos volvieron a mis nalgas y sus dedos a mi sexo. Me dijo que lo sentía, que a veces se le iba la mano cuando estaba muy excitado. Yo creo que le dije que no importaba. Me dio la ropa y me dijo que pasara un buen fin de semana.
Cuando llegué a casa me miré el culo en el espejo. Estaba aún rojo, pero no vi nada ni toqué nada que estuviera especialmente dolorido. Pensé en sus dedos, dentro de mí, moviéndose, frotando las paredes internas, abriendo mi culo más y más. Estaba exhausta. Aquella noche me dormí deseando que al día siguiente fuera de nuevo viernes.