Resulta que mi jefe me pilló desnuda y atrapada en su oficina y en su despacho. Para colmo, estaba en un juego en el que no podía rescatar la ropa porque la había dejado bajo llave. El pobre hombre no sabía donde meterse y yo mucho menos. Creo que empecé a respirar fuerte, o a llorar, porque mi jefe intentó calmarme. No me tocó. Yo estaba muy nerviosa y, si eso se me notaba, supongo que comprendió que un acercamiento suyo no mejoraría las cosas. Pero empezó a mover sus manos intentando calmarme. Creo que mi jefe estaba tan ofuscado como yo. Por un lado le fastidiaba haberme encontrado así, usando su despacho, y por otro intentaba calmarme porque me veía realmente echa polvo.
Las cosas que recuerdo a partir de entonces no están muy claras. Él consiguió calmarme un poco, supongo. Lo suficiente para hacerme pensar. Creo que me dijo que me vistiese y yo le dije que tenía que coger la ropa de otro sitio. Lo que sí recuerdo perfectamente es que él estaba tan nervioso como yo y que no acertó a apartarse de la puerta cuando yo salía para buscar mi ropa, así que me rocé con él y nos apartamos como del fuego.
El pobre hombre repetía de vez en cuando "Joder Marta" y no acertaba a decir más, pero no apartaba la mirada. Después me ha confesado muchas veces que se encontraba atrapado entre la comprensión de mi situación y su deseo de verme desnuda y atreverse a más. Cuando fui al cajón donde estaba la segunda llave él siguió mis pasos. Tardé un buen rato en poder abrirlo, imagínate cómo estaría para no poder dar con el cerrojo del cajón. Para cuando saqué del cajón la otra llave, creo que ya le dio tiempo a pensar y decidir, porque fue entonces cuando se acercó a mí y me dijo "espera, dame esa llave". Yo me puse blanca.
Le dije que esa llave era la del armarito y que ahí tenía mi ropa. No recuerdo con qué palabras ni si fue exactamente así, pero él me respondió que debía darme cuenta de mi situación. Que al principio se había bloqueado con el hecho de que yo estuviera desnuda. Pero que si pasábamos por alto eso, la realidad es que yo, que ni siquiera era un empleado, había entrado en su despacho, había encendido su ordenador, había abusado de su confianza. Que había roto algo que para él era muy valioso. Y que todo eso era delito.
Me puse a temblar.
Como siempre, escribo más de lo que quiero. Otro día sigo.